Se suele atribuir a Vladimir Ilʹich Lenin la frase «hay décadas en las que no pasa nada y semanas donde pasan décadas».
No es una exageración decir que en el breve tiempo transcurrido tras la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses, el escenario geopolítico ha sufrido casi tantas convulsiones como en los últimos ochenta años, los transcurridos desde el final de la II Guerra Mundial y la victoria de las democracias liberales frente a los totalitarismos comunista y fascista.
Probablemente, sólo la caída del Muro de Berlín en 1989 puede igualar, por la enormidad de sus consecuencias, a la ruptura de Estados Unidos y la Unión Europea (UE) en el terreno de la defensa.
Porque este jueves, en Bruselas, la UE se ha independizado militarmente de los Estados Unidos. O al menos ha anunciado su intención de hacerlo. Algo que supone un punto y aparte histórico capaz de cambiar el mapa geopolítico, romper alianzas históricas y generar otras tantas nuevas.
«No hay duda de que la guerra en Ucrania, la nueva posición de la administración estadounidense hacia Europa y, sobre todo, la carrera armamentística iniciada por Rusia nos plantean desafíos completamente nuevos» ha dicho este jueves el primer ministro polaco, Donald Tusk, durante la cumbre de emergencia celebrada en Bélgica.
«Europa debe afrontar este desafío y debe ganar esta carrera armanentística», ha añadido luego Tusk, con un lenguaje bélico poco habitual en una UE habitualmente timorata y que suele sentirse más cómoda en el papel de paloma que en el de halcón.
De la cumbre de Bruselas ha salido este jueves un compromiso de endeudamiento conjunto cuyo objetivo es la transformación de la UE en una potencia militar. La tercera del planeta, tras Estados Unidos y China, y por delante de la cuarta, Rusia.
Sería un error atribuir a Donald Trump en exclusiva la responsabilidad por esta ruptura, que ha obligado a la UE a coger las riendas de su propia defensa.
Porque han sido varios los presidentes estadounidenses, demócratas y republicanos, desde Dwight Eisenhower hasta Nixon, Carter, Reagan, Bush SR y Bush JR, Clinton e incluso Barack Obama, los que han advertido una y otra vez de que el peso mayor del coste de la defensa de Europa, un continente rico, no podía recaer ad aeternum sobre los hombros de los Estados Unidos de América.
Los líderes europeos se han comprometido en la cumbre de Bruselas a invertir 800.000 millones de euros en su defensa. 650.000 de esos millones correrá a cargo de los propios Estados y los restantes 150.000 adoptarán la forma de préstamos conjuntos de la UE.
Países como Francia y España, precisamente uno de los más incumplidores con la OTAN, han pedido ya que la mayor parte del gasto sea asumido por la UE de una u otra forma. Es decir, a cargo de la deuda, que es tanto como decir de las generaciones futuras.
Una petición que apenas logra ocultar, en primer lugar, las dificultades económicas por las que pasan algunas de las economías con mayor peso de la UE. Y, en segundo lugar, el escaso compromiso de algunos países, por no decir desinterés, por ese rearme de la UE que dicen apoyar en sus comparecencias públicas.
Más allá de las declaraciones públicas, siempre correctas y aparentemente ‘alineadas’, las diferencias en el nivel de compromiso militar de los distintos Estados de la UE son evidentes.
Y ese es un problema europeo que conviene resolver lo antes posible. Los países europeos occidentales, con España a la cabeza, no pueden delegar todo el peso de la defensa frente a Rusia en países fronterizos como Polonia, Ucrania y los bálticos, como antes lo hicieron con Estados Unidos.
Si Europa es un proyecto común, ha de serlo en todos los terrenos. Y cada país ha de aportar su parte.
Otro riesgo sobre el que habrá que estar vigilante es el de la posible transformación del Plan Rearme en una mera operación contable más que en una realidad. Una operación contable inane que le permita a los Estados europeos mover al apartado de defensa gastos que en realidad nada tienen que ver con ella y cuya utilidad sería nula en una hipotética guerra con Rusia.
Por no hablar de la posibilidad de que ese rearme sea financiado con más impuestos y más deuda en vez de recortando gasto público superfluo, como sin duda debería hacer un gobierno responsable.
Sin embargo, y a pesar de las cautelas que pueda despertar el Plan Rearme de la UE, lo cierto es que este supone una ruptura de enorme calado entre Europa y unos Estados Unidos que han girado la vista, como anunció Obama hace más de una década, hacia China y el sudeste asiático.
Si de la brutalidad de Trump hay que extraer alguna virtud, esta ha sido la de haber desperezado a una UE que, enfrentada al abismo de una confrontación con una Rusia con voluntad de imperio, ha emergido de las faldas de los Estados Unidos decidida a convertirse, si no en una economía de guerra, sí en una potencia militar capaz de derrotar a Rusia en una hipotética guerra futura.