Iván Gil-El Confidencial
Las infructuosas negociaciones sobre la formación de gobierno entre PSOE y Podemos quedan enterradas por la consulta a las bases de la formación morada para ratificar el rechazo a la investidura
Las infructuosas negociaciones sobre la formación de gobierno entre PSOE y Unidas Podemos han quedado definitivamente enterradas por la consulta a las bases de la formación morada para ratificar el rechazo a la investidura o, más bien, aplazadas al verano mirando a un segundo intento en septiembre. Durante los últimos días, socialistas y morados ya comenzaron a preparar el terreno para justificar sus respectivas posiciones de cara a la opinión pública, con declaraciones públicas cruzadas a través de los medios, filtraciones y posteriores desmentidos, gestos de cara a la galería y, en definitiva, más guerra por el relato que voluntad negociadora, dado que es fundamental para llegar a cualquier acuerdo político mantener la discreción y no alimentar la desconfianza con palabras gruesas o directamente acusaciones. Con todo, se han cuidado ambas formaciones de dejar puertas abiertas y no quemar todos los puentes. No tanto, en cambio, de trasladar al otro la responsabilidad por el bloqueo.
La guerra por culpar al otro de la situación del fracaso se está intensificando a poco más de una semana para la investidura, que arranca el 22 de julio y remata tres días después con la segunda votación. De su resultado dependerá de cómo se retomarán las conversaciones entre ambas formaciones dentro de los 60 días que marca la Constitución, de quién está más fuerte para condicionar al otro, sin descartarse nada, ni siquiera que el PSOE mantenga su amenaza de convocar nuevas elecciones si no sale adelante en julio. De ahí que los equipos de discurso, unos más que otros, estén ya lanzando argumentarios que poco se diferencian de los mensajes prototípicos de las campañas electorales.
El peor enemigo de Podemos sigue siendo su pecado original de 2016, cuando Iglesias, en rueda de prensa, exigió ser vicepresidente de Sánchez
Especialmente llamativo era el mensaje que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lanzaba este jueves a través de las redes sociales —Twitter—, desviándose de su perfil más institucional: «He llamado a Pablo Iglesias para negociar primero el programa y, después, la composición del Gobierno. Debemos hablar de contenidos y conocer el grado de consenso. Lamentablemente, ha rechazado la propuesta. Seguiremos intentándolo». Tan o más llamativo aún es que Pablo Iglesias, antaño hiperactivo y, en ocasiones, mordaz, en esta red social no le respondiese, ni por este mismo canal ni por ningún otro, hasta que al día siguiente acudió a una entrevista televisiva en Los Desayunos de TVE. Entonces, pausadamente, lo acusó de «faltar al respeto» de sus votantes por limitar su oferta a incorporar al Gobierno solo a independientes vinculados a Podemos o con perfiles técnicos y no de dirección política.
El afán por centrarse únicamente en descargar responsabilidades en el otro ya se hacía evidente este jueves por las diferentes lecturas que hacían desde PSOE y Podemos del resultado de la conversación telefónica —previamente anunciada a través de los medios— entre Sánchez e Iglesias. Los socialistas insistían en la negativa de Iglesias a negociar pese a sus movimientos y supuestas cesiones. Desde Unidas Podemos, por su parte, insistían en su «absoluta disposición» para «empezar de una vez a trabajar», al mismo tiempo que achacaban al PSOE que mantuviese sus «vetos» y «líneas rojas». ‘El que bloquea es el otro, nosotros queremos negociar’, parecían coincidir, aunque en esta fase hay que rebobinar a lo acontecido durante los 75 días anteriores, desde que se celebraron las elecciones generales, para intentar calibrar quién podría convencer mejor a la opinión pública y, en particular a sus votantes con estos mensajes.
El calendario es quizá el peor enemigo del PSOE para este fin. La noche previa a que Unidas Podemos activase la consulta a las bases, los socialistas movían ficha asegurando que «todos los escenarios están abiertos» y pasando de abrir la puerta del Consejo de Ministros a independientes a hacerlo a «perfiles técnicos» de la formación morada. Un movimiento o cesión, según subrayaban desde Ferraz, pero que llegaba cuando habían pasado 75 días de las elecciones y faltaban 10 para la celebración de la investidura. En esas horas hubo más hiperactividad, al menos mediática y retórica, que durante los dos meses y medio previos desde que se celebraron las generales.
