Enfoque, ABC, 12/5/12
El 7 de abril de 1933 —dos meses después de la designación de Adolf Hitler como canciller—, un funcionario de la Administración alemana se presentó en casa de Simon Stein con la intención de completar un censo de empleados públicos. Junto a las habituales cuestiones de rigor —edad, sexo y estado civil—, el funcionario preguntó: «¿Es usted de raza aria?». Ningún gesto de inquietud en Simon, que respondió con un escueto «no» antes de despedir a su interlocutor en la puerta. En el rellano de la escalera, éste reparó en un pequeño olvido: «Disculpe, señor, pero ¿es usted judío. Es hijo o nieto de judío?». Simon asintió. A los pocos meses fue desplazado de su puesto en el servicio de contabilidad del Ministerio de Economía, pero lo atribuyó a discrepancias puntuales con su jefe. Un año después, la pregunta: «¿Es usted alemán y de raza aria?» encabezaba el cuestionario del Censo Nacional. El 17 de agosto de 1938, el Gobierno alemán obliga a todos los judíos cuyo primer nombre no deje claro su origen a que le añadan, en función de su sexo, el de «Israel» o «Sara». En octubre de ese mismo año se les confiscan todos los pasaportes, que son sustituidos por otros con una «J» impresa. En 1939 —con la inestimable ayuda de los matemáticos Heydrich y Eichmann— Hitler completa el Registro Judío, que incorpora la raza hasta la tercera generación: un prodigio informático que computeriza la técnica estadística y la pone al servicio de la aniquilación. El 19 de septiembre de 1941, todos los judíos son obligados a llevar una estrella de seis puntas con la palabra «Jude» cosida en la parte más visible de su vestimenta; diez meses más tarde, el distintivo se hace extensivo a sus hogares.
… Y luego el aire se hizo negro y un vómito de espanto y carne triturada alcanzó la cima de la maldad humana: la cumbre más alta del horror…
Disculpe el lector la extraña asociación de ideas que me ha provocado la noticia de que Bildu clasificará a los residentes en Guipúzcoa por su ascendencia vasca. ¡En qué estaría yo pensando para tamaña digresión! Al fin y al cabo, eso de marcar a los ciudadanos en función del lugar de nacimiento, el de sus padres y antepasados no es más que un rutinario ejercicio de control.
Que se lo pregunten a Simon Stein. [ESPAÑA]
Enfoque, ABC, 12/5/12