ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN

No es posible un pacto de Estado entre PSOE y PP porque Sánchez no quiere. Ya lo tiene cerrado con Podemos, ERC y Bildu

ESTOY convencida de que Pedro Sánchez tiene perfectamente amarrado su gobierno con Podemos, ERC y Bildu desde hace tiempo. Mi única duda es si ligó su suerte a la de estas fuerzas rufianescas antes o después de la repetición electoral. Probablemente existiera una especie de entendimiento tácito para no dejar escapar una segunda oportunidad, pendiente de rematar flecos en función del veredicto de las urnas. Y puesto que éste resultó demoledor para tres de los cuatro participantes en la cama redonda, el mismo diez de noviembre por la noche se intercambiarían los pertinentes mensajes destinados a refrendar el preacuerdo existente, sin prejuicio del teatro político al que estamos asistiendo desde entonces, indispensable en el empeño de salvar las apariencias.

Nos están tomando el pelo, esa es la realidad. No existe la menor posibilidad de que se fragüe un gran pacto de Estado entre PSOE y PP, por la sencilla razón de que el candidato socialista no quiere. Nunca ha querido. Su deseo habría sido gobernar en solitario, al arbitrio exclusivo de su voluntad. Pero puesto que el pueblo español le ha cegado dos veces consecutivas esa vía, se ve obligado a conformarse con el mal menor, que a sus ojos es este Frankenstein monstruoso en trance de gestación.

Sánchez regresó triunfante al puente de mando de Ferraz cabalgando el tigre de una militancia radicalizada y sabe muy bien a quién debe lo que al fin ha logrado ser. No está a punto de colmar su desmedida ambición gracias a su talento, ni a su talante, ni desde luego a su buen hacer, ni tampoco a los órganos de dirección de un partido hasta no hace mucho respetable y escrupulosamente leal a la Constitución, que con buen criterio reaccionó a su veneno expulsándolo del poder, sino a esas bases sectarias más próximas ideológicamente a Pablo Iglesias que a Felipe González. Ellas son su sostén y él es consciente de que les repugna infinitamente más el término «derecha» que otros como «derecho a decidir», frontalmente opuesto a la soberanía nacional consagrada en la Carta Magna, o «conflicto político», claudicante eufemismo referido al intento de sedición perpetrado por los máximos dirigentes de la Generalitat de Cataluña, por no mencionar la verborrea con la que el terrorista Otegi sigue justificando a día de hoy el historial sanguinario de una banda asesina reconvertida en fuerza política sin renegar de ese historial ni pedir perdón a sus víctimas. Esa es la hueste que acompaña al candidato del puño y la rosa en su marcha al «asalto del cielo», en palabras de su vicepresidente Iglesias, bajo el estandarte del «progresismo dialogante», paradigma del lenguaje falsario. Aunque dialogar, dialogan; eso sí, selectivamente, con quienes abogan por romper la unidad de España y quienes lo han intentado a tiros, antes de prestar oído a las propuestas de los populares

Basta pues de prestarnos a engaños. La pelota no está en el tejado de Pablo Casado, a quien Sánchez no se digna coger el teléfono, sino en el del líder socialista. Él y solo él será responsable de lo que ocurra en los próximos meses y años. Él ha escogido aliarse con quienes juran a regañadientes acatar «por imperativo legal» o «por los presos políticos» una Constitución que no respetan. Él se ha abrazado al comunista que hace unos meses le quitaba el sueño. Ahora escenifica el paripé de una negociación endiablada con Ezquerra, porque tanto Junqueras como él necesitan aparentar de cara a la galería que venden cara la piel. Pero es mentira. Para nuestra desgracia, «alea jacta est».