Jon Juaristi-ABC

  • El Asesino por antonomasia goza matando, pero para eso no hace falta estar loco

No sé si Putin está loco, como se especula estos días en los medios a despecho de una clamorosa falta de pruebas. Que es un asesino resulta innegable, y ahí están los casos de Anna Politkovskaia y Aleksander Litvinenko, además de los de cientos de miles de chechenos y georgianos masacrados, por si hiciera falta demostrarlo. Se puede ser un asesino sin estar loco a causa de una sífilis mal curada, como pudo pasarle a Hitler. Los médicos no se ponen de acuerdo sobre esto, pero la mayoría piensa que la sífilis no hace sino acentuar disposiciones innatas a la depresión y a la paranoia, algo que podría darse respectivamente en Lavrov y en su jefe, según abundantes indicios.

Putin goza matando, como gozaban Stalin, Lenin, Hitler y Agapito García Atadell, entre otros muchos. Pero para eso no hay que estar necesariamente loco. La tendencia a matar semejantes viene dada en la naturaleza de nuestra especie, el ‘homo necans’. Las religiones -no todas, pero bastantes de ellas- tratan de combatirla, aunque parten del supuesto de que no es posible erradicarla. Algunos pensadores un tanto extravagantes del pasado siglo (Simone Weil, Hyam Maccoby, René Girard) sostuvieron que el goce de matar tiene mucho que ver con la imitación. Y esto sí puede tener relación con lo que comenzó a suceder hace poco más de un siglo en el mismo espacio donde hoy acontece la Putinesca.

Cuando Zelenski dice que, si cae Ucrania, peligrarán de inmediato Polonia, los Países Bálticos y la propia Alemania, está recordando implícitamente lo que es el modelo histórico seguido actualmente por Putin. En 1920, Lenin envió al Ejército Rojo a través de Polonia, con la intención de ocupar Alemania e imponer allí un gobierno bolchevique, para lanzarse seguidamente a la conquista de toda Europa. Como es sabido, lo frenó en seco el general polaco Józef Pilsudski, cuyo ejemplo sigue en estos días el presidente ucraniano.

También en 1920, el príncipe ruso Nikolai Trubetzkoi (1890-1938), uno de los padres de la lingüística contemporánea, publicaba en Sofia un ensayo -‘Europa y la humanidad’- en el que pronosticaba que la consecuencia inevitable de la invasión leninista sería que, sacando «las lecciones negativas del bolchevismo ruso», los alemanes crearían un estado socialista paneuropeo donde «los amos serán los alemanes, los romanogermánicos, y los esclavos, todos los demás». En efecto, el trayecto geográfico de la expansión nazi fue el inverso al seguido por la frustrada invasión leninista. La invasión de la URSS en 1941, la operación Barbarroja (denominada con el apodo del emperador romanogermánico Federico I ), se produjo según pautas de insidia y engaño semejantes a las que Putin ha seguido en el ataque a Ucrania. Para frenar a este hará falta mucho más que un Pilsudski antes de que se cumpla el muy realista pronóstico del presidente Zelenski. Kiev 2022 es (y no es) Varsovia 1920. Lenin no tenía armas nucleares.