Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Cualquier sueldo político les parecía alto a los nuevos inquisidores de Podemos, salvo que fuera su sueldo, en cuyo caso se lo quedaban mientras mentían no sé qué límite de tres salarios mínimos

En el tiovivo de la izquierda todo era ayer corrupción, nada lo es hoy. Donde «ayer» remite al psicodrama del 15-M en Sol, allí donde la muchachada se inflamaba en singular retroalimentación con los más ingenuos analistas de la derecha, tan fáciles de engañar por cualquier pájaro con dos nociones de Gramsci. No sé si los cándidos puretas se emocionaban pensando en su juventud y recordándose combativos antifranquistas por un rato. En realidad, ninguno de los antifranquistas combativos genuinos compró la moto del 15-M. De algo les tenía que servir haber tirado a la basura unos cuantos años para que González hiciera su fortuna. Me salto lo de en medio por conocido: la capitalización del antifranquismo auténtico, del PCE, por un grupo de sevillanos listos teledirigidos desde Washington y Bonn, con conocimiento y aquiescencia del habitante del Pardo, que cotejaba los abiertos e infinitos futuros de España bajo la legendaria lucecita de su lampara.

Es el caso que todo aquello acabó como acabó y una izquierda ruin, defensora de causas que habrían avergonzado a sus antecesores, se puso en plan tienda de campaña, coyundas furtivas y olor a sobaquina, expeliendo entre humores y gases periódicas declaraciones, manifiestos, improbables actas de asamblea. Rubalcaba lo usó contra la oposición, con esa maestría del socialismo español para invertirlo todo. Iglesias lo usó para apuntárselo, como suele. Hasta el infame «pásalo» del 13-M se atribuye; el día menos pensado reivindica la organización, a los diez años, de la huelga general del 88 contra Felí Gonzá. Como fuere, por mor de la movida de Sol se impuso un nuevo dogma, medio sovietizante, medio puritano, en virtud del cual casi todo era corrupción.

Cualquier sueldo político les parecía alto a los nuevos inquisidores de Podemos, salvo que fuera su sueldo, en cuyo caso se lo quedaban mientras mentían no sé qué límite de tres salarios mínimos. Los coches oficiales eran un intolerable abuso, salvo los que les transportaban a ellos o a su prole. O mandaban al chófer a comprar los yogures. Una imputación exigía la dimisión inmediata, excepto si el imputado era un agresor de policías suyo con escaño. Y así todo. Algunos fuimos tan gilipollas que aceptamos aquel pulso trucado. No se podía decir lo obvio: si se aceptaban los términos de Podemos, nadie valioso iba a dedicarse a la política.

Rueda el tiovivo. El voraz fiscalista y exministro Cristóbal Montoro, que me sonreía cuando yo le llamaba «Leviatán», me contó una vez que la política era un tiovivo donde todos querían el carrito del príncipe mientras agitaban la mano saludando sonrientes a una masa circundante que les insultaba. Creo que hablaba del tiovivo de la derecha, porque el tiovivo de la izquierda es otro, uno que marea e indispone porque ayer todo era corrupción y hoy nada lo es. Maletas de Delcy, puestos inventados para el hermano imputado, la esposa imputada, el fiscal general imputado, un TC banderizo revocando sentencias firmes a los ladrones del socialismo andaluz, saunas de Muface. Nada.