EL CORREO 02/08/14
JOSU DE MIGUEL BÁRCENA, ABOGADO Y PROFESOR DE DERECHO CONSTITUCIONAL
· Las últimas revelaciones desacreditan el liderazgo de la reivindicación, diseño y ejecución del referéndum asumido por Mas con el beneplácito de ERC
No se dejen engañar. La mayor parte de los políticos y periodistas que muestran sorpresa por la autoinculpación de Jordi Pujol están haciendo teatro. En Cataluña, cualquier ciudadano medio que se moviera en los círculos del poder institucional, económico o comunicativo, tenía conocimiento de cómo funcionaba la familia al completo. Nadie amasa una fortuna tan grande y libre de impuestos sin la connivencia de terceros que faciliten y consientan las prácticas corruptas. A partir de ahora, cada palo tendrá que aguantar su vela, aunque resulta inquietante que las indagaciones policiales y judiciales en torno a las andanzas de los Pujol parezcan estar dosificadas teniendo en cuenta un calendario independentista que empezó allá por 1984, cuando los poderes públicos estatales cedieron al chantaje político, decidieron que la ley no era igual para todos y dejaron que el expolio de Banca Catalana quedara impune.
Abundarán, en los próximos días, las crónicas indignadas y las biografías severas en torno a la figura del fundador de Convergencia. Sin embargo, pocos podrán negar que políticamente hablando, Pujol ha sido una de las figuras más importantes de la segunda mitad del siglo XX en España. Es muy posible que sin el arrojo de ERC y el compadreo del PSC, siempre hipnotizado por la música del viejo político nacionalista, no estaríamos hoy al borde de un referéndum secesionista en Cataluña. Sin embargo, la interiorización social del independentismo no es producto de la acción y omisión de republicanos y socialistas, sino de un plan perfectamente urdido por Pujol desde que llegó al poder en la década de 1980. Como cuenta Francesc de Carrera en su último libro, ‘Paciencia e independencia’, la agenda oculta del nacionalismo catalán consistió en construir un régimen político y social diferenciado utilizando como catalizadores la lengua, la escuela y la opinión pública subvencionada.
Por lo tanto, con la caída de Pujol desaparece el referente político de una parte muy importante de la sociedad catalana que en los dos últimos años había decidido que era el momento de separarse de España. Ahora, con el reconocimiento de la evasión fiscal, es probable que crezca la sensación de que la independencia era un medio para lograr mayor impunidad jurídica y perpetuar el clientelismo que ha venido caracterizando a los distintos gobiernos de la Generalitat. Se abre la puerta a que votantes moderados de CiU, PSC o Iniciativa, que habían abrazado el independentismo en fechas recientes como consecuencia de la feroz propaganda que acusaba a España de robar a Cataluña, atacar gratuitamente su autonomía o pretender liquidar su lengua, reconsideren su posición en vista de la integridad de quienes reproducían sin despeinarse tales eslóganes.
Frente a la posibilidad de que este punto de vista se generalice, particularmente ERC y la CUP, apelan a la independencia como trasunto de la tabla rasa revolucionaria. Con el Estado propio, nuevo y reluciente, Cataluña logrará desalojar a la casta que está en el origen de su actual decadencia moral. Y es que como decía Ernst Bloch, nada suena tan embriagador como la apelación a comenzar desde un principio. De este modo, si el mal del sistema político español está en la Constitución y la Transición que la cinceló, en Cataluña la insoportable corrupción es culpa de su españolización, de la importación de conductas promocionadas por un estado con intereses coloniales en el Principado. Solo quienes desconocen la importancia de la cultura política en el desarrollo de las democracias pueden realizar este tipo de alegatos. La transformación de la sociedad y de los comportamientos públicos poco decorosos, rara vez viene de la instauración de diseños institucionales creados en el vacío, sino de cambios políticos consensuados que refuercen el respeto por el Estado de Derecho y la gestión de la cosa pública. Se trata de cambiar mentalidades y no comportamientos circunstanciales.
Las revelaciones en torno a la familia Pujol también desacreditan la posible consulta del 9-N. No es una cuestión solo de valores, como anteriormente se ha apuntado. El liderazgo de la reivindicación, diseño y ejecución del referéndum ha sido asumido por Mas y su Gobierno, con el beneplácito de ERC, que solo ve en el plebiscito una justificación más para declarar la independencia unilateralmente. Sin embargo, el actual president es sucesor directo de Jordi Pujol, que le designó personalmente para conducir el interregno a la espera de que su hijo Oriol tuviera la experiencia suficiente para hacerse con el partido. Hay que recordar, asimismo, que Mas comparte con Pujol el dudoso honor de tener un padre que tenía la insana costumbre de llevar sus ahorros a paraísos fiscales. El descrédito es total, y no extraña nada que en su reciente reunión con Rajoy, el president diluyera la realización de una consulta secesionista entre treinta demandas al Estado, como si decidir la existencia de un país fuera lo mismo que mejorar los transportes de cercanías de la provincia de Barcelona.
Lo que en el fondo se pone de manifiesto, es que los problemas de Cataluña no son solo de encaje territorial en España. Para reivindicar la independencia en serio, los nacionalistas tienen que empezar por reconocer y soportar la existencia de pluralidad interna en Cataluña, cumplir con la Constitución y dejar de confundir sus intereses con los de toda la sociedad. Porque cuando uno maneja un país como una finca, lo primero que se deteriora es la democracia.