ABC – 22/05/16 – JON JUARISTI
· La izquierda española nunca desestalinizó su lenguaje.
Ya escribirá alguna vez, sin duda, un estudioso universitario con beca de Harvard University, pongamos por caso, algún ensayo sesudo y semiológico sobre el lenguaje comunista hispánico, que ponga de manifiesto su tópica, su toponimia, su topología, su sistema de codificación y de censura, sus estereotipos y sus vocablos polisémicos; que indague en los estratos históricos de su evolución; que descubra su funcionamiento esotérico, cuasirreligioso. Tal vez, incluso, me encargue yo mismo de ese estudio, para evitar que caiga en las manos de uno de esos jóvenes pedantes al uso de hoy: uno de esos cursis pueblerinos, remozados en un agua bautismal de borrajas freudo-seudo-lacanianas, uno de esos engolados tontos del ano que nos abruman con sus semioleches.
El texto tiene casi cuarenta años. Se trata de un fragmento de la Autobiografía de Federico Sánchez, de Jorge Semprún, premio Planeta en 1977 y uno de los dos mayores éxitos editoriales de la Transición (el otro, un año después, fue Gárgoris y Habidis, de Fernando Sánchez Dragó). Los autores eran dos veteranos excomunistas, y sus lectores, en su mayoría, jóvenes tránsfugas del PCE y de la extrema izquierda del último decenio del franquismo.
Ambos libros han pasado a la industria cultural como expresiones máximas del desencanto, término que se tomó del título de una película –estrenada en 1978– de Jaime Chávarri, hijo de Marichu de la Mora, y que curiosamente nada o muy poco tenía que ver con la generalizada apostasía de la izquierda burguesa a la que se aplicó, aunque dos de los personajes del famoso documental, cameos de sí mismos, habían militado brevemente en el PCE siendo estudiantes.
El desencanto se refería muy explícitamente al derrumbe de la cultura franquista, tanto de la nacionalcatólica como de la falangista, personalizada en Leopoldo Panero, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco e, implícitamente o en deixis fantasma, también en Dionisio Ridruejo, del que la mamá del director había sido musa juvenil, alegre y faldicorta.
Pues bien, contra lo que Semprún pronosticaba, ni él ni ningún excomunista de su cuerda, y menos aún ningún cursi pueblerino, escribió ensayo alguno sobre el lenguaje comunista. Lo que sí se escribió durante la transición y después fue mucho ensayo sobre el lenguaje del franquismo (el último en ver la luz ha sido un póstumo sobre la retórica de Falange escrito por uno de los más grandes amigos de Federico Sánchez y, más tarde, de Jorge Semprún: Javier Pradera).
Lo que produce perplejidad. En efecto, ¿por qué nadie escribió, ni en Harvard ni en Sigüenza, demoledores análisis del lenguaje comunista hispánico, similares a los que escribieron Solzhenitsyn, Leys o los «nuevos filósofos» del lenguaje comunista soviético, chino o francés? No se me ocurre más que una explicación: una vez culminada la transición y reducido el PCE a una reliquia histórica, como los federalistas en la II República, los antiguos comunistas reinsertados en otros partidos más saludables, y en particular en el PSOE, se dieron cuenta de que su principal capital político se hallaba en su antigua militancia antifranquista en el PCE o en la extrema izquierda.
Desvelar el carácter esotérico, pseudorreligioso y sobre todo mendaz del lenguaje comunista habría sido apedrearse el tejado. Cabía, es cierto, como hizo algún tonto del ano, abjurar de la ideología y reivindicar la fe, el ardor y el sacrificio. Pero nadie llevó la abjuración al extremo del análisis. A consecuencia de tal prudencia inhibitoria, el relato heroico, o sea, la épica antifranquista de la socialdemocracia española, se tiñó de lenguaje comunista hispánico. Y en esas estamos todavía.
ABC – 22/05/16 – JON JUARISTI