Sus gritos retumbaron en los salones del Palacio aquel 26 de octubre. Puigdemont optaba por convocar elecciones ante la amenaza de Rajoy de decretar el 155. «Enviarán al ejército, habrá violencia y sangre», pregonaba, desquiciado, una fábula apocalíptica que algunos se tragaron. Los berridos, insultos y hasta el llanto de Marta Rovira (Vic, 1977) se impusieron sobre el cacareo gallináceo de los diputados secesionistas. «No seáis cobardes, de elecciones, nada», le espetó tanto al balbuceante president como a un silente Junqueras. Abajo, en la Plaza de San Jaime, se escuchaban ya los grititos de botiflers y ‘traidores’ contra los reunidos, los diputados de Junts pel Sí, paralizados por las dudas y el pánico. Sobrevino entonces el tuit de Rufián con las ‘155 monedas‘ y el panorama cambió. Puigdemont aplazó su anuncio de elecciones y convocó al Parlament para proceder a la proclamación de la independencia más ridícula de la historia, la de los ocho segundos.
El resto es historia. El 155 del PP y PSOE (las dos fuerzas que más han subido en las elecciones de este domingo) desbarató la intentona, Puigdemont se convirtió en una figurilla ridícula en Waterloo, los golpistas acomodaron sus huesos en la cárcel y Marta Rovira, cesada la llantina, se fugó a Suiza para eludir el requerimiento del juez Llarena. Todo fluía por el sendero democrático hasta que Sánchez necesitó los votos de los separatistas periféricos para su investidura y el procès, mustio y casi sepultado, recobró aliento. Puigdemont, un juguete roto y abandonado, mutó en figura preeminente del retablo de las pesadillas, los impulsores de la asonada se erigieron en personajes de respeto y un rosario de gestos de ‘perdón’, es decir, medidas de impunidad a los delincuentes, propició un vuelco total en el escenario. Los liquidadores del estado de Derecho y del orden constitucional, lejos del castigo, recibieron una catarata de honores. Gracias, Pedro.
Marta Rovira, desde su refugio ginebrino, aspecto de monjita seglar y carácter de madre superiora, ha seguido al frente de los destinos de su formación durante todo este tiempo. Manejaba acuerdos, decidía estrategias, coordinaba a sus cuadros y vigilaba el complicado pulso con los intemperantes de Junts. Poco a poco, su halo fue declinando y su influencia, decreciendo. Sus cofrades del partido, apoltronados en la soberbia del Govern, no le hurtaban el desdén, cuando no el desprecio.
ERC decide. Rovira, manda. Junqueras, desmesurado perímetro abdominal y desbarajustado equilibrio neuronal, ha asumido el papel del tótem desportillado de su tribu y ha dado cuerda a su chiqueta tan querida
Ahora, tras el batacazo electoral y la renuncia de Aragonès, la vieja ERC vuelve a la primera línea. Recupera la palabra Oriol Junqueras, acuchillado que fue por sus monaguillos, y Marta Rovira se erige en el centro de todas las miradas y de casi todas las decisiones. Como, por ejemplo, cuál será el color del próximo Gobierno de Cataluña. ERC decide. Rovira, manda. El abacial Junqueras, desmesurado perímetro abdominal y desbarajustado equilibrio neuronal, ha asumido, a empujones, el papel de totem desportillado de su tribu, ha dirigido una cartita a sus fieles, al objeto de amainar las críticas intramuros, que crecen, y apaciguar las presiones que le llueven desde Puigdemont. De paso, le lanza una misiva a Illa, para que nadie dé nada por sabido.
Ahí está la mano de Rovira. Del prófugo a la prófuga. Del forajido de Junts a la fugada de ERC. Ha querido el destino que, pese a los resultados desastrosos del domingo, sean los republicanos quienes digan quién es el que va a mandar. Veinte escañitos que lo pueden todo. Doscientos mil votos menos que la derecha constitucionalista (PP+Vox) que elegirán al nuevo jerifalte de la Generalitat. Y ahí reaparece Rovira, la inocente Marteta, al frente de la nueva situación. La gente de Aragonès hace mutis por el foro (esa mandona de Laura Vilagrà, la arisca ama de llaves del Palau) y retornan los desplazados.
