Daniel Iriarte-El Confidencial
- ¿Qué ha sucedido para que el mito de la invencibilidad de las fuerzas armadas rusas haya saltado por los aires en unas pocas semanas?
En estos días, ha dado mucho que hablar un artículo de opinión publicado en el diario británico ‘The Guardian’ por el excorresponsal de la BBC en Moscú Angus Roxburgh, en el que argumentaba que, por muy justa que sea la causa de Ucrania, seguir armando a Kiev solo servirá para prolongar su agonía e incrementar su destrucción. Algunos comentaristas, especialmente ucranianos, han querido ver en que Roxburgh haya trabajado en el pasado como consultor para el Kremlin un hecho ominoso que explica por qué ahora está repitiendo una de las principales líneas de la propaganda rusa. Pero lo cierto es que no hay nada en el trabajo periodístico de Roxburgh —que es impecable— que indique que se trata de una pluma a sueldo de Putin. Probablemente, alega por la capitulación de Ucrania porque realmente piensa que es la mejor opción para todos, puesto que lo contrario es solamente retrasar lo inevitable, con el consiguiente coste en sufrimiento y vidas.
El problema con esta interpretación —aparte de obviar que es a los ucranianos a quienes corresponde la decisión sobre seguir luchando o no, y ellos siguen pidiendo esas armas— es que ignora todos los hechos militares acaecidos desde el pasado 24 de febrero, cuando la sabiduría convencional todavía asumía que la maquinaria militar rusa era demasiado poderosa y que tarde o temprano su superioridad acabaría por imponerse. La idea estaba tan arraigada a todos los niveles que incluso los servicios de Inteligencia estadounidenses —que acertaron en todo lo demás— consideraron que Kiev caería en dos o tres días. Pero 68 jornadas después del inicio de la invasión, las tropas ucranianas no solo han conseguido resistir, sino que están en modo contraofensiva y en muchos lugares llevan la iniciativa.
¿Qué ha sucedido para que el mito de la invencibilidad de las fuerzas armadas rusas haya saltado por los aires en unas pocas semanas? En una reciente entrevista con la publicación estadounidense ‘The New Yorker’ (titulada de forma bastante explícita “¿Es el Ejército ruso un tigre de papel?”), el excoronel Joel Rayburn, quien trabajó durante un tiempo como enviado especial de EEUU para Siria y tuvo ocasión de estudiar de cerca el trabajo de las tropas rusas, aporta algunas claves. La principal, que a estas alturas no sorprenderá a nadie, es que la operación es un desastre logístico que estaba destinado al fracaso desde un principio, puesto que Rusia en ningún momento desplegó la cantidad de efectivos que habrían sido necesarios para lanzar una gran invasión en cuatro frentes muy alejados entre sí.
Más significativo es el retrato que hace de la tecnología militar rusa: “Los rusos están exportando tanques T-90 y promocionando los tanques Armata, supuestamente la flamante última generación. Pero se presentan en el campo de batalla en el eje de avance hacia Járkov y Chernígov y Kiev con blindados de combate de la Guerra Fría y sin modernizar”, señala. “Así que parece que la industria militar de Rusia estaba dirigida hacia la exportación en lugar de equipar a sus propias fuerzas de tierra con equipamiento moderno”.
Rayburn explica que, aparentemente, la prioridad del Estado ruso era modernizar la fuerza aérea y los sistemas de misiles y antiaéreos, pero que incluso los drones que Turquía ha vendido a Ucrania en los últimos años, mucho menos sofisticados que los fabricados por EEUU, están consiguiendo sobrevolar las posiciones rusas sin dificultad aparente. “Incluso la calidad de las cosas que se han modernizado parece un espejismo. Me parece difícil tragarme que hayan estado gastando 50 o 60 o 70.000 millones de dólares al año en modernizar esas fuerzas y, después de casi 15 años, no hayan conseguido modernizar su flota de tanques T-72 o retirarla. Creo que la conclusión más lógica es que una larga proporción de ese presupuesto se evaporó por la corrupción”, sostiene. Tiene sentido: la corrupción permea todo el sistema del régimen de Putin, y no hay razón para pensar que las fuerzas armadas hayan permanecido al margen, y de hecho existen abundantes evidencias de lo contrario.
El resultado, por ejemplo, es que los sistemas supuestamente impenetrables de comunicaciones seguras dejaron de funcionar el primer día, por lo que las fuerzas rusas se han visto obligadas a coordinarse en abierto, lo que ha llevado a la intercepción constante de sus mensajes tanto por los servicios de Inteligencia ucranianos como por los occidentales. Esto, a su vez, ha permitido a Ucrania eliminar a un asombroso número de altos oficiales rusos sobre el terreno: a la hora de escribir estas líneas, el último recuento es ya de 10 generales rusos muertos.
Algunos expertos han señalado además que el estilo militar de Rusia sigue siendo sorprendentemente similar al desplegado durante la Segunda Guerra Mundial, con un recurso constante a los tanques que requeriría a su vez de un enorme despliegue de infantería para su protección, cosa que no está ocurriendo. En un entorno bélico tan líquido como el del siglo XXI, donde Ucrania utiliza constantemente elementos modernos como pequeños drones y armas antitanque Javelin y NLAW, el resultado está siendo devastador para los rusos. La ratio de bajas es tal que el Ministerio de Defensa británico estima que la moral entre las tropas rusas es bajísima, a lo que también contribuye que Rusia haya vuelto a desplegar en el Donbás a los mismos soldados que retiró de los alrededores de Kiev, tropas ya muy castigadas y erosionadas.
Así las cosas, las perspectivas de un triunfo ruso son cada día más lejanas. Se cree que Putin podría aprovechar las celebraciones del Día de la Victoria el próximo 9 de mayo para declarar que la OTAN ha declarado la guerra a Rusia al suministrar armas a Ucrania, abandonar la farsa de la ‘operación militar especial’ y decretar una movilización bélica general. Eso le permitiría reclutar soldados de forma masiva entre la población rusa y suplir sus problemas actuales, así como poner todos los recursos del Estado al servicio de la guerra. Esa es, de hecho, la opción por la que aboga la cúpula militar rusa, así como el líder del servicio de Inteligencia exterior ruso (SVR), Nikolai Patrushev. Este paso, sin embargo, no está exento de riesgos políticos para Putin, y él lo sabe. Pero más peligroso sería perder la guerra, y, a no ser que Rusia adopte un cambio radical en su forma de encararla, eso es exactamente lo que está sucediendo.