Ignacio Varela-El Confidencial
Si el acuerdo entre ambos se frustra, no será por los escrúpulos de Sánchez sino por las contracciones del grupo independentista, que está jugando dos partidos al mismo tiempo
No es totalmente seguro —aunque sí muy probable— que Esquerra Republicana de Cataluña entregue la investidura a Pedro Sánchez. Pero si finalmente el acuerdo se frustra, no será por los escrúpulos de Sánchez sino por las contradicciones del partido independentista. Este juega dos partidas a la vez: la de asegurarse en Madrid el Gobierno más favorable para sus planes y la de ganar las elecciones catalanas. El escollo está en que lo que ha de hacer para lo primero pone en peligro lo segundo, y viceversa. Sus enemigos domésticos (Puigdemont y la CUP) le harán pagar el precio de querer mandar en los dos lados del conflicto.
La sentencia del Tribunal Supremo construyó la teoría de que lo perpetrado en Cataluña en el otoño de 2017 fue una gran simulación que solo buscaba obligar al Gobierno de España a negociar. Si se da por buena esa tesis que ya es jurisprudencia, puede concluirse que los sublevados están a punto de conseguir el objetivo con dos años de retraso. Con una propina fastuosa: la primera pieza que se cobrarán los independentistas de ERC en esa negociación no será el futuro Gobierno de Cataluña sino el de España. Buscando capturar una torre, les entregaron la reina.
Cuando esa negociación desemboque en un acuerdo que integre a ERC en la mayoría parlamentaria del Gobierno, será imposible convencer a nadie en Europa de que estamos ante unos delincuentes que trataron —y siguen tratando— de derribar el orden constitucional. Si esos señores de ERC son tan respetables como para poner en sus manos la estabilidad del Gobierno de la nación, ¿qué hace su jefe en la cárcel? ¿Qué clase de país es el que condena por sediciosos a unos dirigentes políticos y a continuación los convierte en aliados y sostén de su Gobierno?
No es ese el único beneficio que el separatismo obtendrá del acuerdo. Con Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros y ERC en la mayoría gubernamental, la segunda fase del ‘procés’ queda blindada y el Estado —al menos, el poder ejecutivo— se habrá atado a sí mismo de pies y manos.
El núcleo político del pacto es obvio: ERC no precipitará declaraciones unilaterales de independencia ni convocará a corto plazo referendos ilegales; a cambio, tendrá manos libres para gobernar en Cataluña sin restricciones, hasta lograr ese 60% de independentistas que Iceta les señaló como el momento en que el Estado tendría que capitular.
Mientras tanto, la doble llave de Podemos en el Gobierno y los 13 escaños decisivos de ERC les proporcionan varios cinturones de seguridad:
a) Suceda lo que suceda en Cataluña, es impensable que un Gobierno con Podemos recurra al 155 o a cualquier otra medida excepcional. Hacerlo quebraría inmediatamente la unidad del Consejo de Ministros y de la mayoría parlamentaria, poniendo fin a la legislatura.
b) El pacto PSOE-Podemos-ERC rompe definitivamente el antiguo bloque constitucional e incomunica al PSOE con el centro derecha. Ni el PP ni los restos de Ciudadanos pueden permitirse colaborar en nada con esa clase de Gobierno. El Partido Socialista se habrá condenado a sí mismo al frentismo, una operación suicida a medio plazo.
c) Tampoco podrá un Gobierno semejante seguir recurriendo al Tribunal Constitucional las decisiones ilegales del Gobierno o del Parlamento de Cataluña sin enajenarse a sus aliados.
d) Desde que se sabe que Sánchez solo acudirá a la votación en el Congreso cuando tenga asegurada la victoria, la fecha de la investidura —y con ella la administración de los plazos constitucionales— está también en manos del inquilino de Lledoners, que puede estirar la negociación y prolongar la interinidad tanto como le convenga.
Acreditada internacionalmente la causa secesionista por el propio Gobierno español, encadenado por sus socios y enfrentado a sus apoyos naturales en la defensa de la Constitución, Sánchez seguirá habitando en la Moncloa, pero será un simulacro de gobernante. Al menos, en lo que se refiere al problema más grave que tiene España.
Se olvida con demasiada facilidad que ERC es el partido de Forcadell, la presidenta del Parlament que derogó en una negra tarde de septiembre la Constitución y el Estatuto. El de Oriol Junqueras, actual presidiario y antes diseñador y organizador del referéndum ilegal del 1 de octubre. El que impidió a Puigdemont convocar elecciones y lo empujó a declarar la independencia. El más beligerante contra la monarquía parlamentaria. Un partido genéticamente desleal, que desde su fundación no ha dejado nunca de traicionar a sus aliados (incluido el propio Partido Socialista). Una organización reaccionaria, algunos de cuyos textos —no tan lejanos— destilan puro supremacismo.
La negociación y el acuerdo que el PSOE se disponen a deglutir políticamente lo que hicieron los del 1 de octubre. Lo que es mucho peor, protegen lo que hagan a partir de ahora —al menos, mientras la permanencia de Sánchez en el poder dependa de ellos—.
Que el Partido Socialista se someta voluntariamente al abandono de todo lo que lo fundamentó para preservar el poder omnímodo de una persona es incomprensible. No basta para ello con el aventurerismo de un líder sin escrúpulos; se precisa la complicidad sumisa de centenares de dirigentes que hoy no resistirían la confrontación con sus convicciones (?) de hace solo unos meses.
Es posible que, por haber ganado precariamente dos elecciones, hayan llegado a pensar que la sociedad les ha dado patente de corso para cualquier cosa, o que el olvido propio de nuestro tiempo hará su trabajo y podrán seguir siendo históricamente impunes. Grave error: nada es tan frágil en la política como la confianza. Ni tan difícil de recuperar cuando se pierde con motivo.
El PSOE está comprando pan para hoy y hambre para mucho tiempo. Este tinglado reventará más pronto que tarde, y la factura será tremenda. Cuando Pedro Sánchez salga del Gobierno, el Partido Socialista —o lo que quede de él— tardará mucho en regresar al poder. Porque malgastar tu propia legitimidad histórica poniéndola al servicio de quien no la tiene ni la merece, en una aventura objetivamente dañina para el país, es algo que no se perdona fácilmente. Ni siquiera en una sociedad amnésica.