EDITORIA -ABC
- Zelenski debería estar tan preocupado por las decisiones de Putin como por las obsesiones imperialistas de Prigozhin. Son momentos de tensión y observación, no de celebración
Las próximas horas serán decisivas para el futuro de Rusia, y de su propio presidente después de que Evgueni Prigozhin, el jefe del ejército de mercenarios a sueldo del Kremlin contra Ucrania, decidiera rebelarse y alzar sus tropas contra Moscú. Detenida a 200 kilómetros de la capital rusa tras la mediación de Bielorrusia, esta rebelión no representa sólo una alteración drástica en el tablero de operaciones de la ofensiva contra Ucrania, sino que demuestra la progresiva debilidad con la que Putin afronta una guerra que se le volvió en contra hace muchos meses. En cuestión de horas el escenario bélico, político y geoestratégico ha cambiado radicalmente, y aunque sea una buena noticia para Occidente que Putin esté siendo amenazado desde dentro de su propio régimen, sería una pésima novedad que Rusia dependa ahora del chantaje de Prigozhin. No deja de ser un criminal de guerra que actúa por venganza personal tras acusar al Ministerio de Defensa ruso de haber ordenado ataques contra sus mercenarios y de haber provocado la muerte de 2.000 de ellos. Es lógico, desde esta perspectiva, que el presidente ucraniano celebrase ayer esta muestra de absoluto descontrol de Putin sobre la situación, por lo que pueda tener de beneficio para una Ucrania asolada desde hace año y medio. Sin embargo, es tal el grado de incertidumbre que se cierne sobre el régimen ruso que cualquier acontecimiento en las próximas horas solo aumentará la inestabilidad a escala internacional. Nunca en más de un siglo Rusia había vivido un intento golpista como el protagonizado por un mercenario con la misma carencia de escrúpulos ante las libertades que el propio Putin.
En cuanto supo que Prigozhin alzaba sus tropas contra su régimen, Putin se dirigió a los ciudadanos rusos con una amenaza de destrucción y muerte. Sin embargo, el líder de Wagner dejó claro que no tenía ninguna pretensión de rendirse. De hecho, en su primer avance hacia Moscú no encontró oposición alguna, y solo fue la mediación de Alexander Lukashenko la que a media tarde logró frenar su ofensiva. En una cosa tiene razón Putin: fue una «puñalada por la espalda» del que había sido su particular criminal a sueldo, lo cual convierte en más peligroso aún a un individuo que si algo ha demostrado en Ucrania es su incapacidad para mantener un criterio político constructivo y pragmático, y actuar siempre con la irracionalidad de un líder impulsivo con delirios de grandeza. Sólo la mera idea de que Prigozhin pudiese condicionar la política del Kremlin situaría a Rusia en una posición aún más complicada frente a Estados Unidos y la UE, que llevan, con la OTAN en permanente estado de vigilancia, el peso real de las ofensivas ucranianas contra Rusia. Cuando se había interiorizado en toda Europa la tesis de que Zelenski estaba a punto de lanzar una contraofensiva letal contra las tropas rusas en el sureste de su país, el dato objetivo es que Prigozhin le está haciendo paradójicamente parte del trabajo sucio en la recuperación de terreno. No obstante, es obvio que Zelenski debería estar tan preocupado por las decisiones de Putin como por las obsesiones imperialistas y pseudopatrióticas de Prigozhin. Son momentos de tensión y de observación, no de celebración.
Ocurra lo que ocurra en las próximas horas, este intento golpista también va a cambiar el ángulo desde el que los rusos están observando la guerra con Ucrania. Se trata de una sociedad anestesiada por la desinformación, amenazada ante cualquier intento de crítica o disidencia, y también abrumadoramente convencida de que Ucrania debe quedar bajo dominio del Kremlin. El hecho de que la violencia y las tropas rebeldes estén pisando territorio ruso les preocupa. El espectro de guerra civil que maneja Prigozhin como escenario no puede por menos que agitar y aterrorizar a millones de rusos, conscientes ahora de que la invasión de Ucrania no era una mera ‘operación militar especial’, sino una coartada para una destrucción masiva basada en una fortaleza militar que Rusia está demostrando no tener. Su incursión en Ucrania es la mayor catástrofe militar desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y la ciudadanía rusa no va a permanecer siempre bajo engaño. Quizás este sea el momento de que Ucrania aproveche la coyuntura contra Putin para recuperar el máximo de territorio posible, porque eso contribuiría a amplificar la descomposición de la dictadura rusa. En todo caso, el escenario es desolador porque ni Putin ni Prigozhin darán jamás una mínima oportunidad a la democratización de Rusia que pretenden opositores al régimen como Kasparov. Ocurra lo que ocurra, Rusia solo habrá ahondado en una crisis interna que afecta al mundo entero.