ABC 23/12/16
EDITORIAL
· El presidente de la Generalitat camina hacia un fracaso definitivo sin haber aprendido nada de los muchos errores recientes de su partido
L presidente de la Generalitat catalana, Carles Puigdemont, dirigirá hoy la «cumbre del oprobio» independentista impuesta por la CUP para mantener vivo el desafío y advertir al Gobierno de Rajoy de que nada hay que negociar salvo la celebración de un referéndum que dé pie a la secesión. Puigdemont va de error en error. Primero porque su partido, habiéndose subordinado hasta un extremo humillante ante la CUP, está en el trance de desaparecer de Cataluña como partido con opciones de volver a gobernar. La extinta Convergencia ha sido de facto absorbida por ERC, la marca catalana de Podemos, y por la CUP, de modo que avanza hacia un protagonismo residual. Así, varios partidos de la extrema izquierda separatista están abocando casi a la extinción a la clásica marca del centro-derecha catalán que contribuía a la gobernabilidad de España. Tristemente, ya nada es así y Puigdemont camina hacia un fracaso definitivo sin haber aprendido nada de los errores recientes de su partido.
Es evidente que Cataluña está en manos de la CUP y que la legislatura se habrá agotado en cuanto se convoque formalmente el referéndum ilegal que la Generalitat pretende celebrar en septiembre. Es cierto que hay un cambio de estrategia
Een La Moncloa para tratar de corregir la deriva rupturista y reducir el nivel de conflictividad. Rajoy apela al diálogo y está abierto a discutir ofertas y soluciones, incluso aunque eso le esté valiendo severos reproches internos de una parte de su partido, incapaz de asumir siquiera la necesidad de sentarse a pactar nada con Puigdemont. La renuncia de Aznar a la presidencia de honor del PP tiene mucho que ver con las cesiones que el Gobierno parece dispuesto a hacer ahora, eso sí, sin comprometer la unidad de España. Sin embargo, y aunque es imprescindible intentar lograr una salida en este punto de fractura social en Cataluña, conviene no ser ingenuos. El desafío separatista no tiene marcha atrás y difícilmente el diálogo va a poder resolverlo porque la intransigencia de los independentistas es casi enfermiza. Si Puigdemont decide conducirlo a un punto límite, será el Estado quien lo haga con la fuerza de la ley. Lo que está claro es que el referéndum prometido jamás debe celebrarse, y si se convoca de modo ilícito, su celebración deberá impedirse con todos los medios necesarios. No será admisible que solo diez diputados de la CUP condicionen ni el futuro de Cataluña ni la voluntad de 46 millones de españoles. En ningún caso sería aceptable. A partir de este diagnóstico, Puigdemont solo tiene dos alternativas: renunciar a una obsesión identitaria imposible y resituar a su partido en la normalidad política para tener opciones de volver a ganar elecciones, o comprometer su futuro entregándose a la CUP. Lo segundo será suicida para él, y para Cataluña.