Javier Caraballo-El Confidencial
- La corrupción y el independentismo catalán son materia sensible para el electorado socialista en Andalucía; motores de la movilización o del desencanto generalizado
Un torpe ha diseñado la campaña del PSOE en Andalucía. El nombre y el cargo de quien haya sido quizá lo sepamos con el tiempo, porque ha podido ser incluso el propio líder socialista, Pedro Sánchez, el que ha marcado desde su altura la estrategia socialista para intentar volver a gobernar la Junta de Andalucía. La torpeza sería la razón más benévola para explicarnos algunas de las decisiones que se han tomado, los ‘ejes de campaña’ como lo llaman en los partidos, en estas elecciones andaluzas.
Es la explicación más benévola, porque todas las demás nos conducirían a la desconexión de la realidad y a la ceguera política de toda la organización, defectos más graves que el desconocimiento de una sola persona, Pedro Sánchez, de la realidad de Andalucía, acaso porque ya no presta atención a los asesores andaluces de los que se rodeó hace cinco años, cuando ‘resucitó’ en las primarias en las que derrotó a Susana Díaz, la última presidenta socialista. Pongamos un solo ejemplo: recuperan la figura histórica de Rafael Escuredo, el primer presidente socialista de esta autonomía, pero solo rescatan su cara y su nombre, como si exhibieran un estandarte o una estatua, y se olvidan de lo que supuso, del porqué de su triunfo, de las razones por las que el PSOE logró conectar con una gran mayoría de los andaluces. Pedro Sánchez lo ignora, lo desconoce, y quienes podían advertirle de su error callan o disimulan, con lo que el dislate aumenta su tamaño.
Lo primero que hay que observar en el deterioro de la marca socialista en Andalucía es el momento en que empieza el declive y en qué sectores de población se produce: a partir de la mitad de la década pasada y en todos los sectores de población, pero de forma muy destacada entre los votantes de más edad, a partir de los 60 años, y en los más jóvenes, desde los 18 hasta los 35. Como ya se ha mencionado aquí en otra ocasión, no solo se rompe la ‘unidad familiar’ tradicional en torno al Partido Socialista en Andalucía, pilar fundamental de la estructura social sobre la que se sustentaba su hegemonía, sino que esos andaluces, hombres y mujeres, empiezan a definirse ideológicamente más hacia la derecha.
¿Y cuál es la razón de la ruptura? Lo que ocurre en esos años, y podemos fijarnos exclusivamente en 2017, es que comienzan los grandes juicios de los ERE y se produce la revuelta independentista de Cataluña. La corrupción y el independentismo catalán son, por lo tanto, materia sensible para el electorado socialista en Andalucía; motores de la movilización o del desencanto generalizado. Con lo cual, errar en esas dos claves es jugar con el fuego de la derrota.
Ahora, volvamos a Rafael Escuredo para entender con su periodo histórico el gran error que están cometiendo los socialistas actuales. Lo otro, lo de la corrupción, es igualmente corrosivo, pero ya se ha comentado en otras ocasiones. Sencillamente, elegir como uno de los ejes de la campaña andaluza la corrupción política no se le ocurre ni al estratega que asó la manteca. Toda referencia a la mangancia conduce a la última etapa socialista; en Andalucía, la cara de los mangantes, como le gusta decir a Pedro Sánchez, es la de muchos de los antiguos dirigentes socialistas, desde los que repiten que nunca se llevaron un céntimo, pero han sido condenados por otros delitos, hasta los que cometieron el fraude más grotesco de enriquecimiento, despilfarro y desvergüenza con el dinero de los parados andaluces. Cuando un partido político tiene pendiente un caso como el de los prostíbulos, la ciudadanía solo tiene en la mente la imagen de un mangante. Pero esto, como decimos, es mucho más evidente que lo ocurrido con el independentismo catalán.
Cuando el PSOE recurrió a Rafael Escuredo en los años ochenta, lo hizo porque entendió que al situarlo como líder de los socialistas andaluces podía movilizar a toda la sociedad en torno a una bandera poderosa, la del agravio frente a las comunidades vasca y catalana, que pretendían tener una autonomía distinta a las demás, más avanzada y desarrollada que el resto. Hasta entonces, el PSOE no era autonomista, ni Rafael Escuredo, que sí tenía un sentimiento andalucista, contaba como posible líder socialista en esta comunidad, pero se les encendió la luz de la oportunidad. Frente a una UCD en descomposición, el PSOE de Andalucía, con Rafael Escuredo al frente, sirvió de estilete para tumbar al Gobierno centrista y ascender a la Moncloa en aquel mismo año de 1982 en que llegó a la Junta de Andalucía. Duró poco tiempo, ni dos años; en cuanto Escuredo quiso desplegar su vertiente andalucista, lo quitaron de en medio y lo sustituyeron por Rodríguez de la Borbolla, que sí controlaba el aparato socialista.
A partir de esa realidad histórica, lo que no entiende este PSOE de Pedro Sánchez es que en Andalucía lo único que sigue funcionando al respecto es la bandera del agravio y que la figura de Escuredo desprendida de esa fuerza no significa nada. El electorado socialista andaluz comienza a despegarse de su partido cuando un tipo como Carles Puigdemont declara la independencia de Cataluña en el otoño de 2017 y en muchas comunidades de España, no solo en Andalucía —aunque especialmente aquí—, perciben, como ya ocurrió en los primeros años de la democracia, que los nacionalistas vascos y catalanes solo buscan consolidar y aumentar sus privilegios a costa de los demás. Y también existe ese desapego cuando, en la actualidad, observan al presidente del Gobierno de España, que es el líder del PSOE, plegarse ante ellos en escándalos como el del espionaje del CNI, y justificar en el Congreso que sigan diciendo que volverán a declarar otra vez la independencia: “Lo respeto”, como dijo quien está obligado a velar por el cumplimiento de la ley.
El independentismo catalán no es una referencia de izquierda en Andalucía, y nunca lo será, con lo que gobernar con ellos, adularlos o complacerlos, sin marcar distancias, solo aporta desgaste a la marca electoral de la socialdemocracia. La cara de Escuredo no va a levantar al PSOE andaluz, pero la de Puigdemont es la que lo hunde desde hace años.