PEDRO BAREA, EL CORREO – 15/08/14
· Alta sociedad, corrupción, tráfico de influencias, complot familiar… La obra teatral ‘La muralla’ se anticipó a la realidad del último escándalo.
Albert Boadella hizo dos versiones del ‘Ubú’ de Alfred Jarry. Una con el Teatro Lliure en 1983, ‘Operació Ubú’, y la segunda ‘Ubú President’, en 1996. Las dos eran un cruel chafarrinón político sobre el que entonces era presidente de la Generalitat de Cataluña. Las dos simulan que el Excels/Jordi Pujol se somete a un tratamiento médico que le cure sus tics faciales. Los ‘Ubú’ de Boadella fueron bufonadas que aprovechaban el histrionismo del protagonista. Teatro y política. Asesores como Pilar Miró o Gustavo Pérez Puig han forjado parte de la iconografía política reciente porque los políticos han echado mano de directores de escena para elaborar su propia imagen, su dicción y oratoria, su puesta en escena. Sin duda Boadella no fue el asesor de Pujol, sino Pujol el asesor de Boadella. O lo parecía. Pero Boadella se quedó corto.
‘La muralla’ de Joaquín Calvo Sotelo, en dos actos y cuatro cuadros, es el drama de un hombre enriquecido con un pingüe robo inmobiliario durante la guerra del 36. Narra el impulso final de su protagonista, Jorge Hontanar y Villamil (Jorge y no Jordi), de cumplir con su conciencia, pero en contra de los herederos de esa fortuna ilegítima. De repente un día ve la muerte cerca, su corazón falla, y se le hace actual la ignominia que ocultaba a todos. La secuencia culmina cuando va a confesar la verdad del origen de su hacienda El Tomillar, porque para quedar en paz y obtener el perdón divino piensa restituirla a su dueño, Gervasio Quiroga.
El parecido del ‘caso Pujol’ (2014) con la obra teatral ‘La muralla’ (1954) es mera coincidencia, según se dice en tantas obras de ficción. El tema del secreto culpable es muy teatral, como el remordimiento o la deshonra. Al menos otros dos dramas previos a ‘La muralla’ –‘La confesión’ de Joaquín Dicenta (1908) y ‘O locura o santidad’ (1877) del Nobel español José de Echegaray– se acercan al asunto.
El parecido del presunto ‘caso Pujol’ con ‘La muralla’ (1954) es casual, pero parece un rayo que anticipa el trueno. Alta sociedad, corrupción, tráfico de influencias, la política como ‘régimen’ y como negocio, hipocresía religiosa, presiones de una familia que es el ariete de la codicia, la mujer intrigante, pelotazos, el tabú del escándalo como coartada personal… El ‘Jorge’ arrepentido de la obra podía ser Jordi sin muchos afeites en una presunta versión de ‘La muralla’ para el siglo XXI.
‘La muralla’ se estrenó casi a la vez en Madrid y Barcelona en 1954, con dos elencos, y tuvo miles de funciones en varias temporadas, y giras por toda España. Se imprimió decenas de veces y fue estrenada en Hispanoamérica y Europa. La versión fue inmediata en Lisboa, en Holanda, se vio en Alemania, en Bélgica, en EE UU, fue llevada al cine por Luis Lucia en 1958, y se grabó para televisiones europeas. Todavía está hoy en internet en la biblioteca virtual del Instituto Cervantes.
Calvo Sotelo urdió para ‘La muralla’ varios finales. Lo cuenta en el ‘Prólogo para ser leído a la hora del epílogo’ que precede al texto publicado. ¿Devolverá su Jorge lo robado?, ¿se llevará el secreto a la tumba?, ¿se redime?, ¿se condena al infierno eterno?, ¿arruina ‘sin culpa’ a los suyos?, y ¿la familia ha de pagar por lo que no ha hecho?, o, ¿es peor que nada el escándalo de una familia ejemplar? El desenlace lo decidió el autor después de oír a una larga serie de personas ‘de criterio y rectitud moral’, y horas antes del debut hizo que Jorge quisiera recibir a Quiroga, el esquilmado, y confesarle la rapiña en contra de todos, es decir, de ‘la muralla’. Al final, Jorge agoniza en escena. Gervasio Quiroga, ya en la puerta que bloquean codo con codo los deudos, no puede llegar a ver al Jorge Hontanar y Villamil agónico y arrepentido, en una cumbre dramática que es de imaginar.
En ‘La confesión’, en un acto, Santiago asesina a su mejor amigo en un viaje por África donde los dos camaradas habían encontrado oro. Se siente morir y pide a su familia que acepte la restitución, y salvar así su alma; la familia hace trampa y miente al cura que llega (Aurora, la hija del autor de ‘La confesión’ Joaquín Dicenta, llegó a acusar a Calvo Sotelo de plagio en ‘La muralla’). En ‘O locura o santidad’ un secreto de filiación en un papel manuscrito, que decide la herencia, va y viene en la función casi como un personaje más; al arrepentido don Lorenzo de Avendaño le inspiraba su sentido del honor que no podía tolerar la impostura.
Hay matices en el XIX y en las dos tramas del XX. El asunto es el expolio, pero el teatro había de ser ejemplar. Es el expolio particular en ‘La muralla’, el expolio criminal en ‘La confesión’, y en las tres obras la honra, la ética o la moral, o el miedo a una eternidad sin confort, como móviles. Aquellos relatos se encarnan en escena en personajes, en tipos físicos, debilitan lo social en favor de lo íntimo y hay afecto de los autores por sus afligidas criaturas. Si Jorge Hontanar hace pública su estafa, todos van a la ruina con él.
En una ‘Muralla XXI’ que casi está ya escrita por la realidad, ha cambiado el foco de la moral para contar con otra ética civil, laica, de tribunales, y el horrible pecado con perdón pasa a ser un delito penal. Si en ‘La muralla’ les queda la herencia a los usurpadores, en ‘La muralla XXI’ la red de intereses se enreda hasta el punto de que la confesión del culpable sea el modo de distraer la culpa del resto. Un final no visto por Calvo Sotelo podía ser escribir que su Jorge Hontanar, erre que erre, se negara a saldar el daño a la víctima, que pactarían los herederos: el héroe al infierno y los otros no, pero esa solución asamblearia sería poco creíble…, por poco teatral.
¿La realidad imita al arte? Pues no, nada inventado supera lo real.
PEDRO BAREA, EL CORREO – 15/08/14