Isabel San Sebastián-ABC

  • Ucrania será solo el principio de una hecatombe, salvo que el mundo libre responda con algo más que vagas sanciones

Hace unos días el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, actualmente en paradero desconocido para tratar de salvar la vida y liderar la resistencia heroica de sus compatriotas, lanzó un último llamamiento desesperado a las naciones del mundo libre, suplicando su ayuda ante las amenazas de su feroz vecino y anunciando que las políticas de apaciguamiento no detendrían a Putin. Lo hizo desde la ciudad de Múnich, que acogió en 1938 la célebre conferencia de la que Chamberlain salió exultante prometiendo «paz en nuestros días» tras entregar Checoslovaquia a Hitler. La historia se repite, inexorable, porque no aprendemos nada de ella. El antiguo espía comunista reconvertido en dictador de Rusia huele nuestro miedo exactamente igual que lo percibía Hitler en aquel entonces.

Y nuestra cobardía acrecienta su apetito. Ucrania será solo el principio de una hecatombe, salvo que el Occidente democrático responda con algo más que vagas sanciones.

El autócrata ruso, rendido admirador de Stalin, lleva lustros preparando la ofensiva de su aviación y sus tanques, lanzados a la reconquista del antiguo imperio soviético forjado a sangre y fuego por su bárbaro maestro. Lo ha hecho con una mezcla de desinformación a gran escala (ayer lo explicaba en estas páginas David Alandete); asesinatos de opositores y periodistas críticos dentro y fuera de sus fronteras, en el más puro estilo KGB; compra de apoyos como el del Grupo de Puebla, en cuyas filas militan Irene Montero, Adriana Lastra o José Luis Rodríguez Zapatero, ya sea directamente o mediante pagador interpuesto; rearme militar, acopio de reservas financieras y una hábil política energética que ha convertido a Alemania y a toda la UE en rehén de su gas. Es perverso, pero no es estúpido. Y como buen tirano acostumbrado a sojuzgar, se retroalimenta del terror que logra infundir en sus víctimas.

Ucrania estuvo años llamando en vano a las puertas de la OTAN, que se las cerró por miedo a la reacción de Moscú. Su pecado era y sigue siendo aferrarse a la democracia, respetar la voluntad ciudadana expresada libremente en las urnas, aspirar a la prosperidad. En 2014, el déspota afincado en el Kremlin le robó la península de Crimea, ante la indiferencia de la comunidad internacional y la complicidad de la izquierda sectaria, que hoy como ayer justifica sus desmanes replicando sus falacias históricas y su burda propaganda empeñada en tildar de ‘nazi’ a todo el que le planta cara. Vinieron después las incursiones en el este y ahora la invasión total. Nuestra réplica a esa agresión debe de causarle risa. Es cierto que las siguientes presas potenciales están bajo el paraguas de la OTAN (Polonia, repúblicas bálticas, Hungría, Rumanía), pero no lo es menos que salta a la vista nuestra falta de valentía. Los ucranianos, por el contrario, están dando una lección de coraje. ¡Que el dios de la libertad les guarde!