LUIS VENTOSO – ABC – 14/05/16
· Las cosas que ese presidente va diciendo por Europa son un oprobio para Cataluña.
En todas partes amanecen algunos días que sin que se sepa bien por qué son como un premio. No es solo el cielo claro, la luz, la temperatura. Hay un algo más, como si una magia inaprensible se hubiese adueñado del ambiente. El pasado viernes en Londres cayó uno de esos días. «El esplendor de la primavera», por emplear la expresión de un gran amigo, ilumina todavía más en las latitudes de clima cabroncete. Londres brillaba como en una mañana de estreno, con sus riadas de personas diferentes, que resumen el planeta, con el estallido de las flores, con esos edificios atemporales que tuvieron el buen tino de no tumbar para levantar mamotretos.
Hasta en las angosturas del metro (una castaña comparado con el de Madrid) se percibía un cierto relajo en los semblantes, la promesa cierta del fin de semana.
Por la tarde, en los aledaños de esa verde plaza-sorpresa que es St. James, jóvenes –y «jóvenas», que añadiría la CUP– se arremolinaban frente a un pub clásico dándole duro a la birra. Alguna inglesa flaquita, pinta en ristre, invitaba a repetirse aquella vieja pregunta de naturaleza casi metafísica: ¿dónde meterán estas tías toda esa priva? A tres pasos del pub, doblando la esquina, se encuentra la sede de la Chatham House, un foro de pensamiento. Entré allí feliz tras el paseo por un Londres resplandeciente. Al cabo de una hora, salí encorajinado, o más bien triste. Había asistido a una conferencia de Carles Puigdemont, el político separatista que preside Cataluña.
Siendo grave, lo que más me dolió no fue que pintase una historia burda de buenos y malos entre los catalanes y el resto de los españoles, que han estado unidos durante 500 años y han convertido un país sin grandes riquezas naturales en uno de los de mayor nivel de vida del mundo (el propio presidente reconoció allí que más de la mitad de los catalanes tienen lo que llamó «abuelos españoles»). Lo qué más me ofendió no fue tampoco que manipulase los datos sin pudor. Omitió, por ejemplo, algo tan relevante como que en las últimas elecciones catalanas los partidarios de la idea de España sumaron más votos que los separatistas, pese a una insufrible campaña de propaganda, costeada con dinero público por una Generalitat que ni paga a las farmacias.
Lo que me hizo salir de allí apaleado y apenado por mis amigos catalanes –tengo uno que me invitó a su boda y solo habla catalán– es la terrible apropiación que hace Puigdemont de su país, que retrata como un lugar donde la obsesión nacional es sentir tanto asco por tus vecinos de siempre que no serás feliz a menos que rompas con ellos. Da miedo, porque, aunque se envuelva con corbata y sonrisita, se llama nacionalismo fanático y Europa conoce su resaca: violencia, atraso económico, dolor y muerte. Con flequillo beatle o sin él, habló como un bárbaro.
(Y ojo a los simpáticos Boris del Brexit, porque el veneno es exactamente el mismo: sentimentalismo excluyente con pruritos de superioridad).
LUIS VENTOSO – ABC – 14/05/16