Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Illa, con su sueño presidencial, no es para Sánchez sino un peón en el tablero del poder

Fue el 18 de diciembre de 2003, día en que Aznar llevó a la Cámara Baja su reforma del Código Penal contra el plan Ibarretxe. Toda la oposición al PP se opuso a esa reforma parapetándose tras la pancarta berlanguiana que desplegaron los parlamentarios de IU: «Todos a la cárcel». Debieron de ser esa sesión y la derogación de esa reforma por el Gobierno de Zapatero las que llevaron a Ibarretxe a la falsa creencia de que los socialistas no se opondrían a su plan, como se opusieron el 1 de febrero de 2005 junto a la propia IU. Pese a que sus veleidades napoleónicas no distaban mucho de las que hoy muestra Puigdemont, Ibarretxe no contaba en esa época con la situación de ventaja con la que Puigdemont cuenta en esta. Los votos del PNV no habían sido necesarios para la investidura de Zapatero como sí lo han sido los de Junts para la de Sánchez. Y, tras un proceso de deterioro que se alargó cuatro años más para el mandatario vasco en Ajuria Enea, éste acabó catapultado a la nada ostracista de un exilio universitario en Puerto Rico, carente de las expectativas que ha tenido el exilio dorado del exhonorable catalán en Waterloo.

La increíble y triste historia del cándido Ibarretxe y sus desalmados aliados cobra una inesperada actualidad en estos días porque es precisamente esa suerte la que está tratando de evitar Puigdemont a toda costa. No es que éste reclame la presidencia de la Generalitat por su enajenado mesianismo frente a los nacionalistas y su arrogancia chantajista frente a Sánchez, que también, sino porque necesita de esa presidencia por pura supervivencia. La necesita como factor dramatizador de su situación personal que le permita ocupar un primer plano de la vida nacional y salirse judicialmente con la suya. Puigdemont sabe que, de no ser investido, podría correr peligro en un momento dado hasta su propia amnistía, que quedaría relegada a un segundo plano de la actualidad política si hallara serios obstáculos en el recorrido legal que aún tiene por delante. Por más que Illa juegue estos días a su sueño presidencial con ERC, para Sánchez no es más que un peón en el tablero del poder, como el PSC nunca ha sido otra cosa para el PSOE que un granero de votos en las generales.

Sí. Puigdemont echará un pulso al sanchismo. Quien cree que Sánchez se puede permitir otra opción en Cataluña que la de hacerle honorable no tiene más que ver cómo el presidente español ‘in pectore’ ha hecho suyo, literalmente al dictado, el discurso del presidente catalán en ciernes contra la fusión del Banco Sabadell con el BBVA. En palabras de Edmundo Bal, «Puigdemont hoy gobierna España a través de Sánchez». Dejarlo caer en favor de Illa nos llevaría a unas generales que, tal como está el patio, tampoco son descartables.