IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El declive del sanchismo sitúa a Feijóo en un ‘momentum’ propicio. Desperdiciarlo sería como fallar el penalti decisivo

Hace justo un año, el PP se autosaboteaba una votación parlamentaria, la de la contrarreforma laboral, cuya pérdida podía haberle complicado mucho la legislatura a Sánchez, tal vez hasta el punto de acortarla. Y en menos de un mes se sucedieron el gatillazo electoral de Castilla y León, el sorprendente enredo del espionaje a Ayuso, la subsiguiente caída de Pablo Casado y la elevación aclamatoria de Núñez Feijóo al liderazgo. (Por cierto, el diputado que presuntamente se equivocó al pulsar la tecla de voto y desencadenó la vertiginosa secuencia de cambios continúa de manera inexplicable en su escaño). El impacto de ese terremoto fue inmediato. El dirigente orensano se perfila hoy como ganador en todas las encuestas salvo las del tarot de Tezanos, el partido está en estado de euforia, Ciudadanos en trance de desaparición y el Gobierno asediado por el efecto ‘boomerang’ de una ley mal parida que amenaza incluso con fracturarlo. Ayer, Aznar y Rajoy escenificaron la reunificación interna del centro-derecha en torno al candidato. Pero en este relato hay para los populares una lección que deben repasar con cuidado, y es que en la actual política todo pasa muy rápido. Los éxitos y los fracasos. Y en el calendario de 2023 hay dos elecciones cruciales, una a corto y otra a medio plazo.

Ante el patente declive del sanchismo, Feijóo se siente tan seguro como para asumir en Valencia un compromiso que en medio del optimismo general de sus filas ha pasado algo inadvertido. «Si no consigo ganar no merezco ser presidente de este partido», dijo. Eso es una quema de naves, desafiarse a sí mismo a un duelo de un solo tiro. Puerta grande o enfermería, dicen los taurinos. En verdad lo tiene todo a favor porque el crédito de la coalición gubernamental está bajo mínimos, sometido a un desgaste abrasivo que sólo podría remontar un milagro político. El rechazo social a la figura del jefe del Ejecutivo convierte la doble convocatoria electoral en un plebiscito que en este momento y en este ambiente tiene perdido. El líder de la alternativa no dispondrá de un trance más propicio; desaprovecharlo sería como fallar el penalti decisivo. Sin embargo, la propia peripecia de su ascenso enseña que no hay nada escrito. Aunque el resultado parezca decidido, el camino hacia el relevo de poder no está en el tramo final sino en el principio.

Para alcanzar el objetivo estratégico, el PP necesita ocupar el centro. El espacio a su derecha está completo con Vox asentado entre un trece y un quince por ciento. La vía del triunfo es la que marcó en Andalucía Juanma Moreno, una moderación que atraiga o al menos desmovilice a una parte de los votantes socialistas descontentos. Para impedirlo la izquierda tratará de crear tensión, una atmósfera de nervios como la que desestabilizó a un Casado inexperto. A un gallego se le supone suficiente cautela para no morder ese anzuelo.