El presidente alemán, Frank Steinmeier, abrió la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2018, con una frase apocalíptica: «The world is out of join» (el mundo está dislocado). Y tenía razón: en Siria los occidentales amenazaron (2012) a Bashar al-Ássad con intervenir si usaba armas químicas contra su pueblo. Las usó y no hubo reacción. A partir de entonces, el destino de Siria empezó a ser decidido por Rusia, Turquía e Irán. En 2014 Rusia se anexionó Crimea y apoyó a los separatistas de Donbás. No hubo reacción por nuestra parte.

En Afganistán más de lo mismo. La OTAN interviene militarmente cuando los talibanes se niegan a entregar a los responsables del atentado contra las Torres Gemelas. En 2014, los aliados anuncian que sus fuerzas militares no intervendrían en operaciones bélicas. En 2020, Trump negocia con los talibanes la retirada de sus tropas. Biden decide acelerar el calendario pero los talibanes ni siquiera nos han dejado repatriar a los nuestros. La operación se salda con un fracaso sin paliativos porque en el mejor de los casos volvemos a la casilla de salida o a una situación peor. Los talibanes saben que pueden cometer todas las atrocidades que se les ocurran, amparar a cuantos terroristas deseen sin que penda sobre ellos la amenaza de una nueva intervención. En el Panjshir, los seguidores del difunto general Massoud pretenden resistir a los talibanes, lo que puede desembocar en una guerra civil.

¿Qué consecuencias tendrán estos acontecimientos en el escenario mundial? Los americanos han revivido escenas que creían olvidadas: la retirada de Saigón y la pusilanimidad de Carter en la crisis de los rehenes retenidos por Irán. A partir de entonces, los Estados Unidos entraron en una depresión que no superaron hasta la presidencia de Ronald Reagan. Me temo que ahora pase lo mismo: repliegue detrás de sus fronteras dejando el camino libre a las democracias iliberales –China, Rusia, Irán, etc– que presumen de proteger a sus aliados como nosotros no hemos sido capaces de hacer y de exportar su modelo a todo el mundo.

¿Qué hacer? Lo más urgente es reforzar la autonomía estratégica de la Unión Europea, cuyo papel ha sido irrelevante en estas crisis. No es una opción; los americanos ya han elegido por nosotros. A partir de ahora solo podremos contar con ellos cuando estén en juego sus intereses estratégicos. En los demás casos tendremos que sacarnos nosotros mismos las castañas del fuego. No hablo de divorciarse de los Estados Unidos que, aunque no sean ya la nación hegemónica, sí son una nación indispensable para defender occidente. De lo que se trata es que los europeos se presenten en la escena internacional con pantalones largos. La alianza occidental no será suficiente para garantizar el orden mundial; tendremos que colaborar con las nuevas potencias en todas aquellas cuestiones que sean de interés común.

«La alianza occidental no será suficiente para garantizar el orden mundial»

En el caso de Afganistán, esta colaboración debe centrarse en combatir el terrorismo, frenar una inmigración masiva y garantizar unos derechos mínimos de la población afgana, en especial de las mujeres y niños. No se trata de implantar un régimen a la occidental porque la democracia no se exporta como el vino de Rioja, pero sí de exigir respeto a los Derechos mínimos consagrados por las Naciones Unidas. Y eso es perfectamente posible.

Rusia es aliada de Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán, que pueden sufrir el contagio del islamismo radical. China tiene que hacer frente a los uigures que se sienten maltratados por Pekín y respiran con satisfacción al ver el triunfo de sus correligionarios en Kabul. En Pakistán hay una población pastún que es prima hermana de los talibanes. Irán tiene también buenas razones para recelar de un movimiento suní extremista que califica de apóstatas a los chiítas, mayoritarios en Teherán y minoritarios en Afganistán. Todos estos países pueden sonreír al ver nuestras desgracias, pero saben que a medio plazo los talibanes también pueden complicarles la vida.

¿Cuál ha sido el papel de España? España intervino en Afganistán porque nadie puede esperar ayuda de sus aliados si no les ayuda cuando ellos están en situación de necesidad. Se sabía desde la declaración de Trump (febrero de 2020) que nos íbamos a ir. ¿Por qué no se reforzaron los servicios de la embajada, a cargo de dos excelentes diplomáticos, Gabriel Ferrán y Paula Sánchez? ¿Por qué no se cubrió el puesto de embajador especial para Afganistán y Pakistán? ¿Por qué el 3 de agosto fue cesado Ferrán cuando se sabía que la tormenta era inminente? ¿Por qué no se estableció contacto con los talibanes como hicieron otras delegaciones para facilitar la retirada? Como en otras ocasiones de nuestra historia, nuestro Servicio Exterior, nuestras Fuerzas Armadas y nuestras Fuerzas de Seguridad, han tenido que desplegar un esfuerzo heroico para paliar la inanidad del gobierno. Como en el romancero del Cid: «Qué buen vasallo si hubiera buen señor».