La precampaña de las elecciones catalanas del próximo 12 de mayo está teniendo un protagonista indiscutible: Carles Puigdemont.
El prófugo, que acaba de mudarse a 30 kilómetros de la frontera española para seguir explotando la dramaturgia del «president de la Generalitat en el exilio», está marcando el paso de sus rivales políticos, que se han conjurado al unísono contra él. Pere Aragonès le ha puesto al mismo nivel que al probable ganador, Salvador Illa, al ofrecerles a ambos sendos debates cara a cara (al prófugo, en el extranjero).
Pero no se puede olvidar que si Puigdemont puede mostrarse desafiante y ufanarse ante sus acólitos, como ha hecho este sábado, de haber doblegado al Estado español y de condicionar la vida política española, es gracias a la Ley de Amnistía que el Gobierno le ha concedido.
Ha sido la rehabilitación política de Puigdemont que ha impulsado Pedro Sánchez la responsable de haber sacado a esta figura grotesca de la marginalidad y la irrelevancia en la que se encontraba en su quimérica República paralela en Waterloo.
Irónicamente, el programa de «reconciliación» de Sánchez para «pasar página» ha auspiciado una situación que podría suponer su refutación empírica definitiva, si Puigdemont consigue emular el ja sóc aquí de Josep Tarradellas.
Una posibilidad que ya no se antoja tan lejana, a la vista de la última encuesta de SocioMétrica publicada por EL ESPAÑOL el 18 de marzo. Junts, que antes de julio parecía atravesar sus horas más bajas, se está beneficiando de la preponderancia que le da el haberse convertido en interlocutor preferente del Gobierno español, y podría aventajar a ERC con 33 escaños.
Por eso, resulta hilarante que el PSOE, tal y como ha asegurado Eneko Andueza este sábado, se presente como el «dique de contención» contra el avance de los partidos independentistas.
Al hacer de los nacionalistas los socios que sustentan su mayoría de Gobierno, y al haberlos convertido en la llave de la gobernabilidad española, ha sido justamente el PSOE quien ha revitalizado y empoderado al separatismo que ahora se precia de frenar.
Tampoco sirve para soslayar esta consideración la teatral contundencia con la que el PSOE vasco perjura que no gobernará con Bildu, después de haberle otorgado la alcaldía de Pamplona, y teniendo en cuenta que Sánchez también prometió en 2015, «cinco o veinte veces», que no pactaría con los abertzales.
El presidente ha reanudado el ciclo electoral (tres citas en las urnas de los próximos tres meses en los que Sánchez se jugará su continuidad) con la misma estrategia que le ayudó a esquivar la debacle el 23-J: excitar el pánico a la extrema derecha de Vox y su supuesto avance gracias al PP.
Pero se olvida siempre el PSOE del otro flanco del extremismo, que con su política de alianzas contribuye a galvanizar. Es cierto que Illa propuso la semana pasada que el veto contra los discursos de odio no alcanzase sólo a Vox, sino también a la ultraderecha independentista de Sílvia Orriols.
Pero tal y como recuerda la alcaldesa de Ripoll, entrevistada hoy por EL ESPAÑOL, Junts ha hecho suyo parte de este discurso de odio contra la inmigración, viendo que «podía tener rédito electoral». Una xenofobia redoblada en un partido cuyo ideario etnicista y secesionista ya estaba tiznado de racismo contra el resto de españoles. Y que, sin embargo, no parece merecerle a Illa un idéntico repudio digno de veto, al considerar que «Abascal es una mayor amenaza que Puigdemont».
Veremos qué escenario resulta más amenazante en el caso de que Puigdemont vuelva al Palau de la Generalitat revestido de gloria para resetear el procés y, eventualmente, retomar la declaración de independencia de Cataluña en el décimo aniversario del 1-O.