El escenario es enrevesado. Antes de sumirse en el ostracismo, el president ahora en funciones dejó bien claro que su partido se va a la oposición y que no moverá un dedo para colaborar en la investidura de Illa o de Puigdemont. Habrá que verlo, será imprescindible preguntarle a Rovira, si no opta por la retirada, como algunos malévolos apuntan.. Dos meses de negociaciones y cabildeos es un período molto longo. Tres opciones se disputan la quiniela.
Illa for president
A FAVOR.- La solución natural. Es el vencedor de las elecciones y resultaría lógico reeditar un gobierno tripartito al estilo de Maragall o Montilla. Ambos engendros, por cierto, terminaron mal. ERC ahora podría respaldar la investidura de Illa sin entrar en el Ejecutivo. PSC y Comunes en el Gobierno y ellos en la trastienda, condicionando y reclamando pero sin optar a sillones. Una vía hacia el desbloqueo.
EN CONTRA.– A ERC le ha penalizado el ir de la mano de Sánchez. Respaldar al PSC en los turbios momentos actuales de acelerado declinar del nacionalismo se entendería como una traición a la causa que se pagaría muy caro en el futuro. ‘Botifler‘, volverían a gritarle a Junqueras. Su misiva de este martes pretende descartar tal posibilidad. O vender cara su entrega.
La hora de Puigdemont
A FAVOR.- De perdidos, al río. La familia independentista ha de permanecer unida. Junqueras no soporta a Puigdemont pero los ideales están por encima de todo. Habría sillones, cargos y sueldos a repartir, ahora en peligro. Un sector de la militancia no lo entendería pero, a la postre, se aceptaría.
EN CONTRA.- Atarse a Junts como su furgón de cola, su palanganero, su mozo de los recados, los condenaría a la extinción. De ahí no se sale vivo. Puigdemont es un killer y aprovecharía la situación para pulverizarlos. «Un gobierno de obediencia catalana», reclama el prófugo, con un gesto de rabia en el entrecejo. Esta fórmula, además, requeriría incluso la abstención del PSC. Se antoja excesivamente complicada.
Vuelta a las urnas
A FAVOR.- Junqueras necesita tiempo para reacomodar sus filas después del trastazo. Vuelan ahora los cuchillos y hay rumores de cisma. Sumergirse en el proceloso territorio de negociaciones de pactos y acuerdos se antoja arduo y, quizás, inconveniente. Ni Junts ni PSC, que se apañen ellos. Que se las compongan. Y en otoño, superadas las heridas de la crisis, movilizados los propios que se quedaron el domingo en casa, recuperar el fuelle perdido. «Ya sólo tenemos espacio para ganar, no podemos bajar más», dicen. Veremos.
EN CONTRA.- ¿Dónde estará ERC para entonces? ¿Sobrevirá a la travesía del desierto? Quizás ni siquiera haya podido rearmar sus estructuras, armar un equipo suficientemente sólido como para afrontar de nuevo el reto de unos comicios, que, esta vez sí, podrían llevarle a la sepultura. Según como se resuelva el sudoku, Sánchez podría animarse a adelantar las generales. Una ordinaria locura en la España del desgobierno.
Para embolicar algo más el vodevil, el juez García Castellón ha citado a declarar, este miércoles próximo, por videoconferencia, a la imprescindible Rovira junto a otros imputados por terrorismo en la causa del Tsunami. La amnistía no se aprobará en el Congreso hasta el 30 de mayo.
Las elecciones en Cataluña, como decía Wittgenstein de la filosofía, «lo dejan todo como está». Dos prófugos deciden su destino. Ahora, una más otro.