A pesar de ello, entre los analistas políticos ya cundía la sensación de que el PSOE no estaba convenciendo con sus argumentos para cerrarse a un acuerdo de coalición, que Sánchez no había rechazado durante la campaña electoral. El resto de formaciones políticas acusaba también al PSOE de inmovilismo y de no trabajarse la investidura, desde el PNV al Partido Popular, pasando por Coalición Canaria, con una Ana Oramas que llegó a reprochar a Sánchez que buscase «humillar» a Unidas Podemos con una propuesta programática que era simplemente una síntesis de su programa electoral. Pablo Casado, por su parte, afeó al presidente del Gobierno en funciones que intentase «proyectar la responsabilidad» de un hipotético fracaso de la investidura en los demás partidos, acusándolo además de internar «forzar unas nuevas elecciones» mediante una «estrategia partidista y personal».
El peor enemigo de Podemos, por su parte, sigue siendo su pecado original de 2016, cuando Pablo Iglesias, en rueda de prensa, exigió ser vicepresidente de Sánchez, sin ni siquiera iniciar negociaciones ni tampoco trasladárselo antes personalmente. El marco de los sillones que ha intentado rescatar el PSOE y del que ahora ha tratado de rehuir Iglesias. No con todo el éxito del esperado, más allá de que en esta ocasión parece más sincera su voluntad de entrar en el gobierno, mientras que en 2016 parecía todo lo contrario, buscando espolear las contradicciones internas del PSOE.
El propio Pablo Iglesias reconocía al periodista Enric Juliana, en su libro de conversaciones ‘Nudo España’ (Arpa), que entonces cometió un error. Y lo explica de una forma que da un buen puñado de claves para interpretar la situación actual: «El segundo error, y aquí entra todo lo demás, es la falta de experiencia a la hora de calcular la batalla por el relato. Nosotros sabíamos desde el principio que el Partido Socialista no iba a negociar jamás un Gobierno con nosotros, y se nos notaba. Si pudiera volver atrás, ahora con más experiencia, llegando exactamente a la misma conclusión, habría tratado de pelear el relato para que eso no se percibiera. Diría: ‘No, estamos convencidos de que el Partido Socialista va a querer negociar con nosotros'».
Iglesias sobre el desacuerdo en 2016: «Sabíamos desde el principio que el PSOE no iba a negociar jamás un Gobierno con nosotros, y se nos notaba»
El líder de Podemos continúa, en referencia a aquella famosa rueda de prensa que detonó cualquier posibilidad de acuerdo con el PSOE, abocando finalmente a una repetición electoral, asegurando que «esa comparecencia respondía a algo que estaba ocurriendo y que nosotros veíamos con poca experiencia. El Partido Socialista estaba haciendo creer a todos los periodistas que había acordado que nos abstuviéramos para apoyar un Gobierno suyo con Ciudadanos. En una muestra de nuestra falta de experiencia, respondimos dejando claro delante de todas los periodistas que queríamos negociar un Gobierno con ellos. En aquel momento funcionó. El problema es el relato que se empieza a construir después y que, pasado el tiempo, resulta muy difícil combatir».
Más aprendizajes y experiencias de las que Iglesias parece haber tomado nota: Cataluña. Si, casi en la misma noche electoral del 20-D, la celebración de un referéndum fue una línea roja para alcanzar un acuerdo con el PSOE, en su conversación con Juliana reconoce que fue un error: «Nosotros entendíamos que había una crisis territorial que debía tener una respuesta política inmediata, y recuerdo que esa noche llegamos a decir que eso no era opinable, que era una crisis que solo podría tener una resolución democrática. Está bien que eso lo diga un historiador o un profesor de ciencias políticas, pero un político no puede pretender convertir las verdades históricas o la justeza del diagnóstico en discurso político». La política siempre gana a la historia. Ahora, Unidas Podemos ha prometido lealtad al Gobierno sobre Cataluña y condicionado a su confluencia catalana para que renunciase por escrito a la petición de un referéndum para facilitar el acuerdo.
La batalla por la opinión pública y por responsabilizar al otro del bloque no ha hecho más que empezar y una vez pasada la investidura fallida habrá que analizar los daños infringidos mutuamente. De ellos y del número de puentes que sigan en pie dependerá cómo y hasta qué punto se pueden reconducir las conversaciones de cara a una segunda investidura en septiembre o si se precipita el abismo del desacuerdo en las izquierdas con otra repetición electoral.