Rubén Amón-El País
El ‘expresident’ extrema su carrera de supervivencia forzando el colapso general y el propio
La prosaica corrupción ha extirpado de Cataluña el partido que más poder ha tenido desde la transición, aunque la agonía no se explica sin la negligencia de Artur Mas y sin el golpe de gracia de Puigdemont, precisamente porque el ex president ha diluido las siglas del PDeCAT en una lista en la que prevalecía el plebiscito de su propio indulto.
La victoria en las urnas de Junts per Catalunya le ha servido de coartada para la extorsión de ERC en las pulsiones fraticidas del independentismo. Y le ha permitido perseverar en su camino de supervivencia, hasta el extremo de imponer el esperpento de la investidura telemática, reanudar el desafío al Estado, profanar el parlamento a semejanza de las últimas fechorías, elegirse a sí mismo por el voto delegado y deslizar el chantaje de otras elecciones en caso de discutírsele su derecho a la presidencia extracorpórea y a la versión replicante.
Hay un término germano que describe el fenómeno, dopplegänger, aunque más que el vocablo en sí interesa el concepto subyacente. Crear el doble de uno mismo supone arriesgarse a la tiranía de la reproducción. Y Puigdemont el real corre el peligro de acabar encerrado en su propio holograma.
Empezará a costarle trabajo diferenciarse de sí mismo. Y deberá pagar la factura de estos pactos mefistofélicos. No es gratuita la bilocación a la que aspira Puigdemont. Estar en Bruselas y en Barcelona a la vez requiere un tributo a la altura del prodigio. Especialmente si decide valerse de una marioneta para ejercer la ventriloquía puigdemoniaca.
Artur Mas era un espantapájaros hasta que ejecutó al patriarca Pujol, del mismo modo que Puigdemont se introdujo en nuestras vidas como un presunto subalterno del propio Mas. El crimen edípico es el escarmiento al que se arriesga ahora el ex president. Ungiendo a su valido estará escogiendo a su ejecutor, más allá de la anomalía que supone inducir el colapso de la política catalana con el cetro del mando a distancia.
No le estamos aconsejando a Puigdemont que se entregue a las autoridades -es su deber-, pero sí que eluda la tentación de duplicarse. Ahora que celebramos el bicentenario de Frankenstein, el ex president debería considerar la rebelión que su doble puede urdirle. Hasta extinguirlo.
No se merece Cataluña un presidente de ficción. O al menos, sólo la merecen quienes han otorgado no credibilidad, sino credulidad a las cadenas del fantasma de Flandes en el gobierno de ultratumba.