Andreas Umland-El Español
  • La cumbre anunciada entre los presidentes ruso y estadounidense despierta esperanzas de un alto el fuego en Europa del Este.

Donald Trump tomó posesión en enero de 2025 con la promesa de poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania en 24 horas.

Inicialmente, la nueva Administración estadounidense pasó meses enviando señales amistosas, misiones y negociadores a Moscú.

El pasado mes de julio, Trump dio un giro sorprendente y adoptó una línea más dura hacia Vladímir Putin. Aprobó la venta de armas estadounidenses a Ucrania y amenazó repetidamente con sanciones secundarias contra los socios comerciales de Rusia.

El plazo inicial de cincuenta días para que Rusia diera marcha atrás se redujo a diez días a principios de agosto.

Sin embargo, pocos días después, la Administración estadounidense anunció que el esperado enfrentamiento comercial entre las dos superpotencias y sus socios no se produciría. En su lugar, ahora habrá una reunión entre Trump y Putin en Alaska.

Según las negociaciones preliminares entre los negociadores estadounidenses y rusos, ahora hay indicios de que existe la posibilidad de alcanzar un acuerdo sobre la tan esperada tregua.

El último cambio de postura de Washington con respecto a Moscú no es más que una nueva expresión de la incoherencia ya evidente de la política estadounidense hacia Rusia bajo la nueva Administración. En un extraño giro de los acontecimientos, las amenazas económicas y militares del presidente estadounidense contra Rusia fueron seguidas poco después por los intentos igualmente ruidosos de Trump de apaciguar a Putin.

Ahora, al parecer, las dos superpotencias decidirán el destino de Ucrania en una cumbre histórica entre Estados Unidos y Rusia.

Sin embargo, es dudoso que la nueva ronda de conversaciones arroje resultados políticamente significativos y duraderos.

Al igual que con otras cuestiones, Rusia lleva desde 2014 montando un teatro de negociaciones deliberado en torno a Ucrania con el objetivo de impresionar tanto a su propia población como a la comunidad internacional. En cientos de conversaciones, docenas de cumbres y numerosos documentos firmados, Rusia ha declarado repetidamente su deseo de paz en Ucrania a lo largo de los años.

Sin embargo, las intensas negociaciones bilaterales y multilaterales antes y después de febrero de 2022 no sirvieron para cambiar el curso de la guerra.

Por el contrario, las repetidas concesiones de Occidente y las concesiones forzadas de Ucrania a Rusia, los suministros de armas vacilantes y, hasta la fecha, limitados de Occidente a Kiev, y la política de sanciones indecisa de la UE y Estados Unidos animaron a Moscú a embarcarse en nuevas aventuras.

La ocupación de Crimea en febrero de 2014 fue seguida por su anexión oficial a Rusia un mes después.

Poco después, en abril, comenzó la guerra del Donbás.

En julio de 2014, Rusia derribó impunemente un avión de pasajeros malasio con muchos ciudadanos de la UE a bordo sobre la zona de combate.

A mediados de agosto de 2014 comenzó la invasión del este de Ucrania con los primeros despliegues regulares de tropas a gran escala y, tras varias oleadas de escalada de menor envergadura, la invasión a gran escala de Ucrania continental comenzó finalmente en febrero de 2022.

Desde entonces, la política bélica y de ocupación de Rusia en Ucrania se ha vuelto cada mes más terrorista y genocida.

Incluso después de once años de guerra, Estados Unidos, al igual que muchos otros países, ha aprendido poco de los fracasos de las intensas negociaciones diplomáticas y de su moderación en materia de política de poder. La segunda Administración Trump no sólo niega, por razones internas, las aleccionadoras experiencias de las administraciones Obama y Biden con el Kremlin.

También olvida la inutilidad de la primera administración Trump en 2017-2021 en relación con la guerra del Donbás.

En las próximas negociaciones, Putin podría exigir no sólo concesiones territoriales, sino también otras restricciones a la soberanía de Ucrania, a pesar de saber, o precisamente porque sabe, que ningún presidente ucraniano puede satisfacer unas exigencias tan maximalistas.

Una cuestión clave será hasta qué punto Trump comparte la interpretación de Putin sobre las causas, la naturaleza y la importancia de la guerra de agresión de Rusia.

«Como ha hecho repetidamente desde febrero de 2014, el Kremlin intentará culpar a Ucrania del nuevo y definitivo fracaso de las negociaciones»

El objetivo de Moscú en las próximas conversaciones no será tanto una solución duradera al conflicto como una mejora de la posición internacional de Rusia. Putin tratará, entre otras cosas, de socavar el orden mundial exigiendo concesiones que violan el derecho internacional, de dividir la alianza occidental, de debilitar la asociación de Occidente con Ucrania y, en la medida de lo posible, de sembrar la discordia interna en Ucrania.

