José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Le faltaba al huido político catalán el canto de un duro para caer en el radicalismo populista. Y ha caído con una ingenuidad que ha tenido la virtud de cargarse la campaña de su JxCAT
Este hombre no acierta ni cuando rectifica. Su verborrea le lleva de error en error, de extravagancia en extravagancia, de ridículo en ridículo. El pasado fin de semana, declaró ¡a la TV israelí! que la Unión Europea consiste en un “club de estados decadentes y obsoletos”, propugnando un referéndum para que los catalanes decidan si quieren o no seguir en semejante asociación que, dirigida por Tusk, Tajani y Juncker, no ha acogido sus anhelos independentistas.
Ayer, cuando desde su refugio bruselense reparó en que le estaba cayendo la del pulpo, trató de rectificar y volvió a errar, porque después de apostar por el europeísmo del catalanismo lo vinculó a una Unión “donde la ciudadanía tenga cada vez más poder y los estados tengan menos”. O sea, que trató de poner un remedio que era peor que la enfermedad. La unidad europea es de estados, no de regiones ni de ciudadanos. Que lo pueda ser en el futuro dependerá, precisamente, de la extinción de los nacionalismos que —como el independentismo catalán— recaban ensimismamientos y fronteras. ¿O no quiere él un Estado propio para Cataluña? ¿En qué quedamos?
Las declaraciones iniciales del expresidente de la Generalitat fueron un calco de las que con reiteración pronuncian líderes eurófobos como el británico Farage o la francesa Le Pen. Sin olvidar los alegatos del húngaro Viktor Orbán y del polaco Kaczynski. Y todas las compañías europeas de Puigdemont, sin excepción, son de políticos y grupos nacionalistas, ultraderechistas y euroescépticos. El apoyo de los extremistas flamencos es el mejor de los ejemplos. Le faltaba al huido político catalán el canto de un duro para caer en el radicalismo populista. Y —¡bingo!— ha caído con una ingenuidad, una ignorancia o una convicción que ha tenido la virtud de cargarse la campaña de su JxCAT y desembozar a otros líderes secesionistas —como la inevitable Marta Rovira—, perfilando así su plataforma electoral con los peores ingredientes iliberales.
Al independentismo catalán solo le faltaba la eurofobia para encajar al milímetro en el molde del populismo: promesa de un mundo mejor sin saber cómo ni cuándo, legalidad y legitimidad alternativas a las del Estado, diseño de un enemigo exterior aglutinante, democracia directa y antirrepresentativa, liderazgo autocrático y…rechazo al “club decadente y obsoleto”, o sea, a la Unión Europea.
Puigdemont y antes Artur Mas han destrozado el catalanismo político. Han mentido prometiendo lo que no han podido cumplir con el proceso soberanista; han empobrecido Cataluña propiciando la fuga de empresas y el desplome de la marca Barcelona, y se han granjeado el aislamiento internacional. Ahora, además, están llevando a una parte de los catalanes que siguen la improbable ‘república catalana’ a la homologación con la extrema derecha europea.
A la oposición le ha dado el argumentario para todos sus mítines: la mentira, la devastación empresarial y el euroesceptismo
El expresidente de la Generalitat se ha cargado la campaña de las elecciones del 21 de diciembre. A la oposición —si no se enreda en jeribeques tácticos— le ha dado el argumentario para todos sus mítines: la mentira, la devastación empresarial y el euroesceptismo. Todo eso se parecía hace nada al catalanismo como un huevo a una castaña. Y como la verbosidad de Puigdemont parece tan incontrolable como las emociones lacrimógenas de Marta Rovira o los arrebatos místicos de Oriol Junqueras, bastará que Arrimadas, Iceta y García Albiol tomen nota y cuenten de nuevo de qué va esto del independentismo.
Si Puigdemont se ha cargado la campaña de JxCAT, el deseo de los encarcelados en Estremera por salir de la trena y comparecer ante Pablo Llarena terminará por rematar una precampaña desastrosa para los independentistas. Cuyo programa unitario consiste en una amnistía que no es posible constitucionalmente (solo caben indultos individuales) y en la oposición a las medidas al amparo del 155, la principal de las cuales —las elecciones— acatan expresamente. Cunde la torpeza en el separatismo.
Mientras todo esto sucede, en las filas constitucionalistas —el ‘unionismo’ es una expresión taimada, con evocaciones de violencia irlandesa y deformadora del sentimiento de integración constitucional— debería primar la inteligencia de acaparar cada cual su espacio en vez de zafarse con el vecino. Ante las enormidades de Puigdemont y sus excentricidades, de lo que se trata —por el bien de Cataluña y de España entera— es de reducir a JxCAT a su mínima expresión electoral. El político en fuga bruselense lo está poniendo cada día más fácil.