Ignacio Camacho-ABC
- Los espiritistas políticos detectan el espectro de Iglesias tras la presión de Podemos contra su propio Gobierno
Entre los médiums y nigromantes del Madrid político, expertos en descubrir presencias póstumas de desaparecidos, corre la especie de que ha sido detectado el espíritu de Pablo Iglesias comunicándose a través de la ouija con la dirección de Podemos para susurrarle consejos de estrategia. Los socialistas ven el fantasma del exvicepresidente detrás de ciertas decisiones de sus socios, en concreto la presión para subir el salario mínimo, la exigencia de medidas intervencionistas sobre el recibo de la luz, con amenaza de manifestaciones incluidas, y la presentación unilateral de una proposición de ley para crear una empresa pública de energía. La crisis eléctrica ha desatado en la izquierda un pulso de influencia y esa clase de iniciativas no parecen surgidas del ala morada del Consejo de Ministros, sino inspiradas desde fuera. Recuerdan demasiado a los órdagos con que el líder dimitido incomodaba a Sánchez durante el período más crudo de la pandemia. En Moncloa escuchan psicofonías, voces de ultratumba, y empiezan a dudar de que el caudillo abdicado se haya cortado realmente la coleta. Los pretorianos del sanchismo atisban bajo su reconversión como tertuliano una maniobra para incrementar megáfono en mano el desafío de fuerza mediante una pinza simultánea de tensión institucional y crítica externa.
Cualquier análisis de este principio de curso identifica señales de que en el seno de la coalición ha comenzado antes de tiempo un baile que los dos partidos aliados preveían para unos meses más tarde. La escalada de precios energéticos ha precipitado los primeros pasos hacia lo que Agustín Valladolid llama ‘el desenganche’, la carrera a ver quién se desmarca antes. El desenlace no será inmediato porque una legislatura larga les conviene a ambos, que a día de hoy perderían el poder en caso de comicios anticipados. Pero Iglesias y su entorno saben que la carestía de la luz les hace mucho daño porque siempre ha sido, junto a los desahucios, uno de sus argumentos electorales emblemáticos. Y han olido el descalabro que les espera si se quedan cruzados de brazos ante un presidente henchido de aires cesáreos y dispuesto a impostar un giro centrista rodeado, como el martes, de financieros y empresarios. Los movimientos de estos días no son de ruptura sino de amago; escarceos para marcar territorio y demostrar a Sánchez que aún le pueden amargar el mandato si se empeña en gobernar a su aire y en solitario.
Hay tres mensajes de fondo en esos conatos. El primero es que en Podemos no existe un vacío real de liderazgo sino un desplazamiento del centro de decisión al segundo plano. El segundo, que los 120 diputados del PSOE siguen siendo un equipaje precario para aguantar dos años. Y el tercero, que el esquema Frankenstein representa la única alternativa -ahora y en 2023…ó 24- para un jefe de Gobierno prematuramente achicharrado.