EL MUNDO – 20/12/15 – ARCADI ESPADA
· Mi liberada: Habrás visto con asombro y estremecimiento que Rajoy y tú tenéis algo que ver. Un mismo sentido del humor. O al menos de su aprovechamiento. Después de condenar la violencia, venga de donde venga, habrías firmado con gusto ese chiste en el que las gafas del presidente vuelan hasta las ignotas regiones celestes, de la hostia que le dieron, y allí las encuentran los Reyes Magos, que ya están viniendo. Lo singular, comprenderás, no es que tú celebraras el chiste («nen, s’ha de riure del mort i del que el vetlla») sino que Rajoy sea su autor, según reza un tuit de su cuenta de las 12.04 de este viernes.
El chiste es ridículo y la trivialización de la violencia que propone ni siquiera está redimida por la gracia. El que chistoso y víctima coincidan es una circunstancia poco original, de clara matriz judía. Y está de más decir que la calidad y la moralidad del chiste son independientes de su autor. Si el autor hubiera sido alguno de los abundantes cómicos de La Sexta, o don Guillermo Zapata, el chiste no habría mejorado ni empeorado en ningún orden. Sí habría habido alguna variación en las reacciones. Los miles de retuits ovejunos que aclaman, desde que fue evacuado, el presunto sentido del humor del presidente, se habrían tornado ásperas recriminaciones e incluso amagos de denuncia por apología de la violencia. La radiante paradoja señala el rasgo más desdeñable del chiste presidencial, que es el de la amanerada utilización electoralista de un hecho violento.
Los chistosos del presidente, sobresale Moragas, debieron de pensar en algunos de los recientes éxitos tuiteros de C’s, basados en la maniobra del judo, que es la de utilizar el impulso del contrario para derrotarle. Así pasó cuando el portavoz parlamentario del PP llamó «naranjito» a Albert Rivera, y el líder y cien mil se fotografiaron con la imprescriptible mascota. O cuando el dirigente del PP en Galapagar, Ángel Camacho, llamó «fondona» a la concejala ciudadana Begoña Villacís y los militantes del partido se empezaron a fotografiar comiendo marranadas, mientras proclamaban que también ellos estaban fondones. En la triste vida que lleva el pueblo lo importante es el retuit y no lo que se retuitea. Por eso da lo mismo llamar «naranjito» a Rivera que darle un puñetazo a la máxima autoridad democrática.
Fuera de ese mundo de replicantes, las personas razonables esperaban una implicación personal del presidente en la exigencia de responsabilidades al agresor. El ordenamiento jurídico español permite ejercer la acusación a los particulares y es una concesión que un agredido en esas circunstancias no la ejerza. Así lo entendió la vicepresidenta del Gobierno cuando denunció, digamos que a través de su marido, el sucio escrache que le organizaron en su casa. El presidente debía ser especialmente proactivo por razones de ejemplaridad. Al fin y al cabo, medio país tuitero estaba diciendo que el golpe fue ejemplar. Lo decían sin ambages o haciendo notar, como el clérigo Junqueras, que el puñetazo era un acto de defensa propia ante la equiparable violencia gubernamental que despide y desahucia. Y ejemplaridad, sobre todo, porque la canción popular empezó a entonar a voz en grito la fábula del menor irresponsable.
Una fábula falsa atendiendo a su edad, situada en esa franja de los 16 a los 18 donde la responsabilidad se traduce, nítidamente, en la imputación y el castigo. Y falsa también, probablemente, en relación a los indicios que se desprenden de los mensajes cruzados entre el agresor y su banda: hacen pensar en una acción premeditada, como premeditada podría estar la elección del sujeto, al que le faltan solo tres meses para cumplir 18 años y ser penalmente un adulto. No te ocultaré, en este sentido, mi admiración por el derecho anglosajón, que juzga la responsabilidad y el castigo de los menores delincuentes no en razón de franjas de edad sino del análisis de las circunstancias personales que se dan en cada caso.
Desde el primer momento la reacción del presidente y de su séquito fue la de rebajar gravedad al hecho y atenuar su respuesta. En realidad, más grave que la ausencia de denuncia fue su insistencia en que no habría denuncia. La banda del tofu, que así debe ser llamada la corte de asesores presidencial, vio un filón en la protección que el mainstream dispensa al menor. Y una oportunidad más en la que llaman, sin rubor, estrategia de humanización. Habría sido interesante ver en qué habría quedado toda esa elegante nonchalance si la vicepresidenta del Gobierno hubiera sufrido una violencia sexual comparable durante un paseo electoral, y pongo este ejemplo, quiero remarcarlo, porque me da la gana.
Las personas razonables observaron también, con estupor, que el presidente se apresuró a deslindar la agresión de la política. El agresor vociferó que le había golpeado por cobrar sobresueldos, pero eso no le pareció político. El presidente me recordó a ti: cuando ves cómo entra un joven en una discoteca, empieza a disparar, solo después de invocar a Alá, y te apresuras a decir que la violencia islamista no tiene nada que ver con la religión. Es evidente que la propaganda podémica que el joven pixelado estaba repartiendo no incluía la instrucción de golpear al presidente. Pero la prueba de que el puñetazo tenía que ver con un determinado relato político la daban los tipo Junqueras cuando interpretaban que el puñetazo era la respuesta a una situación de desesperación social y asumían, por lo tanto, la autoría ¡intelectual! de la agresión. Pero no quiero insistir: puede que el agresor y el presidente tuvieran visiones distintas sobre la política de fichajes del Pontevedra CF: tampoco debo yo caer en la trampa de señalar móviles apresurados de los crímenes.
Cuando le preguntaron a Rajoy por qué no denunciaba a su agresor contestó que su tesis es siempre dejar actuar a la justicia (de oficio). Su tesis, decía. Ya sabes que presumo de oído. Estaba diciendo del puñetazo lo mismo que había dicho de la sedición del gobierno de Cataluña. Había hecho desaparecer de la campaña la grave crisis catalana, con la complicidad de los partidos y la inaudita complicidad de uno de ellos. Estaba haciendo lo mismo con la brutal agresión de Pontevedra, sublimada en unas entrañables gafitas voladoras. Dos puñetazos a la democracia que, a la Baudrillard, no han sucedido. Hay quien piensa que Rajoy sufre de pasmo. ¡Quia! Un defecto de transcripción. No ha habido ni habrá un presidente más plástico, asistemático, relativista, despreocupado y anticarismático. Más posmo.
Y sigue ciega tu camino…
EL MUNDO – 20/12/15 – ARCADI ESPADA