Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

  •  Los ‘mayores’ somos el grupo más decisivo en elecciones, de ahí la irresistible tentación de los gobiernos en complacernos

Ya sé que el título es socialmente incorrecto, que los viejos son los trapos y las personas solo somos mayores. Lo he escrito así para provocarle. Pero me reconocerá que ser mayor es algo muy bueno. Y lo es aunque al despertarse hoy le haya dolido alguna articulación insospechada y todavía esté preocupado -y enfadado- por lo mucho que le ha costado recuperarse de la última gripe. Pero ser mayor supone haber vivido mucho, algo que los más jóvenes no tienen garantizado. Si encima ha aprovechado bien el tiempo… Pero no se alarme, no me han trasladado todavía a la sección de Salud, que aquí en esta casa todavía queda sentido común. Le quería hablar de lo de siempre, de economía. Supongo que tendrá noticia del último informe del Banco de España en el que se demuestra que el rango de edad que mejor ha transitado por la crisis de la pandemia ha sido el de los mayores, que mantienen o incrementan su posición patrimonial en manifiesto contraste con las cohortes de población más jóvenes, que sufren dificultades crecientes para incorporarse a la vida social y económica y cuyo patrimonio parece topado por los acontecimientos.

Hay algo de normal en ello, pues las vidas laborales tienden a ser ascendentes en importancia a lo largo del tiempo y las remuneraciones obtenidas copian el movimiento. Así que la capacidad de ahorro crece al unísono, máxime cuando las necesidades de gasto tienden a disminuir. Normalmente los pisos suben de precio, las hipotecas están cumplidas y los hijos van abandonando el hogar familiar, aunque ahora lo hagan a velocidades más lentas que antes.

Pero hay un elemento clave en todo esto, que es la mejor evolución de las pensiones frente a la de los salarios. Siempre que menciono este tema de la generosidad de nuestro sistema de pensiones hay amigos que me recriminan el olvido de que nuestro sistema de pensiones es de reparto y no de capitalización, y que los pensionistas de hoy hicimos un ‘contrato’ con el Estado de tal manera que mientras trabajábamos cubríamos las necesidades de quienes estaban jubilados, a cambio de que hoy quienes trabajan cubran las nuestras. Además, y como es un sistema de ‘minoría de edad’, no somos nosotros quienes elegimos cuánto debíamos aportar ni durante cuánto tiempo, pues era el Estado quien lo decidía por nosotros.

No somos nosotros quienes elegimos cuánto aportar, ni cuánto tiempo, pues lo hace el Estado

Correcto, pero eso no quita para que puedan ser calificadas de generosas, como se deriva de la comparación con sistemas de países más sólidos y con mayor capacidad financiera. Nuestra tasa de reposición, que es el porcentaje que supone la primera pensión percibida sobre el último sueldo ingresado, es superior al 80%, mientras que ronda el 50% en países como Alemania. La pensión máxima en España supera los 40.000 euros anuales, cuando los sueldos medios apenas ascienden de los 22.000 euros. ¿Es o no es una muestra de generosidad? Creo que lo es y también que es suicida desde un punto de vista de la sostenibilidad del sistema. Quizás por eso el mismo Banco de España aseguró hace un par se semanas que necesitábamos 24 millones de emigrantes para asegurarla. En realidad lo que necesitamos es 24 millones más de cotizantes, es decir de trabajadores, pero como no nacen suficientes nacionales esos trabajadores deberán ser necesariamente inmigrantes.

La razón que se encuentra debajo de todo esto es la demografía. La pirámide poblacional se ha invertido y ahora los ‘mayores’ somos el grupo de edad más importante, es decir, el más decisivo en las elecciones. De ahí que se convierta en irresistible la tentación de todos los gobiernos de complacernos y prefieran dedicar la atención y los dineros públicos a cuestiones que nos atañen de manera preferente, como puede ser la salud, la dependencia o las pensiones, frente a las necesidades de las capas de población más jóvenes, como son la educación y la vivienda.

En resumen, la mayor riqueza por hogar se concentra en las familias cuyo cabeza tiene entre 65 y 74 años (226.000 euros) y los que más crecen en su patrimonio son los que tienen más de 75 años. Una riqueza que triplica a los situados entre los 35 y los 44 años y es 11 veces superior a la de los menores de 30.

¿Ven cómo no es tan malo esto de ser ‘anciano’?