ESPERANZA AGUIRRE, ABC – 08/09/14
· Corrupción: «Saber que nuestros representantes están perdiendo dinero al estar en política es la mejor forma que tenemos para confiar en que nuestros políticos no van a caer en la tentación de corromperse»
· «Es imprescindible que la política atraiga a los mejores profesionales de España para que, durante unos años y a costa de dejar de ganar dinero, entreguen al conjunto de los españoles su inteligencia, su experiencia y su capacidad para hacer bien las cosas»
De un tiempo a esta parte se ha empezado a usar con mucha frecuencia la expresión «puertas giratorias» para describir el proceso mediante el cual algunos políticos dejan sus responsabilidades públicas para ser contratados por empresas privadas. Hay que decir que esta expresión se usa habitualmente con connotaciones negativas, de forma que, siempre que se habla de las «puertas giratorias», se suele hacer para indicar que «hay que acabar con las puertas giratorias». Es evidente que las «puertas giratorias» deben estar prohibidas para los casos en que un político deje la política para fichar por una empresa privada como pago a favores que, desde sus puestos de responsabilidad pública, haya podido hacer a esa empresa que le contrata. No solo deben estar moralmente prohibidas, sino que los que usen de esta forma las llamadas «puertas giratorias» deben ser perseguidos por la Ley, y de manera terminante.
Pero hay otras «puertas giratorias» que sí deben funcionar si queremos regenerar y mejorar la calidad de nuestra vida política, y que, salvo contadísimas excepciones, no funcionan en España. Son las «puertas giratorias» que dan entrada a la política. Es cada vez más necesario, y casi diría que imprescindible, que a la política se incorporen personas que ya han demostrado su valía como profesionales, que ya han demostrado que saben ganarse honrada y holgadamente la vida con sus actividades al margen de la política.
Así había sido siempre en España desde el siglo XIX. En este sentido, los políticos de la Restauración son un magnífico ejemplo. Los Cánovas, Sagasta, Echegaray, Silvela, Fernández Villaverde, Moret, Canalejas, Maura o Dato llegaron todos a la política desde el enorme prestigio que habían adquirido en sus profesiones: historiadores, ingenieros, abogados. Todos ellos podían decir que estar en política les hacía perder dinero. Así ocurrió también en España durante los años de la Transición.
Los políticos de UCD, y bastantes del PSOE y del PCE, estaban en política por su afán de servir a la Nación, y a la mayoría de ellos dedicarse a la política les llevó a ganar mucho menos dinero del que estaban ganando en sus respectivas profesiones fuera de la política. Eso, saber que nuestros representantes están perdiendo dinero al estar en política, es la mejor forma que los ciudadanos tenemos para confiar en que nuestros políticos no van a caer en la tentación de corromperse.
Además, si nuestros políticos llegasen todos a sus puestos de responsabilidad pública después de haber demostrado su valía en sus actividades privadas, no cabe la menor duda de que el nivel humano, académico, intelectual y moral de nuestra clase política tendría que elevarse necesariamente.
El sistema actual, con una Ley Electoral que lleva a votar siglas más que personas, y con unos partidos que no favorecen la democracia interna, sino más bien la férrea disciplina de «el que se mueve no sale en la foto», nos ha llevado a que, cada vez más, nuestros políticos sean políticos «profesionales», es decir, personas que no tienen otra profesión que la política, fuera de la cual encuentran grandes dificultades para ganarse honradamente la vida.
Joaquín Leguina, ante este peligroso panorama, propugna que los partidos no deberían proponer nunca como candidatos a ninguna elección a nadie que no haya cotizado antes a la Seguridad Social o haya demostrado cumplidamente su capacidad para ganarse la vida al margen de la política. No es mala idea. Y desde luego algo hay que hacer en este sentido. Pero para lograrlo es fundamental que funcionen, y bien y mucho, las ahora denostadas «puertas giratorias» para entrar en política y también para salir.
Es imprescindible que la política atraiga a los mejores profesionales de España para que, durante unos años y a costa de dejar de ganar dinero, entreguen al conjunto de los españoles su inteligencia, su experiencia y su capacidad para hacer bien las cosas. Y para hacerlas pensando siempre antes en el bien común que en su medro personal. Lo que, además, siempre será un honor. Y no se les atraerá a la política si, cumplidos sus años de servicio, se les ponen trabas para reincorporarse a sus actividades privadas o se les cubre con sospechas y recelos.
Tomemos el caso del nuevo ministro de Economía e Industria francés, Emmanuel Macron. A los 34 años ya era un acreditado profesional de la banca. Entonces aceptó acompañar al presidente del República, François Hollande, como asesor para asuntos económicos, con un sueldo que, según todas las informaciones, era la décima parte del que le pagaban en la Banca Rotschild. Ahora, dos años después, le acaban de nombrar ministro y su nuevo sueldo seguirá muy lejos del que ganaba en la actividad privada.
Lo hará mejor o peor como ministro de Economía, dependerá sobre todo de lo que le dejen esos compañeros suyos de partido que quieren seguir jugando a que el dinero no es de nadie y no se acaba nunca, pero lo que es seguro es que este brillantísimo profesional no está allí para buscarse la vida, sino para servir a su Patria. Es un magnífico ejemplo de cómo deben funcionar las «puertas giratorias» para llegar a la política. Y, desde luego, si se cierran las de salida, que nadie tenga dudas de que a la política solo llegarán mediocres.
ESPERANZA AGUIRRE, ABC – 08/09/14