En lo que se refiere a la entrega de Puigdemont, sólo hay un debate editorial posible para las cabeceras extranjeras: si España es una democracia equiparable a la del país en el que viven o no. El ejemplo de Alemania vuelve a ser pertinente. En enero del pasado año, su Tribunal Constitucional prohibió un referéndum de independencia en Baviera con el argumento de que «en la República Federal de Alemania como Estado nacional la soberanía recae en el pueblo alemán, por lo que estados federados no son los dueños de la Constitución». Las penas que contempla su legislación para el delito de alta traición tienen como límite la cadena perpetua.
Dos importantes diarios germanos explicaron ayer a sus lectores las razones por las que había que entregar a Carles Puigdemont para que sea juzgado por la Justicia española. En el conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung, Paul Ingendaay firma toda una lección acelerada para comprensivos, enternecidos y compañeros de viaje. Señala que «lo que está en juego no es tanto la cuestión de por qué Cataluña no debe convertirse en un Estado independiente, como Véneto, Baviera y Texas no deberían hacerlo. En juego están los mismos cimientos del moderno Estado constitucional». Hace un repaso exhaustivo de los posibles delitos por los que tendrá que responder Puigdemont, un informado repaso del auto de procesamiento del juez Llarena, desmonta el espantajo del franquismo y concluye que el procés «fue una coacción continua» y que «la reiterada voluntad de diálogo [de los independentistas] es sólo un engaño».
El berlinés Der Tagesspiegel derriba en uno de sus comentarios editoriales las acusaciones de persecución política con las que el independentismo pretende disfrazar de heroísmo civil la delincuencia: «Sus abogados [de Puigdemont] reiterarán su opinión de que la judicatura española no procesa al ex presidente catalán y otros líderes separatistas por presuntos delitos, sino sólo por ideas políticas. Un argumento estándar que ha estado presente durante meses, pero que apenas resiste una revisión seria».
En España es habitual la lectura cazurra de la prensa extranjera, que consiste en celebrar como una genialidad inapelable los argumentos que han sido publicados una y mil veces durante meses en los diarios nacionales. La internacionalización del procés–que unos propugnan y en la que otros tropiezan– es la práctica pertinaz de este ejercicio bobalicón. Aunque es cierto que, tras el súbito enamoramiento de la épica callejera del procés que hechizó a los enviados especiales extranjeros durante las tristes semanas de octubre, produce una inevitable satisfacción leer la fría prosa de algunos editoriales.
Para los constitucionalistas sería reconfortante dejar aquí la lectura. Pero también sería manipulador y reduccionista. Alemania está dividida. Sencillamente porque hay quien considera que España no es una democracia como la suya. El diario más leído, el bávaro Süddeutsche Zeitung publica un análisis firmado por Wolfgang Janisch que considera que tras el procesamiento de Puigdemont hay «una motivación política» y que el delito de rebelión no tiene equivalente en el derecho alemán.
Una de las estrategias más perniciosas –y necesarias– del independentismo fue el tenaz descrédito internacional de las instituciones españolas. Ha llegado el momento de comprobar cuáles han sido los frutos de años de insidia.