Ausentado de España el heroico Sánchez, siempre desaparecido en los trances más comprometidos de su gestión, como en la ley del Sí es sí o en la investidura de Feijóo, compareció Bolaños ante los medios, en una actitud tan eufórica que invitaba a la duda de si era debido a algún ingrediente inadecuado en su desayuno o se trataba de una sobreactuación a lo Xirgú, para justificar la ignominia. ‘Referente mundial’, ‘un paso que hace historia’, todo se le iba al triministro por el sendero de la hipérbole para ensalzar su magna obra del perdón de bandidos del 1-O. Tan excesiva era la celebración que aterrizó en la mascarada. Mentir es propio de siervos. Apuleyo. No se pude ser tan grotesco, Félix, no se puede chapotear con tanta soltura en la ciénaga del trolerismo, no, y menos aún, el valiente ejecutor de la arrabalesca (de Arrabal) ceremonia del paseíllo de los huesos del Caudillo en una superproducción con noventa cámaras emitiendo en directo para la televisión oficial.
Sánchez huyó del escenario de la sevicia, más por el cimbronazo del koldismo que por la rendición ante Puigdemont, asunto éste más que amortizado, al decir de los cerebros rumiantes de la Moncloa. ¿Quedará algún ministro sin salpicaduras de corrupción? ¿Saldrá algo nuevo sobre Begoña? ¿Qué ha dicho Úrsula? Un malestar pesaroso se percibía en la comitiva sanchista de paseo por Chile y Brasil, una inquietud de penitente en una cofradía laminada por las contrariedades y angustiada por un horizonte algo tenebroso. «Completaré la legislatura, hay Gobierno para rato, le pese a quien le pese». Tanta rotundidad alimentó aún más la inquietud en su sobresaltada feligresía.
Sánchez está hecho una piltrafilla, preso en la ergástula del golpismo, paralizado por el caso Koldo y los líos empresariales de Begoña. Aprieta, aprieta, piensa el lunático del lazo amarillo
Ahora se trata de hacer mucha bulla con el jaleo del forajido de Waterloo, colmar las teles y los micros con inquietudes de la republiqueta, con quisicosas y tontunas que a pocos importan. Que si repetirá de candidato en las europeas, que si vuelve a España en verano para refrescar sus delicadas pezuñas en la Costa Brava, que si se paseará con Sánchez por su huertito de La Moncloa, que si será recibido por el Borbón en La Zarzuela (en ceremonia transmitida en directo por Intxaurrondo y con promesa de portada en el Hola). Y otras cositas pendientes desde hace siete años, cuando su espantada, y que ya es el momento de concretar. «Toca ahora abordar otras cuestiones, pieza a pieza», dice el émulo de Companys en avanzado estado de cholismo, otro líder de ingenuos y perdedores.
No es poca cosa lo que tiene agendado en su libro de reclamaciones. Total, Sánchez está en el momento más débil de su mandato, preso en la ergástula del golpismo, paralizado por el caso Koldo y los líos empresariales de Begoña y sin tino para enfilar el largo sendero que conduce al final de la legislatura. Aprieta, aprieta, piensa el profeta de independencia. Jordi Turull, su fiel y cortito monaguillo, ya le tiene reclamado a Bolaños una serie de exigencias que, según le dicen, serán complacidas. Poca broma. El cierre de la Audiencia Nacional (incluido el destierro de García Castellón), el bloqueo creciente del Supremo (con Marchena en destino incierto), tuneo prodigioso del Código Penal hasta convertirlo en las bienaventuranzas del perfecto golpista, publicación (previo manoseo) de las balanzas fiscales, imperativo retorno a Cataluña de las empresas que huyeron de la caverna y, raudamente, referéndum de autodeterminación, quizás para 2025, antes de que el sanchismo reviente y no quede ni una astilla del tinglado de la tediosa farsa.
Todo esto se irá cumpliendo con un ritmo algo acelerado, porque el bandido de la estrellada tiene prisa en degustar su venganza, en encaramarse al balcón de la Generalitat y regurgitar unas cuantas letanías contra el Estado opresor -al que Cataluña viene ordeñando desde hace siglos- ante un público denso y enfervorecido, compuesto por siete yayos gritones del Ampurdán y unos cuantos niñatos de los CDR recién rescatados de la trena. Por ahora no se ha visto en las Ramblas celebración alguna por la cosa de la amnistía, asunto que interesa tan sólo a los golpistas y al gran narciso, máximos y únicos beneficiados del brutal atropello.
La ley de la vileza reúne un cúmulo de inauditas atribuciones que pasan por blanquear el golpe del 17, limpiar el prontuario de sus impulsores, instaurar la categoría del terrorismo ligth y tumbar al ordenamiento jurídico en una pirueta desesperada y caníbal
Estos son los pasos inmediatos que se pondrán en marcha una vez concretado el acuerdo de la penosa jornada del jueves en la que se consumó una ceremonia poco habitual en las democracias. Trocar la inmunidad de unos delincuentes a cambio de siete escaños. Este es el juego que se ha traído Sánchez desde sus dos tropiezos electorales del 19, con una pertinaz insistencia en la ignominia, hasta desembocar en la gestación de un artefacto, parido en Ginebra, en presencia de un ojeador internacional, con el único objetivo de esquivar los barrotes a una colla de golpistas que se han convertido en el dictador de los destinos del Ejecutivo. Y del país. La ley de la vileza reúne un cúmulo de inauditas atribuciones que pasa por blanquear el golpe del 17, limpiar el prontuario de sus impulsores, instaurar la categoría del terrorismo ligth y tumbar al ordenamiento jurídico en una pirueta desesperada y caníbal. Adiós, Código Penal. Adiós, Justicia independiente. Adiós, joven y querida democracia. Adiós PSOE, adiós. Esto que ahora llega tiene todo el aspecto de la autocracia.
El último recurso frente al sanchismo
El triministro espídico, con esa desvergonzada hipocresía con que se maneja para poder mirarse al espejo cada mañana, la ha bautizado como ‘la ley del reencuentro’ ¿Con quién? ¿Con la abyección? Sus consecuencias son tan graves como recontraconocidas. Dinamita el Estado de derecho, hace trizas el Poder Legislativo, pulveriza los acuerdos de la Transición, arrasa los cauces de la convivencia establecidos hace casi cinco décadas, institucionaliza la desigualdad entre españoles y sacude un mazazo letal al frontispicio de la Constitución.
Bueno, los delincuentes han ganado. Al menos este asalto (frase inevitable para no espantar el consuelo). Queda el largo recorrido del engendro bolañés por los meandros de la Justicia y el comprometido paso por el tribunal europeo en el que tanto se fía.
Todo un país asiste perplejo (incluidos los militantes del progreso) a la consumación de un enorme latrocinio sin más opciones que acudir este sábado a la Cibeles o encomendarse a la Sala Penal del Supremo, si es que para cuando toque aún está operativa. Adviértase que todavía no se ha citado ni a Feijóo ni al PP en esta pieza. Señal de que no han metido la pata. El sanchismo se desgasta, es evidente. No sobrevivirá a su propia villanía. Toda su escoria quedará abrasada y destruida. La pregunta es ¿cuándo?
Mientras tanto, Puigdemont deberá aplazar su idea de acudir al palco de Florentino para el Madrid-Barça en su calidad de jefe del Estado vecino. Es el 21 de abril. Le pilla algo pronto. Quizás, si eso, ya la próxima temporada.