RAMÓN PÉREZ-MAURA – ABC – 13/02/16
· La izquierda española es profundamente intransigente. No hay más verdad que la suya. No hay más errores que los ajenos.
España debe de ser el único país del Occidente contemporáneo donde una parte de la clase política se empeña en perder el tiempo intentando negar la Historia a base de cambiar placas, nombres de calles y monumentos. Y, lo que es peor, eso lo pueden hacer algunos porque la derecha democrática es en verdad demócrata, mientras que esta izquierda es muy poco demócrata. El Gobierno Zapatero parió el engendro de la Ley de la Memoria Histórica y el Gobierno Rajoy no se planteó ni por un instante derogarla.
No hubiera sido tan complicado. Y el argumento era bien sencillo: esa era una ley para romper la pacífica convivencia que se habían dado los españoles en la Constitución de 1978. Pero esa iniciativa no ameritó el interés del Gobierno hoy en funciones. A pesar de que ofrecía la posibilidad de no tener que ser sustituida por otra ley que hubiera que debatir. Bastaba con votar su derogación sin necesidad de legislar al respecto.
Sobre el supuesto espíritu de esa Ley de la Memoria se están gestando inmensos dislates. Tantos, que hasta la propia alcaldesa Manuela Carmena ha tenido que reconocer que algunos de los nombres mentados por la ya despachada Cátedra de la Memoria Histórica eran un disparate. Pero la clave no está en si finalmente han sido incluidos en el listado a suprimir Dalí, Calvo Sotelo o el Cerro de los Ángeles –tronos, potestades y arcángeles incluidos–. Lo relevante es el sectarismo que demuestra el mero hecho de considerar esos nombres –y muchas otros– como meritorios de ser censurados. A nadie se le ocurre que a Dalí le pusieran una calle por franquista, ni que la reciente exposición antológica de su obra en el Reina Sofía fuera el mayor éxito de la historia del museo por razones políticas.
Pero, para algunos, Dalí sentenció su suerte el día que proclamó «Picasso es comunista, yo tampoco». Calvo Sotelo arrastra el oprobio de haber sido asesinado, que a quién se le ocurre. Y en el Cerro de los Ángeles, que fue erigido por Alfonso XIII –mal empezó, claro–, ya fue «fusilada» –incluso con dinamita– la imagen del Sagrado Corazón de Jesús el 28 de julio de 1936 por los milicianos. Y luego el destrozo que causaron esos admirables revolucionarios fue reparado por la oprobiosa, haciendo del lugar un símbolo franquista evidente. A ver quién se atreve a discutirlo.
Me ha impresionado leer en las memorias que acaba de publicar Javier Rupérez («La mirada sin ira». Almuzara, 2016) el siguiente pasaje: «Durante sus tiempos como ministro de Asuntos Exteriores tenía [Marcelino] Oreja la buena costumbre de practicar diariamente con sus directores generales –y [Fernando] Morán lo era de África– unas intensas sesiones informativas, a las que también se sometió el borrador del discurso de [Oreja en] Naciones Unidas.
No pude imaginar yo que de Morán pudieran provenir tantas y tan acerbas críticas a un texto que yo concebí y redacté dentro de la más estricta ortodoxia democrática y occidental. Cuando le pregunté en un aparte por qué mantenía aquella, para mí, incomprensible actitud me contestó, con su habitual aspereza, que no le correspondía al Gobierno de un protofascista como Suárez traer la democracia a España, sino a un Gobierno progresista, que no tardaría en llegar, encabezado por un político socialista».
La izquierda española es profundamente intransigente. No hay más verdad que la suya. No hay más errores que los ajenos. Sólo ella es demócrata. Los que desde la derecha lucharon contra Franco eran en realidad fascistas, porque contra Franco sólo se podía estar en la izquierda. Y así…
RAMÓN PÉREZ-MAURA – ABC – 13/02/16