LIBERTAD DIGITAL 08/07/13
JOSÉ GARCÍA DOMÍNGUEZ
Ni con España ni contra España. El PSOE, siempre en el justo medio, tal como prescribía el gran Aristóteles. Exquisita equidistancia, la de Rubalcaba, que le obliga a sacar de vez en cuando el sonajero del federalismo por ver de tener contentos a los catalanistas. Como ahora, sin ir más lejos. La manida cantinela del federalismo es lo que Jiménez de Asúa llamó el «fetichismo de un nombre» durante las constituyentes de la República. Porque no otra cosa más que puro blablablá nominalista encierra ese afán suyo por convertir en una federación de iure a un país, España, que lo es de facto. Empeño inútil, por lo demás.
Inútil porque ningún orden jurídico que consagre la igualdad entre todos los españoles complacerá jamás al nacionalismo catalán. Ninguno. En el fondo, el problema de la izquierda es que no ha acabado de comprender la naturaleza última del movimiento catalanista. Un movimiento cuya almendra doctrinal resulta por esencia incompatible con la doctrina federativa. Por algo la Lliga de Prat de la Riba siempre se proclamó abiertamente contraria a la idea federalista. Lo mismo, por cierto, que Valentí Almirall, su adversario por la izquierda. Contra lo que se empecina en creer la progresía mesetaria biempensante, el federalismo y el catalanismo son como el agua y el aceite.
Así, en tiempos cupo ser catalanista y autonomista, aunque sus partidarios representan ahora una especie en vías de extinción. E igual resulta posible confesarse catalanista y, a la vez, proclive a un apaño confederal con España; he ahí el atildado funambulista Duran Lleida. Huelga decir que también procede un catalanismo independentista, el mayoritario a día de hoy. Cabe todo menos esa contradictio in terminis, el catalanismo federalista que dice abrazar el PSOE por ósmosis con el PSC. Porque nada resulta más ajeno al particularismo catalanista que el espíritu igualitario del federalismo. Bien al contrario, su afán nivelador representa la antítesis. Recuérdese que el fundamento jurídico de todo Estado federal no es un pacto entre los territorios que lo componen sino una constitución que emane de la soberanía de la que son titulares los ciudadanos. Los ciudadanos y solo los ciudadanos. Y es que en román paladino el federalismo tiene un nombre: se llama café para todos.