La virilidad de la que hacía gala Donald Trump durante la campaña electoral con todos los países del mundo (salvo Rusia) parece estar disolviéndose rápidamente. El último ejemplo llegó este fin de semana, cuando Corea del Norte lanzó un misil de medio alcance que recorrió 500 kilómetros antes de caer al Mar de Japón justo cuando el primer ministro nipón, Shinzo Abe, estaba con Trump en el club de campo que éste tiene en Florida.
Abe calificó el ensayo de «absolutamente intolerable». Y el Gobierno de Corea del Sur fue mucho más duro, al acusar al dictador norcoreano Kim Jong-un de tener «una naturaleza irracional» y estar «obsesionado de forma fanática» con la expansión de su arsenal nuclear y de misiles. «Es una clara y explícita violación de las resoluciones de la ONU y una grave amenaza para la paz y la estabilidad de la península», insistió el texto oficial. El presidente surcoreano en funciones, Hwang Kyo-ahn, añadió que prepara «la respuesta correspondiente para castigar» a Pyongyang «en tándem con la comunidad internacional».
Trump, sin embargo, se guardó su retórica flamígera, y se limitó a decir que EEUU estará «al lado de Japón, su gran aliado, al 100%». Fuentes del Gobierno de Washington declararon a la agencia de noticias Reuters que el lanzamiento del misil «no ha sido una sorpresa», ya que al dictador norcoreano, Kim Jong-un «le gusta atraer la atención en este tipo de fechas». Esa frase hace referencia al hecho de que cada año, en el mes de marzo, EEUU y Corea del Sur celebran maniobras militares conjuntas que siempre provocan una violenta gesticulación verbal por parte de Pyongyang.
Esas mismas fuentes estadounidenses informaron de que van a estudiar la aplicación de nuevas sanciones al régimen de Pyongyang y a reforzar su contingente militar en la zona, pero adoptando una respuesta «equilibrada para evitar una escalada». Y añadieron que Washington incrementará su presión sobre China para que este país ayude a controlar a Corea del Norte. Más Obama, imposible.
Además, ese posible aumento de la presencia militar en el Pacífico será, aparentemente, pagado por el contribuyente estadounidense, a pesar de todas las amenazas de Trump y su vicepresidente, Mike Pence, a sus aliados, Japón y Corea del Sur, de que ellos iban a tener que cubrir la totalidad del coste de la presencia de las Fuerzas Armadas de EEUU en sus territorios. De hecho, tras tres días con Abe, Trump no ha hablado, al menos en público, de que Japón pague más por la presencia de tropas de EEUU en su país.
EEUU tiene 54.000 militares en Japón y 28.500 más en Corea del Sur. Tokio cubre el 45% del coste de ese despliegue en su territorio, y Seúl el 40%, según el diario The Wall Street Journal. En la actualidad, el Ejército de Tierra de EEUU está construyendo una base en Corea del Sur y la Infantería de Marina, dos en Japón. De acuerdo con los datos del Pentágono, el coste de esas obras ascenderá a 15.600 millones de dólares (unos 14.700 millones de euros), de los que Japón y Corea del Sur pagarán exactamente el 93%. Por pagar, Tokio hasta está haciéndose cargo del 94% del coste del cierre de dos bases de la Infantería de Marina de EEUU en Okinawa y el traslado de sus efectivos y material a la isla estadounidense de Guam.
Acaso confrontado ante esa dura realidad matemática, Trump ha decidido que es mejor dejar para los mítines la idea de que EEUU «paga la defensa de países más ricos que nosotros», al menos en lo que se refiere a Asia. Y, aparentemente, también ha decidido que de sanciones, nada, quizá porque el régimen de Pyongyang tiene el respaldo de China.
Encima, EEUU tiene un problema adicional en esta crisis: la situación política en Corea del Sur. Ese país está a la espera de que su Tribunal Supremo decida si confirma la recusación de la presidenta Park Geun-hye, lo que le abocaría a nuevas elecciones.
Citado por la página NK News, Cha Du-hyeong, el ex responsable de los servicios de Inteligencia de Corea del Sur durante la Presidencia de Lee Myung-bak, opinó que Pyongyang había elegido «un momento ideal» para «introducir una cuña en las relaciones de cooperación entre» Seúl y Washington ante «el caos» político surcoreano.