ROBERTO R. ARAMAYO-EL CORREO

  • ¿Quién se ha ocupado eficazmente de los intereses ucranianos? ¿Biden, Johnson, Macron, Scholz…? ¿Qué puede paliar ahora las penalidades de los ciudadanos?

Vladimir Putin parecía exigir que Ucrania no entrara en la OTAN pretextando que lo contrario amenazaría sus fronteras. Bastantes países del antiguo Pacto de Varsovia sobrepasaron esa línea imaginaria, se situaron al otro lado del telón de acero, y Putin aduce que Estados Unidos no consentiría nada similar. En eso ha basado sus argumentos diplomáticos. Desde luego, esto era una intolerable injerencia en la soberanía de un país y no hay nada que pueda justificarlo. Pero lo llamativo es que Rusia no ha mantenido contactos bilaterales con el Gobierno de Ucrania, sino negociaciones a varias bandas con el secretario de Estado norteamericano y líderes de la UE, como si esa interlocución fuese valida para la soberanía ucraniana.

Contra lo que acostumbra, el Pentágono ha retransmitido los movimientos de la tropas rusas y compartido una información muy sensible desde un punto de vista militar. En cada momento se sabía cuántas tropas estaban desplegadas y lo que podían hacer desde sus respectivas posiciones. Parecía obvio que se trataba de tomar la capital contando con el apoyo de los dos focos independentistas, tal como está pasando. Es infrecuente que las dos partes prefieran eludir el efecto sorpresa en un conflicto bélico y decidan medir sus fuerzas previamente. Olvidamos que la guerra tiene lugar en un territorio ajeno a quienes han llevado la batuta de las negociaciones.

En ‘Hacia la paz perpetua’, Kant entiende que declarar una guerra sería muy complicado si se consultase a quienes la padecen: «Si para decidir si debe o no haber guerra se precisa el consentimiento de la ciudadanía como no puede ser de otro modo en una constitución republicana, nada resulta más natural que se pondere mucho el inicio de un juego tan funesto, dado que son los ciudadanos quienes acaban asumiendo todas las penalidades de la guerra, como ir ellos mismos a combatir, costear los gastos bélicos con sus propios bienes, reparar penosamente la devastación que acarrea y, para colmo de males, amargar la paz misma con unas onerosas deudas que nunca se cancelan a causa de posibles nuevas guerras. Pero la guerra es lo más fácil del mundo si un jefe de Estado ejerce como su propietario y no le hace perder ni un ápice de sus cacerías, palacios de recreo u otras cosas por el estilo, pudiendo declararla por motivos insignificantes, como si fuera una especie de juego».

Imaginemos por un momento que Aznar nos hubiese consultado sobre nuestra participación en la guerra de Irak. El caso es que no lo hizo. También resulta curioso preguntarse qué habría pasado de haberse descubierto realmente armas biológicas en posesión del tirano a derrocar, Sadam Hussein. En lo referente a Ucrania, ¿habría sido tan difícil preguntar a la ciudadanía ucraniana si quería o no pertenecer a la OTAN? Por supuesto, su respuesta habría estado condicionada por el poderío militar desplegado en sus fronteras. Pero en definitiva sufren una ‘invasión preventiva’ y, por no ver amenazada su seguridad en un futuro indeterminado, sufren las consecuencias de un conflicto bélico ahora mismo.

El Kremlin se ha tomado su tiempo para calibrar cuál sería la respuesta norteamericana y europea. Se diría que no teme la serie de sanciones anunciadas. Le vale mucho más verse respaldado por un líder chino al que le gustaría hacer algo similar con Taiwán. Todos los actores en liza recurren, además, al indecoroso eufemismo ‘misiones de paz’ para justificar que despliegan tropas o mandan ‘armas defensivas’ a fin de dificultar una invasión anunciada que se debiera haber evitado. ¿No había margen para una negociación que pudiera impedir el peor de los desenlaces?

¿Quién se ha ocupado real, directa y eficazmente de los intereses ucranianos? ¿Acaso lo han hecho Biden, Johnson, Macron o Scholz, abducidos por sus respectivos problemas internos? ¿Una ONU donde ciertos países tienen derecho de veto? ¿Qué puede paliar ahora las penalidades que sufrirán los ciudadanos de carne y hueso? ¿Un armamento defensivo? ¿Cuál será el nuevo paso de un Putin desaforado que se identifica simultáneamente con los grandes zares y el Stalin que derrotó al nazismo sin recordar su pacto previo con Hitler?

El antiguo coronel del servicio secreto soviético se ha rodeado de colegas que saben rentabilizar las artimañas aprendidas en la KGB y ha dado muestras de controlar la guerra cibernética. También cuenta con una poderosa maquinaria bélica que le permite presentarse como un héroe militar y espolear un sentimiento nacionalista ruso, todo ello para perpetuarse como presidente vitalicio e insustituible de todas las Rusias con sus terrenos colindantes. La conquista de nuevos horizontes para su ‘Lebensraum’ (espacio vital) ensalza el patriotismo e intenta enmascarar la miseria que padece buena parte de su población. Este pulso lo ha iniciado tras medir fuerzas con sus adversarios y nadie ha contado para nada con el parecer de los ucranianos.