JOSÉ MARÍA CARRASCAL, ABC – 11/08/14
· Cataluña es una ciénaga de corrupción institucionalizada que puede compararse a la de Andalucía.
Ese señor bajito y regordete que salta de casa en casa en los Pirineos, hoy en España, mañana en Francia, con apariciones esporádicas, como si estuviera jugando al escondite con los periodistas, parece no haberse enterado de que estamos en una nueva etapa. Ya hay un presidente autonómico en la cárcel, pronto habrá otro, u otros. La gente está harta y los dirigentes, asustados. Ya no tienen bula, como durante la Transición, con Montesquieu enterrado, las comisiones a la orden del día y los jueces al pairo. Hoy, jueces y juezas no paran y empiezan a actuar con entera libertad, sin que nadie se atreva ya a frenarlos. Pero ese jubilado pirenaico, exmolt honorable, sigue sin enterarse, y declara como un mérito que está dispuesto a comparecer ante la Justicia y ante Hacienda. ¡Estaría bueno que no lo estuviese! ¿Se imaginan que hubiera dicho que se negaba a comparecer?
Al día siguiente estaría en un calabozo sin pasaporte. Ya no es intocable, como lo ha sido durante tres décadas, importándole un bledo las instituciones estatales. Su exclamación «¿Y qué coño es el UDEF?», referida a la Unidad de Delitos Monetarios, indica el poco respeto que les tenía y el nulo miedo que le inspiraban. Que confiaba, en fin, en que su «Confesión» escrita, con más agujeros que los vaqueros de un hippie, le salvaría de los delitos que reconoce y de los que deja en el aire, no sólo suyos, sino también de su familia, es la mejor demostración. Como si hablase en un confesionario, sin enumeración de pecados, arrepentimiento de ellos ni propósito de enmienda.
Lo primero que se pregunta hoy la gente es ¿por qué lo hizo? Yo más bien preguntaría: ¿por qué no? Si consiguió escapar del hundimiento con un olor a pufo de Banca Catalana siendo un político apenas conocido, ¿por qué iba a tener miedo de jueces, fiscales e inspectores de Hacienda por los raros negocios en que se halla metida su familia? Era el hombre más poderoso de Cataluña e, indirectamente, de España, por ser quien decidía cuál de los dos grandes partidos iba a gobernar. Y estos, con tanta falta de ética como sentido de Estado, ya se encargarían de que no se le investigara. Pero eso, repito, se acabó, como la época que representaba: la del pelotazo y el tres, o el veinte, por ciento.
Entre las muchas preguntas que hoy surgen, la más urgente es: ¿se han dado cuenta los catalanes de que esa etapa se ha acabado? Tengo la impresión de que no, de que, como quien les ha gobernado, conducido más bien, al tratarse de un líder mesiánico, no se dan cuenta ni quieren dársela. Hasta cierto punto es explicable. Cuesta renunciar a la idea de que son los más inteligentes, los más modernos, los más cultivados de esta vieja nación, teniendo por tanto privilegios sobre el resto de los españoles. Y cuesta aún más reconocer que Cataluña no es el oasis que se creían, sino una ciénaga de corrupción institucionalizada que puede compararse a la de Andalucía, a la que miraban con tanto desprecio.
Con lo que llegamos a la pregunta fundamental, a la clave de todo el asunto: ¿se va a dejar escapar a Jordi Pujol y familia como se les dejó en el caso de Banca Catalana, haciendo un gran paquete con los ERE andaluces, los misteriosos millones de Bárcenas y el caso Urdangarín, como ya se insinúa desde allí? Piénsenlo bien los responsables, pues la cosa es importante. Tan importante como que si la España de Felipe VI va a ser más limpia, más justa, más honesta, más responsable, más, en fin, democrática que la de la Transición. Más importante por tanto que una España con Cataluña o sin Cataluña, pues ¿de qué nos sirve la Cataluña de los Pujol?
JOSÉ MARÍA CARRASCAL, ABC – 11/08/14