Ignacio Camacho-ABC
- El hombre que ha pavimentado La Moncloa de promesas rotas blasona de lealtad constitucional con formalidad enternecedora
La extrema izquierda y el separatismo han ido creando sus propias tradiciones antisistema, y una de las más significadas es el boicot a la efeméride de la Constitución que les permite participar en la gobernación -Sánchez diría gobernanza- del Estado cuya destrucción tienen entre ceja y ceja. Un clásico de estas fechas de Adviento, como el encendido de las luces navideñas, sólo que desde hace un par de años el Ejecutivo sienta estos partidos a su mesa y les entrega privilegios para que sigan avanzando hacia el objetivo de la independencia. Y como esto de crear ritos es un hábito nacional de mucha solera, la presidenta del Congreso ha tomado por su cuenta la costumbre de aprovechar la celebración para soltarle una bronca -muy institucional, eso sí- a la derecha y culparla de romper el consenso, atizar la crispación y dificultar la convivencia. La liturgia de la ocasión impone que los dirigentes de la oposición se traguen con mucha cortesía la reprimenda mientras los socios del Gobierno se ausentan en señal de desprecio hacia el motivo de la fiesta.
Batet añadió otra recriminación a su lista: la de la funesta manía de acudir a la justicia para que restablezca el orden legal violentado por la arbitrariedad política. Más o menos vino a decir que los recursos de inconstitucionalidad son un gesto de mal perder o una impugnación ilegítima de las decisiones de la mayoría. La ‘speaker’ de la Cámara se queja, en suma, aunque de forma elíptica, de que ciertas medidas del poder acaben revocadas por el Tribunal de Garantías por falta de solvencia jurídica. Ninguna alusión al detalle de que se trataba de suspensiones injustificadas de libertades fundamentales, cuestión que para una profesora de Derecho Constitucional se supone relevante. Una de las sentencias, por cierto, le afecta de lleno toda vez que se trataba de proteger las funciones del Parlamento interrumpidas por un decreto gubernamental que contó con el visto bueno de su arbitraje casero.
Toda esta ceremonia de culto a la paradoja forma ya parte de una solemnidad folclórica ante el escepticismo, la desmemoria o la resignación de la sociedad española, que ha perdido la capacidad de asombrarse de situaciones anómalas. El mismo Sánchez, que tiene La Moncloa pavimentada de engaños, imposturas y promesas rotas, funge de adalid constitucionalista con enternecedoras proclamas de lealtad retórica mientras sus aliados se despachan a gusto contra la unidad de la nación, la división de poderes y la Corona. Al menos son más sinceros que un presidente aficionado a envolverse en palabras mayores y a incumplirlas con un desparpajo a prueba de reproches. Si después de ser formalmente amonestado por silenciar durante seis meses las Cortes es capaz de hacerse abrir con toda pompa y circunstancia la Puerta de Los Leones, cómo va a haber Constitución, o simple pudor, que le estorbe.