Hay que reconocerle al tío del flequillo su enorme capacidad para ejercer los misteriosos rituales del mago que hace desaparecer objetos de todo tamaño y condición. Y no se trata de cosas baladís como la Estatua de la Libertad o el Coliseo de Roma. Puigdemont, el rey del mejillón belga, igual que logró hacer desaparecer el imperio de la ley en Cataluña y luego en toda España, ha sabido hacer que la vergüenza y el decoro se volatilizasen quién sabe si para siempre entre buena parte de la clase política.
Pero lo de esta investidura – embestidura, más bien – ha sido puro arte. El tío capaz de fugarse en un maletero como se mete un mejillón en una lata lo ha vuelto a hacer. Pernoctando en la cercana calle de Lluís el piadoso, sita justo al ladito del Arco del Triunfo – solo tuvo que caminar unos pasos para llegar al escenario desde el que deleitó a los suyos – ha sido el protagonista de la jornada. Pocos fueron, unos dos mil. Se conoce que la cosa del autobús, el bocata de butifarra y la patria catalana tiran cada vez menos. Allí, el encantador de serpientes se explayó, y dijo que, a su lado, Juana de Arco era una pitiflú quejica y pejigueras. Ah, pero si eso fuese poco – que lo era – al finalizar su exhorto se vio como su ayudante el letrado Boye que, prescindiendo del típico Ale-Hop que se hace cuando finaliza un truco, lo cogió del brazo mientras le decía nervioso y sin muchos miramientos “vamos, vamos”, llevándoselo por una puertecita disimulada en el escenario. Y entonces, ¡oh, queridas niñas y niños!, desapareció el chico, reapareciendo ante un automóvil blanco y perdiéndose finalmente en la niebla del misterio.
Pero lo de esta investidura – embestidura, más bien – ha sido puro arte. El tío capaz de fugarse en un maletero como se mete un mejillón en una lata lo ha vuelto a hacer.
Cuando he preguntado como los servicios de información no sabían ni dónde estaba ni cómo se había escapado ni como había venido me han respondido “Los magos jamás revelan sus trucos”. Pero como los periodistas sí que somos aficionados a hacerlo, he aquí las claves de la mascarada. Sánchez precisa los siete votos de Junts, así como los de Esquerra, en el congreso para seguir en el cargo. Como no fue posible pactar la generalidad, el pizzu exigido por Puigdemont fue dar la campanada el día de la investidura. Eso requería que Marlaska y los servicios de información silbaran mirando hacia el Ebro. De hecho, fuentes de los servicios nos aseguran que Puigdemont llevaba días en territorio nacional y no niegan que todavía permanezca en él. Así todo el mundo quedaba satisfecho: Illa presidente, ERC como “apoyo crítico”, Junts sacando pecho pollo y Sánchez respirando tranquilo porque sigue y de Begoña y el hermanísimo se hablado poco o nada.
Que todo eso sea un baldón sobre Marlaska o Elena, consejero de interior, da igual. Lo terrible es que el mangoneo sanchista no respeta ni a Dios, que aquí todo es posible y que los inmorales nos han igualao. Ah, y un sociata de esos que viven del cuento hace décadas todavía se vanagloriaba ayer de que, gracias a Sánchez, el fugadísimo no había reventado la sesión de investidura como pedía Junts cuando propuso aplazar sesión de investidura. Hombre, habiendo reventado Cataluña y España, reventar también la sesión le ha debido parecer Bulgaria con V. Sigue girando la bola.