Iñaki Unzueta-El Correo

  • Nacer en Cataluña o Euskadi no puede justificar privilegios

En ‘La razón en marcha’, libro de conversaciones de Julio Valdeón con Félix Ovejero, este último cuenta el desorden teórico e ideológico del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero cuando en 2004 accedió a la presidencia del Gobierno. Una vez en La Moncloa, trata de reforzar su programa y empieza a hablar de socialismo liberal. Un periodista se confunde y escribe «socialismo libertario», y el equipo de Zapatero se hace eco de ello y empieza a teorizar sobre ese concepto. Posteriormente, Félix Ovejero, defensor del republicanismo, publica un artículo sobre el «socialismo libertario» de Zapatero: «Proclamarse comunitarista y liberal, dice, es como pretender ser a la vez monárquico y republicano (…). Esas maneras intelectuales no propician la limpieza mental y podrían llevar a pensar que lo que se busca es apuntarse a todas las causas (…). Lo que vale para todo es como una brújula desquiciada, no sirve para nada». El artículo de Ovejero llega a la dirección del PSOE y, poco después, Zapatero en una entrevista sale hablando de republicanismo y su equipo intenta ponerse en contacto con Ovejero.

Socialismo liberal, socialismo libertario, republicanismo… Zapatero rebuscando en el supermercado de las ideologías. ¿Y ahora qué? En la convención política celebrada recientemente, parece que no ha habido cambios significativos y el PSOE se afirma en el republicanismo; pero, sin embargo, a mi entender, su trayectoria y sus propuestas contradictorias refutan los principios fundamentales del republicanismo.

Desde la perspectiva republicana, el principio formal y material de la democracia es la comunidad constituida sobre el mutuo reconocimiento como iguales y con los mismos derechos. Las personas, además de compartir ciertos valores y poder llegar a determinados acuerdos, hacen llegar sus argumentos y su voz a los otros, de tal modo que llegue a ser posible una comunidad compartida. La democracia, dice Hartmut Rosa, «se basa en la promesa de que debe ser y será posible configurar en común el mundo en que vivimos, de modo que podamos reconocernos y reflejarnos en ese mundo que a su vez nos responde».

Una comunidad así configurada presupone una forma de gobierno que solo será legítima si existen razones convincentes de que sirve al bien común, idea regulativa, particular forma de relación que se establece con el entorno vital compartido institucional y materialmente y con los otros miembros de la comunidad. Sin embargo, el PSOE rechaza explícitamente la configuración en común de la comunidad: ha levantado un muro contra el PP y ha asumido la tesis de Pablo Iglesias de que este partido no gobierne nunca más. Entretanto, se adhiere a la noción liberal e individualista de democracia, pues su objetivo es la articulación e imposición de intereses particulares.

Por otro lado, la concepción republicana de libertad se basa en el no sometimiento a un poder arbitrario. El Estado, las leyes, prohíben hacer ciertas cosas, impiden que el autócrata actúe arbitrariamente, de modo que la ley se convierte en garantía de libertad. La monarquía sometida a la ley es una monarquía republicana. Para el republicanismo no existe oposición entre libertad y democracia; el voto y la voz no son meros medios para lograr determinados fines, sino instrumentos para llegar a los otros, relacionarnos con ellos y así lograr una comunidad compartida.

Sin embargo, el Gobierno de Sánchez cerró ilegalmente el Parlamento suspendiendo derechos fundamentales, coloniza el Poder Judicial, degrada el Legislativo con el nombramiento de cargos sesgados ideológicamente, abusa del decreto ley, lleva las negociaciones a mesas extraparlamentarias, evita las comparecencias y cuando lo hace es para criticar a la oposición. Sánchez reduce la política parlamentaria a la agregación de votos y al logro de objetivos. La política (republicana) atiende al bien común y por medio de argumentos solventa los desacuerdos y toma las decisiones más adecuadas para garantizar la vida colectiva.

Finalmente, el tercer elemento constitutivo del republicanismo es la igualdad. El republicanismo se adhiere al lema siguiente: «Ninguna desigualdad (es justa) sin responsabilidad». Las únicas desigualdades justas son las que derivan de acciones que son responsabilidad de los individuos. Todas las demás, imputables al buen o mal azar (lugar de nacimiento, incapacidad, etcétera), son injustas. Dice Stephan Lessenich «que el reconocimiento mutuo como ciudadanos iguales y con los mismos derechos debe implantarse (…) contra las prácticas sociales de ‘othering’, que consiste en construir una alteridad como vía para que la propia identidad se pueda afirmar a sí misma».

Nacer en Cataluña o en el País Vasco no puede justificar privilegios. El PSOE ha pasado de la igualdad a la diferencia. El republicanismo no entiende de acuerdos con partidos excluyentes y reaccionarios que combaten la ciudadanía compartida.