Un régimen quiere advenir y hay que saberlo, que no estamos para regímenes ni para advenimientos. Le Segunda República, tan presente como ignorada, advino. Pudo haber llegado de otro modo, y hasta salir bien. Pero advino, y ese no es un buen principio. Revisen los elementos que justifican el «No es eso, no es eso» con que Ortega concluyó su discurso Rectificación de la República en el Cinema de la Ópera de Madrid.
En noviembre del 30, Ortega le había dado la puntilla a la monarquía en «El Sol». La pieza es de sobra conocida, no volveremos a ella. Como fuere, un año más tarde ya estaba rectificando. Con crudeza se habían frustrado sus expectativas presidenciales (1 voto), pero más
crudas le resultaban las nuevas formas políticas, las poco democráticas maneras del flamante régimen, su apropiación por algunos partidos con exclusión permanente de otros. Fue ese sectarismo el que, en el 34, decantaría a los socialistas por el levantamiento armado y a los nacionalistas catalanes por el golpe de Estado. ¿La excusa? Entraban en el Gobierno varios ministros de la CEDA, formación que había ganado las elecciones de finales del 33.
Junto al error Ortega, junto al sectarismo de la mayor parte de socialistas y de partidillos republicanos burgueses, no se entiende bien el desbordamiento antidemocrático de aquella República, que tantas ilusiones había despertado, sin considerar la permisividad oficial con los desmanes públicos, pues todas las iglesias de Madrid no valían la vida (la uña, según otros) de un republicano.
Pero la fórmula del fracaso requirió algunos ingredientes más. No puedo ser exhaustivo. Primero: en los dos años iniciales del período republicano, las libertades y derechos fundamentales que garantizaba la Constitución del 31 no estuvieron vigentes de hecho por culpa de una normativa de excepcionalidad aprobada antes de la promulgación de aquella. Segundo: el triunfo del Frente Popular se declaró sin el aval de los votos efectivos (hemos tardado décadas en saberlo), se precipitó con el desalojo de todas las autoridades antes de finalizar el recuento, se acompañó de la liberación de los golpistas catalanes, se tiñó de violencias impunes, se pudrió con amenazas personales a los adversarios políticos y, finalmente, con el asesinato consumado de uno de los líderes de la oposición y con el frustrado del otro. Tercero: los tontos útiles, recalcitrantes especímenes.
La que ahora gobierna es la peor izquierda española en muchos años. Bebe directamente de lo descrito. Sin embargo, no añora la misión de la ILE ni el espíritu de los intelectuales de la Agrupación al Servicio de la República, disuelta ya en el 32 por incompatibilidad entre los ideales defendidos y su materialización. Este remedo de Frente Popular solo imita lo divisorio, la excepcionalidad como norma, la doble vara de medir desórdenes, la apropiación de lo legítimo con exclusión de media España.