EL CONFIDENCIAL 28/06/16
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· La victoria del PP, en consecuencia, se debe dimensionar por sus propios logros y por los deméritos ajenos, y así hay que considerar que su resultado fue de importante magnitud
Los triunfos propios se miden también por las derrotas ajenas. El PP ganó las elecciones el 26-J de una manera más contundente de lo que expresan el número de diputados (137) y de votos (7.906.185). Porque todos sus adversarios retrocedieron de las posiciones del 20-D. Además, la gran operación de fondo de la izquierda populista -Unidos Podemos- fracasó estrepitosamente, de tal manera que se vino abajo todo el ‘storytelling’ de un Pablo Iglesias que desde ayer es lo más parecido a un boxeador noqueado.
El PSOE salvó los trastos con una ligera recesión en votos pero severa en escaños (cinco), rebajando más aún su suelo, y Ciudadanos cedió ocho escaños y 400.000 votos que regresaron a los populares, quienes, además, pescaron en otros caladeros. La victoria del PP, en consecuencia, se debe dimensionar por sus propios logros y por los deméritos ajenos, y así hay que considerar que su resultado fue de importante magnitud. Sin embargo, la aritmética no engaña: el PP deberá negociar para que Rajoy obtenga la investidura en primera o segunda vuelta.
El veto al presidente popular podría seguir manteniendo algún sentido si parlamentariamente hubiera una alternativa a un Ejecutivo del PP
El resultado, en todo caso, es que Rajoy salió personalmente reforzado. Hasta el diario ‘El País’, que, en su momento, pidió la renuncia del presidente en funciones, decía el lunes en su editorial lo siguiente: “Seguimos creyendo que la retirada de Rajoy facilitaría ese proceso [de formación de Gobierno], pero asumimos que el presidente verá este resultado como una reivindicación personal”. Sin embargo, esta especie de refrendo al presidente en funciones sigue siendo compatible con la denominada ‘cuestión Rajoy’, que consiste en la negativa de sus posibles socios a mantener los dos mecanismos de bloqueo a un pacto de gobierno que, obviamente, correspondería liderar al PP.
El veto al presidente popular podría seguir manteniendo algún sentido si parlamentariamente hubiera una alternativa a un Ejecutivo del PP. No la hay. Los socialistas -con buen criterio- no van pactar con un desconcertado UP que, para lograr mayoría, requeriría adiciones independentistas catalanas. El PSOE se instala en la oposición y lo mismo harán Iglesias y su grupo. En otras palabras: no hay opción a un Gobierno de Rajoy y no reparar en ello nos arriesga a unas terceras elecciones que, en este momento, son una hipótesis inverosímil. Bajo ningún concepto, en el actual contexto, Rajoy va a resignar su cargo ni su partido le va pedir que lo haga.
La conclusión ha de ser la de entender que (‘vox populi, vox dei’) hay que revisar la estrategia y plantear la negociación con el PP en otros términos que no sean personales sino programáticos. O sea, hay que acabar con la ‘cuestión Rajoy’ porque persistir en ella nos conduce a un planteamiento tan estéril como lesivo a los intereses colectivos.
Sostener el veto haría daño a Ciudadanos -que mantiene un espacio electoral de tres millones de votantes-, no interesa tampoco al PNV (cinco escaños), que en octubre puede necesitar en el País Vasco al PSE y al PP en la Cámara de Vitoria, no favorece a Coalición Canaria (un escaño) y el diputado de Nueva Canarias, coaligado con el PSOE, que sumaría con los demás grupos la mayoría absoluta (176), adquiriría un extraordinario protagonismo. Sin requerir, así, asistencia del grupo parlamentario socialista que a todos conviene se fortalezca para seguir restando espacio a la coalición populista de Iglesias y Garzón. El fin de la ‘cuestión Rajoy’ hay que valorarla, a mayor abundamiento, en el contexto internacional. En particular, en el creado por la salida del Reino Unido de la UE, que tendrá, además, consecuencias políticas de gran calado, como un segundo referéndum en Escocia que excitará los ánimos del secesionismo catalán.
En estas condiciones, no hay que demorar más allá de lo imprescindible formar Gobierno, estudiar y aprobar los Presupuestos Generales de 2017 y lanzar una XII Legislatura, probablemente corta, pero que debiera ser reformista y regeneradora. Y un par de cosas más: parece ya del todo claro que la izquierda tuvo su oportunidad el 20-D y la desaprovechó; y parece claro, asimismo, que los electores del PP consideraron que el castigo a su partido fue suficiente en diciembre pasado y que convenía reflotarlo en este ‘momento populista’ felizmente frustrado en España. En muchas ocasiones, el patriotismo ha de ser pragmático, aunque resulte un poco mediocre.