LIBERTAD DIGITAL 13/03/17
EDITORIAL
· El problema, hoy por hoy, es el PSOE, un partido sin fuerza ni norte, entre la espada de Podemos y la pared del PP, que no tiene coraje ni ideas para volver a ser lo que fue.
Por fin, la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, ha anunciado que va a presentar su candidatura a la Secretaría General del PSOE, que quedará en manos de quien resulte vencedor en las elecciones primarias que los socialistas celebrarán en mayo. Por el momento son tres los aspirantes: el derrocado Pedro Sánchez, el efímero presidente del Congreso Patxi López y la propia Díaz, cuya puesta en escena como candidata tendrá lugar el próximo día 26 en Madrid.
Díaz viene sonando como lideresa del PSOE desde hace ya bastante tiempo; pero el caso es que no acaba de consolidar su posición. Paradójicamente, el golpe de mano que había de catapultarla, la defenestración de Pedro Sánchez, no contribuyó a tal propósito sino que hundió su popularidad entre buena parte de las bases socialistas, que la juzgaron una maniobrera sin escrúpulos capaz de cualquier cosa por el poder, como dar su tácito consentimiento a la permanencia de Mariano Rajoy en la Moncloa y, por consiguiente, echar a perder un Gobierno frentepopulista con casi todo lo que está a la (extrema) izquierda del PSOE. La mala imagen de Díaz entre los votantes socialistas es tal que, según una reciente encuesta, sus partidarios no llegan siquiera el 20%, lo que hace de ella la candidata con menos respaldo de los tres, muy por detrás de López (32%) y, sobre todo, de Sánchez (44%).
Ciertamente, la caudilla andaluza poco tiene que ofrecer. Llegó a la alta política de la mano de los tóxicos Manuel Chaves y José Antonio Griñán, en las elecciones autonómicas que debían consolidarla no consiguió sino salvar los muebles y su gestión está siendo –siendo generosos– mediocre. Ni mucho menos está resultando el revulsivo que necesita Andalucía para salir del marasmo que la mantiene a la cola en casi todos los indicadores socioeconómicos de desarrollo, y no parece que vaya a serlo en adelante. Díaz tiene carencias de todo tipo y no se rodea de genios, precisamente. El hecho de que haya llegado a donde ha llegado es una prueba elocuente del ínfimo nivel de la clase política española.
Que se haya presentado como una suerte de baluarte frente a la extrema izquierda liberticida de Podemos no convierte a Díaz en estadista. Díaz no es buena gestora, no es valiente y –cómo lo resienten tantos socialistas– no parece de fiar. Ni siquiera en lo de impedir que los neocomunistas tomen el poder: si vende como vende a sus correligionarios, qué no haría con unos rivales políticos (PP y Cs) cuando pudiera rentarle convertirlos en enemigos. Ni siquiera sus protestas de españolidad suenan sinceras: los papelones que hace cuando le toca lucir palmito con los capitostes del PSC serían de no creer si no fueran tan habituales en el PSOE.
Con todo, el problema no es Díaz. El problema es un PSOE que no es capaz de generar otros líderes que la cachorra de Griñán y Chaves o los igualmente impresentables Sánchez y López. El problema, hoy por hoy, es el PSOE, un partido sin fuerza ni norte, entre la espada de Podemos y la pared del PP, que no tiene coraje ni ideas para volver a ser lo que fue.