ABC 16/01/16
EDITORIAL
UNA de las ventajas de los nacionalistas es que sus trampas siempre encuentran incautos que caen en ellas. El nuevo presidente catalán, Carles Puigdemont, ha conseguido que una obviedad parezca un ejercicio de rectificación, cuando no es más que una trampa para tapar de moderación lo que es una impostura. Puigdemont ha declarado que su Gobierno no va a propiciar una declaración unilateral de independencia porque no tienen la mayoría de votos, pero sí van a impulsar el «proceso de desconexión». Lo que diga Puigdemont es irrelevante, porque es el Estado el que se encargará de que no haya declaración unilateral de independencia, pues es una decisión que solo corresponde a la nación española. Y será el Estado el que pare el proceso secesionista y el que deba exigir responsabilidades a quienes lo promuevan. Puigdemont no va a renunciar a la política falsaria de su predecesor y por eso querrá transformar su impotencia separatista en un espejismo de prudencia. Sin embargo, habrá quien en la izquierda quiera convencerse de que es un principio de giro suficiente para que la cuestión catalana no se interponga en una gran coalición anti-PP.
Pero como no hay que juzgar las palabras, sino los hechos, ahí tiene el PSOE la creación de una comisión constituyente en el Parlamento catalán, ilegal en la medida en que vulnera la sentencia del TC que anuló la declaración separatista del 9-N. Esa comisión y otras iniciativas anunciadas con el mismo fin revelan la verdadera intención hostil y frentista del Gobierno catalán, sin más objetivo que desestabilizar España, incluso a través del Parlamento español, que para eso los socialistas le han regalado dos grupos parlamentarios en el Senado.