ROSA DÍEZ – EL MUNDO – 06/09/16
· La autora analiza la encrucijada en la que se encuentra el socialismo español, obligado a elegir entre dos opciones que conllevarían, bien la fractura interna entre los dirigentes y los militantes, bien el desahucio de Sánchez.
Resulta imposible ser original a la hora de analizar la larga y penosa situación por la que atraviesa España desde que se celebraron las elecciones en diciembre del pasado año. Imposible no repetirse tanto como lo hacen las personas que se nos acercan con una única pregunta: «Y ahora, ¿qué?». Todas las palabras parecen estar dichas ya; todas las hipótesis han sido repetidas y repasadas en estos nueve meses que dura el espectáculo de un país que languidece sin gobierno y, lo que es peor, sin esperanza. Todo lo que pensamos que no podría pasar… pasó. Y nuestras peores expectativas sobre el comportamiento de nuestros dirigentes políticos han sido superadas con creces.
Tras meses de teatro y farsa continua en los distintos escenarios del Congreso de los Diputados hemos comprobado que esa especie de políticos que pensaban en su país antes que en su partido se ha extinguido en España. Diré más: el proceso de degeneración es tal que han pasado a ser cosa del pasado hasta los políticos que toman las decisiones pensando en el futuro de su partido antes que en el suyo propio.
No creo que tenga mucho sentido especular sobre lo que puede ocurrir en las próximas semanas, ni sobre si iremos nuevamente a las urnas en diciembre, porque la experiencia nos demuestra que por mucho que nos esforcemos en imaginar lo que son capaces de hacer siempre podrán sorprendernos… a peor. Pero sí tiene sentido que tomemos conciencia de lo que ya hemos perdido como país por la insensatez y la mediocridad de unos dirigentes que han demostrado estar muy por debajo de las necesidades de España y de la confianza que les han otorgado los españoles.
Tiene sentido que recordemos que hemos perdido unos meses preciosos para iniciar la recuperación política y económica de nuestro país y para dar un horizonte de certeza y esperanza a los españoles. Tiene sentido –y mucho– que seamos conscientes de que lo que nos ha ocurrido, lo que hemos perdido, no es consecuencia de una maldición que haya caído sobre nosotros o de una imprevista catástrofe natural, sino que es responsabilidad de una clase política con nulo sentido de Estado y ninguna ambición de país.
Sabido es que España no es país para patriotas; no es que sea poco rentable en términos políticos hacer un discurso nacional (salvo que seas nacionalista y hables del país pequeño, de la nación fabulada), sino que aquí se castiga a los partidos o dirigentes políticos que anteponen los intereses de su país a los de su partido y, por supuesto, a los suyos propios. E incluso resulta incomprensible y criticable para los hacedores de opinión –y para la opinión pública, por tanto– toda decisión política que no se puede explicar en clave electoral.
Pero quiero creer que no todo está perdido y que hay un número suficiente de políticos en ejercicio con el valor suficiente para actuar al margen o por encima de sus siglas, capaces de recuperar la buena política y de tomar decisiones pensando en el futuro de sus hijos. Sirvan pues estas líneas para hacer un llamamiento a quienes tienen en su mano evitar que se prolongue este periodo de inestabilidad creciente y la imposibilidad de tomar las decisiones políticas que España necesita perentoriamente. Porque son muchos los riesgos nacionales e internacionales que nos acechan y porque nadie en su sano juicio debiera de seguir pensando en sí mismo sin evaluar las consecuencias que esa actitud tiene para sus conciudadanos.
Escribe Carlo M. Cipolla en Allegro ma non troppo que no hay nada más peligroso para una sociedad que la estupidez humana. Creo que algo de eso está ocurriendo en España: todos se hacen daño a sí mismos a la vez que fastidian a los 45 millones de españoles a los que tienen la obligación de servir. Pero si se repartieran medallas en estas olimpiadas de la estupidez que está arrasando nuestro país, creo que la de oro se la llevaría Pedro Sánchez. Es verdad que el PSOE lo tiene complicado y que cualquier decisión que tomen tendrá consecuencias políticas y electorales para ellos. Pero la cruda realidad es que desde su catastrófico resultado electoral en diciembre del 2015 sólo pueden elegir entre susto o muerte.
Diré más: no les queda otro remedio que aceptar susto y muerte. Porque los electorales ya han dictado sentencia (por dos veces consecutivas) y les han dejado como único margen la posibilidad de decidir quién muere o se asusta en primera instancia: el dirigente o el partido.
Si Sánchez reconoce el resultado electoral y desbloquea la posibilidad de que España tenga Gobierno sin ir a unas terceras elecciones, será la muerte inmediata para él y el susto para el PSOE, que tendrá que arrostrar las consecuencias de sus múltiples y consecutivos errores políticos y rearmarse desde la oposición para intentar recuperar un discurso nacional y progresista de verdad que hace mucho tiempo perdió por el camino. Si Sánchez se mantiene en sus trece y provoca unas terceras elecciones –además de ayudar de forma estúpida a que Rajoy obtenga la mayoría absoluta en las urnas– será la muerte para el PSOE y el susto para Sánchez, que por otra parte no conseguirá sino alargar su propia agonía.
En esta encrucijada en la que se encuentra el Partido Socialista Obrero Español me pregunto si en ese partido hay el número suficiente de militantes, diputados y dirigentes capaces de darse cuenta de la deuda que están adquiriendo con España por no comportarse como lo que otrora fue el socialismo español: un partido de orden, profundamente transformador y radicalmente democrático. Mi pregunta es si en el PSOE de hoy habrá suficiente masa crítica –o suficiente cuajo– para obligarle a Sánchez a poner el país por delante de su desahuciado futuro.
Rosa Díez es co-fundadora de Basta Ya y de UPyD.