Pedro Oliver Olmo-El Correo
Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Castilla-La Mancha
- La figura y trayectoria del líder de Junts desvelan las incoherencias de los demás
Puigdemont arribó a la presidencia de la Generalitat a lomos de un proceso político complicado. El ‘procés’ se desencadenó después de la sentencia del Tribunal Constitucional contra el nuevo Estatut (en 2010) y se vivificó, entre las líneas de fractura que había abierto el 15-M (en 2011) y con los casos de corrupción más la subsiguiente crisis terminal de CiU, cuando el bipartidismo entraba en barrena tras la irrupción de Podemos (y los Comunes). A partir de 2015, la pulsión separatista de las élites nacionalistas se apoyó, como nunca antes, en los denuedos independentistas de una parte importante de la sociedad catalana. Desde 2016 correspondió a Puigdemont liderar las estrategias rupturistas que condujeron al 1-O de 2017 y a la DUI (declaración unilateral de independencia) de la república catalana.
Todo lo que ha tocado Puigdemont, incluyendo su huida al extranjero mientras que otros líderes sociales y políticos afrontaban las consecuencias penales de la desobediencia civil y, por supuesto, su reaparición y huida este agosto, absolutamente todo, ha ido envuelto de emotividad y artificios. Épica y tacticismo. Provocación y ‘performance’. Así, entre emociones y dramaturgias, Puigdemont acabó representado como el espíritu de la contradicción. Hoy por hoy sigue siendo así, cuando tiene tanta impotencia en el Parlament como potencia en el Parlamento español. Es un lugar común decir que Puigdemont es imprevisible. Es un imponderable en el campo de fuerzas de la política.
Señalar a Puigdemont como político contradictorio, además de ser una obviedad en el mundo de la política, es un gesto de compasión en medio de las injurias que se lanzan contra él desde todos los ámbitos. Abunda el insulto ordinario que lo desprecia por payaso y demagogo, ridículo y mentiroso, traidor cobarde y tramposo, marrullero. Pero, si obviamos los insultos soeces y los que lo animalizan, veremos que con Puigdemont se ha restaurado el léxico del agravio con tintes literarios (esperpéntico y estrambótico, chusco y fatuo, bufón y estrafalario, necio y taimado, pícaro delirante).
No todas las contradicciones de los políticos son recibidas con semejante profusión de denuestos y desprecios. Esa violencia verbal no se explica solamente por el hecho de que el líder de Junts haya practicado tácticas disruptivas contradictorias. Con Puigdemont hay un plus de animadversión que por momentos se hace coral y trasversal. ¿Por qué? Por algo más profundo que sus propias contradicciones: las contradicciones de cada cual. Recibe estopa a diestro y siniestro porque su figura y su atropellada trayectoria desvelan a cada paso las incoherencias de los demás. Para explicarlo mejor voy a repasar las derivaciones de esas contradicciones en el tablero ideológico y partidista:
Entre las izquierdas destacan las soberanistas, tanto las ‘apocalípticas’ de la CUP como las ‘integradas’ de ERC. Aunque tienen talantes y discursos diferentes y han cosechado cuentas de resultados electorales de manera claramente asimétrica, Esquerra y los anticapitalistas, en cierta medida por su relación con Puigdemont, se han dejado galones de apoyo popular y girones de descomposición interna. Sin que Puigdemont tuviera que mover un dedo era la némesis de una chirriante contradicción: dos fuerzas de izquierda confluyendo con un político derechista que compite en xenofobia con la ultraderecha independentista de Acció Catalana.
Por otra parte, en el campo de las izquierdas no soberanistas, Podemos y los Comunes (más Sumar) se han visto obligados a hacer sobresfuerzos pedagógicos con el fin de explicar (sin éxito de audiencia) que no es contradictorio defender el derecho a decidir y apoyar a los «presos polítics» y al «exiliado» Puigdemont. Le faltó a la izquierda un lenguaje propio y un repertorio de acciones que marcaran perfil frente a las contradicciones del independentismo represaliado. Por último distinguimos al PSC y, en fin, al PSOE, el mismo partido político que apoyó el 155 en 2017 y en 2023 negoció con Junts la investidura de Pedro Sánchez. Puigdemont ha tocado con su propio palo en el tambor de las contradicciones de todas las izquierdas.
Para terminar pongamos a Puigdemont en relación con las derechas españolas. Enseguida vemos a un PP en recurrente contradicción, acomplejado ayer frente a Ciudadanos y hoy acoquinado por Vox (con Alvise en el umbral de unas expectativas todavía más paradójicas). Han sido incontables los giros y maniobras, pero lo más significativo es que Feijóo quiere negociar con Puigdemont porque lo necesita. Así las cosas, abreviemos diciendo que el tambor de las contradicciones del PP suena fuerte, para que se escuche bien en España, aunque desentone en Cataluña; y para que el estruendo oculte sonidos más silenciosos que van dirigidos en exclusiva a los oídos del imponderable Puigdemont.