Moscú intentará atraer a los políticos estadounidenses y occidentales con concesiones ficticias y promesas de distensión, así como forzar a Kiev a una crisis de toma de decisiones.

Como ha hecho repetidamente desde febrero de 2014, el Kremlin intentará culpar a Ucrania del nuevo y definitivo fracaso de las negociaciones.

No se puede descartar un alto el fuego temporal dentro de esta estrategia si Moscú lo define como beneficioso para los intereses diplomáticos, internos, económicos y geoestratégicos actuales de Rusia.

El Kremlin podría utilizar la ilusión de la disposición de Rusia al compromiso y la pausa en los bombardeos de los asentamientos ucranianos para socavar la unidad y la determinación que ha crecido en Europa desde 2025 con respecto a la ayuda a Ucrania y para profundizar la brecha que ya existe entre Estados Unidos y otros socios de la OTAN.

Un alto el fuego limitado también ofrecería la oportunidad de reagrupar las tropas de ataque rusas, consolidar el régimen de ocupación en los territorios ucranianos anexionados y poner en tela de juicio la política de sanciones de Occidente.

Entre 2014 y 2021 ya se produjeron varios periodos de relativa calma en la guerra de Rusia en la cuenca del Donets (Donbás). Sin embargo, estos periodos relativamente pacíficos no acabaron ni congelaron el conflicto armado, sino que allanaron el camino para su escalada hacia una guerra de expansión a gran escala.

Otra opción que podría interesar a Rusia sería un alto el fuego de las armas de largo alcance, con la abstención de ambas partes de lanzar misiles y drones más allá de la línea del frente. En los últimos tres años y medio, Rusia ha atacado muchos de los objetivos clave de la infraestructura de Ucrania con diversos grados de éxito.

Sin embargo, Ucrania se ha adaptado a estos ataques con el tiempo y, por ejemplo, ha creado una infraestructura energética relativamente resistente.

En los últimos meses se han producido importantes ataques con drones y misiles rusos contra objetivos civiles ucranianos, incluso en Kiev. Los ataques masivos de Rusia han logrado a menudo superar las defensas aéreas de Ucrania, creando imágenes dramáticas de explosiones en la capital ucraniana, entre otros lugares.

Sin embargo, la importancia militar del aumento de los ataques contra edificios residenciales, hospitales, instituciones culturales y grandes almacenes ucranianos sigue siendo escasa.

Por el contrario, Ucrania ha tenido repetidos éxitos en los últimos meses con ataques con drones de largo alcance contra objetivos militares, industriales y de infraestructura rusos. Incluso en el interior del país, se han atacado repetidamente bases militares, depósitos de combustible, aeropuertos, refinerías y otras instalaciones relacionadas con la defensa.

Las detonaciones y los incendios, a veces dramáticos, en las plantas industriales rusas no sólo tienen una importancia material cada vez mayor para la economía y el ejército rusos, sino también un efecto psicológico sobre la población rusa y la opinión pública mundial.

En la guerra con drones de largo alcance, Ucrania puede utilizar tecnología de última generación para compensar la inferioridad numérica de sus tropas, con una eficacia especialmente alta.

En este contexto, no se puede descartar que Putin quiera ahora suspender o incluso poner fin a esta parte de la guerra.

La política de alianza y colaboración militar de Occidente con Ucrania sigue siendo el eje central de las futuras negociaciones. Mientras no haya garantías de seguridad creíbles para Ucrania, un alto el fuego sólo serviría a ambas partes para reagrupar sus fuerzas militares y sus recursos económicos, así como para preparar a sus administraciones y a sus poblaciones para la próxima ronda de escalada.

«Después de la guerra» sería entonces «antes de la próxima guerra».

Más allá de la cuestión práctica de la seguridad futura de Ucrania, se plantea la cuestión más amplia del papel futuro de Estados Unidos en la política mundial en general y en Europa del Este en particular.

Washington y Moscú no pueden, como parece estar previsto, negociar la soberanía y la integridad de un Estado europeo en ausencia de representantes ucranianos y europeos.

Además, tras las garantías de seguridad que dio a Ucrania en el famoso Memorándum de Budapest de 1994, en relación con la adhesión de Ucrania al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), Estados Unidos no puede permitir ningún debate sobre las cuestiones de las fronteras y la soberanía de Ucrania.

Si, a pesar de este acuerdo de hace tres décadas, dos Estados oficiales con armas nucleares y miembros permanentes del Consejo de Seguridad llegaran a un acuerdo que dejara a Ucrania (cofundadora de la ONU, signataria del TNP, miembro del Consejo de Europa y participante en la OSCE) como un Estado residual, fallido política y territorialmente, la humanidad se acercaría al desorden mundial que prevalecía antes de 1945.

*** Andreas Umland es analista del Centro de Estudios sobre Europa Oriental de Estocolmo (SCEEUS) del Instituto Sueco de Asuntos Internacionales (UI).