José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

Está bien la moderación de Arrimadas, pero llega tarde, porque Iglesias se ha hecho simbiótico con un poder inmoderado. Cs, en su congreso de estos cuatro días, tendría que hacer la autocrítica pendiente

Ha transcurrido poco más de un año desde la celebración de las elecciones generales del 28-A en las que el PSOE logró 123 escaños y Ciudadanos 57. Y, sin embargo, pese a que ambos partidos sumaban 180 diputados en el Congreso, los comicios se repitieron el 10 de noviembre de 2019. La formación entonces presidida por Albert Rivera se descalabró (se quedó en 10 escaños) y el PSOE perdió tres actas, fracasando en el propósito de fortalecerse frente a Unidas Podemos.

En 48 horas, Pedro se desarmó frente a Pablo y le dio todo lo que entre unas y otras elecciones le había negado. Rivera dimitió jovialmente y el Ejecutivo de coalición entre socialistas y morados ha cumplido ya 100 convulsos días de gestión. Y desde este jueves hasta el domingo, Ciudadanos celebra un congreso telemático para elegir su Consejo General bajo el renovado liderazgo de Inés Arrimadas.

Crisis sanitaria del covid-19 al margen, hoy por hoy, Albert Rivera podía ser el vicepresidente del Gobierno con Sánchez en la presidencia, Luis Garicano, ministro de Economía; Toni Roldán, de Trabajo y Seguridad Social; Marta Rivera de la Cruz, de Cultura, y Edmundo Bal de Justicia. Y constituir así un Gabinete de centro izquierda homologable (el actual no lo es) en la Unión Europea. Los nacionalistas y los independentistas no serían los árbitros de la legislatura y el Partido Popular podría estar haciendo sus deberes de regeneración en una oposición inteligente. Y todo eso hubiese sido posible si Albert Rivera (que, al parecer, asistirá al evento de su partido) no se hubiese flipado consigo mismo.

La realidad es otra: Pablo se ha sentado en donde podría haber estado Albert y Yolanda Díaz, Alberto Garzón, Irene Montero y Manuel Castells ocupan ministerios que, esos u otros, podían haber encabezado profesionales preparados, liberales y moderados. Rivera no quiso porque su desmesura no se lo permitió. La idea no le entusiasmaba tampoco a Sánchez. Pero el catalán no se llegó hasta la Moncloa y le planteó una oferta que el socialista no hubiese podido rechazar. Su quiebro final, a horas de que se consumase la convocatoria de las elecciones del 10-N, resultó un fogonazo caducado de lucidez oportunista del presidente de Cs que erró en todos sus cálculos.

Bien está que Inés Arrimadas haya variado el rumbo del partido, pero ella, mujer inteligente, sabe muy bien que ya es demasiado tarde para recomponer todo lo que Rivera —con su ayuda y la de otros dirigentes— descompuso. Y sabe que, además, aquella conducta, atendiendo al balance de los 100 días del actual Gobierno de coalición, sigue siendo imperdonable (e inolvidable) para millones de españoles.

El ‘nuevo’ Ciudadanos no está en remontada, según las encuestas. Se maneja una cerrada este martes por Metroscopia —de difusión restringida— en la que el PSOE y el PP estarían casi a la par, mientras que Arrimadas no logra que su partido repita los paupérrimos resultados del 10-N. Ese sondeo y seguramente otros que sí se publicarán en los próximos días dejan los efectivos parlamentarios de Cs en apenas ocho escaños en el Congreso.

Y quizás una de las razones de que los intitulados liberales no se rehagan de la catástrofe del 10-N sea que han eludido cualquier autocrítica, que no se han dirigido a los electores que les abandonaron (dos millones) para reconocer que se equivocaron, que no hicieron todo lo que estaba en su mano para evitar la coalición PSOE-UP, que no fueron coherentes con sus propósitos fundacionales, que no regeneraron la vida política como habían prometido, ni tampoco libraron al Estado del yugo al que lo sujetan las fuerzas independentistas y nacionalistas. Y hasta que no lo hagan, no recuperarán el crédito necesario para significarse como una opción electoral relevante.

Es fácil —y un tanto visceral— echarle toda la culpa a Sánchez de que aquel Gobierno PSOE-Cs no fuera posible. Fácil pero, en parte, inexacto. Rivera elaboró un relato desquiciado (“la banda”, “la habitación del pánico”) que no diagnosticó ni medio bien lo que estaba sucediendo en España. Y lo estamos pagando, porque si el secretario general del PSOE hubiese rechazado la oferta de Rivera —que no se produjo—, ahora caería sobre él una responsabilidad adicional a la que comporta su mal gobierno. No es inútil recordar que la gobernanza de España podría ser diferente de la que es. No es estéril recordar los errores que cometieron Rivera y sus colaboradores. Porque de la historia, aunque sea tan reciente, se aprende.

Arrimadas se comporta ahora como debió hacerlo Albert Rivera en la primavera del pasado año. Los moderados en política siempre son necesarios. Pero Pablo ya se ha hecho simbiótico con el poder inmoderado, con el maximalismo populista y con el sedicente ‘constitucionalismo social’. Y el país está en alarma jurídica y en alarma política e institucional, correspondiéndose las tres con una catástrofe sanitaria y socioeconómica. Si en el congreso telemático que se inicia este jueves Ciudadanos no ofrece algo más y mejor que una mera rectificación de gestos y evita elaborar una autocrítica sincera, no habrá olvido del yerro político más grave y decisivo de los últimos 20 años de la historia democrática de España. El de Rivera y Cs.