ABC 04/12/15 – HERMANN TERTSCH
· Siria se ha cruzado en su camino y lo que podía haber sido una amistad de dos grandes dictadores electos es ya un enfrentamiento.
La crisis aguda que ha estallado entre Moscú y Ankara por el avión de combate ruso derribado por cazas turcos en la frontera siria tiene todos los componentes para un conflicto internacional de alto voltaje. Pero también para los anales del morbo. Los dos grandes autócratas del mundo en la actualidad, Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan, se profesaban, y quizás aún profesen, una muy fuerte mutua admiración. Por lo que elogiar al otro tiene de ensalzarse uno mismo cuando mucho se parecen. Tantos son los hábitos y las manías comunes. Comparten narcisismo, megalomanía, entusiasmo por el culto a la personalidad y desprecio a la debilidad de la democracia representativa. Son dos hombres convencidos de que la providencia les ha dado el timón de su histórica nación para hacerla retornar a pasadas glorias.
Ambos están decididos a hacerlo sin reparar en sacrificios, especialmente si son ajenos. No solo sus afinidades de carácter, sus formas de gobernar y tratar a los subordinados, de maltratar a la prensa independiente y perseguir a todo discrepante hacen de Putin y Erdogan dos hombres parecidos. La corrupción es otro nexo entre estas dos almas si no gemelas, tan cercanas. Como Putin ayer, Erdogan también condena la corrupción cuando ambos cultivan una ciénaga de lealtades y voluntades corruptas. También había intereses comunes. Entre ellos, la construcción de un oleoducto que liberara por fin a Moscú de la pesadilla de tener que suministrar su petróleo a Europa a través de territorio enemigo de Ucrania. Ambos tienen los sueños de resurrección de grandeza imperial y afinidades estéticas en sus grandilocuentes y fastuosas escenificaciones de poder.
Pero Siria se ha cruzado en su camino y lo que podía haber sido una amistad masculina de dos grandes dictadores electos es ya un enfrentamiento muy serio que quizás ambas partes crean ahora conveniente incrementar. Rusia y Turquía no van a ir a la guerra por mucho que eso entrara de lleno en el culto de las tradiciones que tanto gusta a Putin como a Erdogan. Rusia y Turquía estuvieron en guerra casi sin pausa desde el siglo XVI hasta el XIX. No irán a una guerra, pero por las palabras de Putin en su discurso sobre el estado de la nación pronunciado el miércoles se puede descartar una normalización a corto plazo.
Cuando Putin califica a la propia Turquía como «traidora» y el derribo de su avión como un «miserable crimen de guerra», no se piensa en una reconciliación a corto plazo. Putin quiere expulsar definitivamente a los EE.UU. de Oriente Medio, para lo que ha contado con la ayuda tan involuntaria como eficaz del presidente Barack Obama. Pero el presidente ruso sabe que tiene un país terriblemente débil detrás de la fachada de un ejército modernizado y de sus opulencias falsas. Y que no tiene mucho tiempo para crear hechos consumados en Siria. Y proseguir su apuesta con Irán. Erdogan es tan débil y fuerte como su amigo y enemigo ruso. Su sueño megalómano que le llevó a propugnarse como líder musulmán en Oriente Medio naufragó en el ridículo porque los árabes no se van a dejar tutelar ni dirigir por un poder «otomano».
A Erdogan le vino de miedo la maldita costumbre rusa de violar el espacio aéreo de todo el mundo, hasta hace días de forma impune. La crisis obligaba a la OTAN a frenar sus tentaciones de cooperar con Rusia y Assad en Siria. Pero el lío entre las almas gemelas no debe hacer olvidar que el principal factor de la putrefacción de la situación en la zona se debe al colapso de la influencia de Occidente. Que no se recuperará bombardeando a una tropa de fanáticos en Raqqa.
ABC 04/12/15 – HERMANN TERTSCH