- Sánchez se ha inventado una «mayoría social» que no existe y cree que puede engañar a Puigdemont, pero difícilmente lo logrará
No resulta nada difícil entender a un nacionalista, que no necesita traducción simultánea ni expertos en jeroglíficos: hace lo que dice y, en lo sustantivo, negocia en público: Otegi pidió canonjías para los presos, a cambio de aprobarle a Sánchez los presupuestos y gestionar a medias Navarra, sin pudor alguno. Y ERC exigió una «Mesa de negociación» bilateral, al margen de las instituciones, y los indultos de los nueve condenados en firme, esto último con la boca pequeña y las ansias grandes.
Ambos partidos recibieron lo que esperaban, y a Sánchez, además, no le ha pasado factura electoral, lo que necesariamente elevará el tono de las reclamaciones de los abertzales vascos y catalanes y, también, la disposición del socialista a atenderlas, dando apariencia de legalidad al abuso.
Ése es el contexto en el que opera Puigdemont: su zurrón de peticiones está repleto, su destierro dura ya seis años y su necesidad y capacidad de llegar más lejos que nadie es evidente: es el único que, desde la perspectiva nacionalista, no ha pasado por el aro sanchista, no ha recibido prebenda alguna y no necesita premios menores para compensar lo que él considera castigos mayores.
En otras palabras: si ahora exige amnistía y referéndum, y además negociarlo todo cara a cara en Waterloo con el propio Sánchez o un delegado de una altura que en el universo socialista solo alcanza Zapatero, de ahí no se moverá.
¿Se va a conformar con un indulto a estas alturas? ¿Va a equipararse con el posibilismo de ERC, que en realidad se ha convertido en una muleta del PSOE a cambio de obtener su respaldo tácito en la Generalitat? ¿Va a consentir que Junts se integre en esa «mayoría social» que solo existe en la contabilidad creativa del sanchismo para disimular su derrota el 23-J? ¿Y va a desechar la posibilidad de presentarse en las próximas elecciones catalanas como única fuerza independentista de verdad?
Si la respuesta a todas esas preguntas es un «No», y eso parece, las opciones de Sánchez de lograr la investidura son escasas, ocurra lo que ocurra el próximo jueves en la constitución del Parlamento. Y la posibilidad de que vuelva a haber elecciones generales a finales de año, en las vísperas de la Navidad, crecen enteros.
Porque el relato socialista del «bloque del progreso», con el que Sánchez fuerza la aritmética e intenta cuadrar un círculo ideológico imposible para esconder su fracaso en las urnas y perfumar la cadena de sumisiones que está dispuesto a hacer, no le sirve de nada a un expresidente refugiado en Bélgica que no gana nada dejándose engañar por un trilero legendario y no puede obtener, al corto plazo, el botín que justificaría su apoyo.
Basta con leer a Pilar Rahola sus artículos más catalanes para entender que Puigdemont ha echado un órdago a la grande con tres reyes de mano y que su adversario, que siempre ha ganado de farol, ni puede verlo ni puede mejorarlo.
Salvo sorpresa mayúscula, que incluiría una negociación de máximos con una resolución parecida a la ya vista con Sánchez y Mohamed VI en el Sáhara, cambiando Rabat por Waterloo pero con idéntica rendición, aquí empieza a oler a repetición electoral inevitable.