Siempre creí que el bipartidismo era un sistema razonable para España, una estatua con dos patas, derecha, izquierda y una tercera fuerza que hiciera el papel de bisagra, pongamos que hablo de Ciudadanos, hasta que Albert Rivera desdeñó el papel para disputarle la jefatura de la derecha a Mariano Rajoy. El error en el calibre tuvo consecuencias fatídicas: pasar de 57 diputados a diez y de aquí a cero. Eso sin contar con el error en Cataluña: de ser el primer partido con 36 escaños a ocupar un honroso séptimo lugar con seis.

El PSOE alcanzó el día 4 sus peores resultados históricos en Madrid. Esta es una acreditada especialidad de Sánchez, que vino a disputar a Arthur Mas el título de ‘increíble hombre menguante’ al empeorar sus resultados una elección tras otra. Se hizo cargo del partido con el mínimo de Rubalcaba en unas legislativas, 110 escaños, lo rebajó en 20 escaños en 2015 y en otros cinco en 2016.

Perder frente a Ayuso ya era un trago, pero estaba en la lógica del bipartidismo. Lo que ha tenido que sentar peor en el PSOE es haber sido relegado al tercer puesto por el zangolotino Errejón, un Iglesias con más querencia por el aseo personal. La diferencia estaba en la ducha diaria del primero, un sin partido, un populista que tenía por modelo a Laclau y su agregación de descontentos, mientras el segundo practicaba sus abluciones en los lavabos de los bares de copas, mientras esperaba a sus ligues si había suerte. Pablo Iglesias  definía a su antiguo camarada como un tipo que se emocionaba al contemplar un retrato de Evita Perón. Pablo era más partidario de Cristina Fernández de Kirchner, a quien llamaba ‘reina’ en su programa de ‘La Tuerka,’ otro nivel, era más desaliñado en todo.

Ayuso proponía durante la campaña que si tanto preocupaba a la izquierda un posible pacto con Vox, lo mejor que podían hacer era votar por ella. La propuesta, que llevaba cierta retranca irónica, fue tomada en serio por gentes de buena intención que vinieron a proponer lo mismo, sin tener en cuenta que la cuesta abajo socialista no es solo en términos de votos; también en el terreno moral va a tumba abierta. En las elecciones municipales de 2015, Esperanza Aguirre ofreció la alcaldía al candidato socialista, Antonio Miguel Carmona, que había quedado tercero tras el PP y Más Madrid, pero Sánchez no se lo permitió: él quería como alcaldesa a Manuela Carmena. De igual manera habría sido inútil que Albert Rivera le hubiera ofrecido sus 57 escaños para conseguir una mayoría de 180 escaños. Sánchez prefería pactar con Iglesias y a partir de los 165 que sumaban ambos pactar una geografía variable con nacionalistas catalanes y vascos de uno y otro signo.  Al doctor Fraude le estorba el PSOE, por eso ha puesto a Adriana Lastra, esa inutilidad, a ajusticiar políticamente a Leguina y a Redondo. Carmona, que aún guarda memoria de 2015, estuvo pertinente: “Si echan a Leguina y a Redondo se irán del PSOE 20.000 militantes (quizá debió decir afiliados) y un millón de votantes”. La cuestión es si quedan aún socialistas en Ferraz y si estos están dispuestos a defender la casa. Mientras, este PSOE (Sánchez, Lastra, Ábalos, Calvo, ¡Virgen Santa!) es perfectamente inútil para cualquier objetivo decente, aunque Casado no debe creer que lo de Ayuso le refleja a él en el futuro.