Miquel Escudero-El Correo
La experiencia dicta que Pedro Sánchez no es creíble y que no merece crédito; esto no va de derechas o de izquierdas, sino de coherencia y de respeto. Comenzó mintiendo en la moción de censura a Rajoy (un tipo que siempre se ponía de perfil en los momentos importantes) al anunciar unas elecciones inmediatas que no convocó. Y por 7 votos ha girado 180º su rechazo a la amnistía de los condenados por malversación de fondos públicos, que derogaron el Estatut y la Constitución y soliviantaron a los catalanes. Un medio afín al Gobierno omite la impunidad decretada a quienes insisten en que volverán a hacerlo y siempre la denomina ‘ley del perdón’.
Sánchez perdió las elecciones generales pasadas, pero no ha dejado de repetir que «el pueblo español votó mayoritariamente por el avance» (sí, claro, por el avance del separatismo y del bloqueo). También en su reciente carta ha insistido en que nunca ha tenido apego al cargo, pero que sí lo tiene al deber, al compromiso político y al servicio público. ¿Es posible?
Al destaparse los casos Rubiales y Koldo, han asomado las conexiones de Ábalos y un posible tráfico de influencias de la esposa del presidente. La culpa siempre es de la derecha y la ultraderecha (que ha crecido de qué modo con él). Pero en democracia todo se ha de dilucidar.
Allen Newell y Herbert Simon estudiaron la toma de decisiones y la manipulación de símbolos. En 1957 ofrecieron un sistema de procesamiento de información capaz de aprender y adaptarse, lo llamaron GPS. No es el conocidísimo geolocalizador, sino el ‘solucionador general de problemas’. Desde el suyo particular, Sánchez nos conduce hacia el mundo bananero.