Luis Ventoso-El Debate
  • Sorprende la rapidísima condena de la Zarzuela a su breve grabación, que en realidad no presentaría mayor problema en un país de situación política normal

Existe una cita del inteligentísimo Blaise Pascal que es magnífica, y en buena medida muy real: «Todos los problemas de la humanidad proceden de la incapacidad del hombre para sentarse tranquilamente en una habitación».

Pero muchas personas no son capaces de renunciar al gran teatro del mundo para replegarse en los deleites de la vida doméstica y de los círculos familiares y amistosos privados.

El Rey Juan Carlos, que cumplirá 88 años en enero y que sufre acusados problemas de movilidad desde hace tiempo, es de los que no se resignan a seguir el sabio consejo de Pascal. Deambula de aquí para allá con un frenesí vitalista, quizá admirable por su tenacidad, pero también un tanto extemporáneo. No se sabe muy bien, por ejemplo, qué puede aportar a estas alturas pasando frío por las ventosas rías gallegas en la borda de un velero de alta competición (uno, con cuantos años menos, preferiría quedarse en casa con una mantita y un caldo, o un vino, viendo una peli vieja de John Houston con Bogart, o leyendo una de espías de Le Carré).

Si Juan Carlos I hubiese sido pascaliano habría hecho un mutis al estilo del gran Carlos I, que se retiró a Yuste a rezar y prepararse para lo único que realmente importa, mientras pasaba sus días arreglando relojes, comiendo olímpicamente y añorando a su Isabel de Portugal mientras observaba la hermosa obra de Dios impresa en la maravilla de una naturaleza exuberante. Pocos dedicarían atención al Rey Juan Carlos si hubiese retornado para instalarse en una residencia confortable con un buen jardín en alguna de las gratas provincias españolas, permaneciendo allí callado y tranquilo, disfrutando de la compañía de las muchas personas que lo aprecian. Pero no se quiso resignar al silencio.

Llevando la contraria a mis párrafos anteriores, cabe reconocer también que se entiende el enojo del Rey Juan Carlos ante la celebración de los 50 años del inicio de su reinado. Ha sido sometido a una absurda exclusión de los actos oficiales, cuando fue protagonista estelar de la Transición y quien la hizo posible en su inicio. Ante ese boicot, que no ocurrió para nada cuando se conmemoró el 25 aniversario, Juan Carlos I decidió buscar él mismo la luz pública que le negaban. Lo hizo publicando un libro de memorias en Francia y ofreciendo una entrevista en una televisión del país vecino.

¿Habría estado mejor callado? Probablemente. ¿Pero es humanamente reprochable que un hombre en la curva final de su existencia quiera contar su historia con sus propias palabras? Pues no parece.

En esa línea de autorreinvidicación, y 48 horas antes de que su libro se edite en España, Juan Carlos I ha divulgado un breve vídeo que dirige a los españoles, en especial a los jóvenes, donde pone en valor la Transición y el papel de la Corona en ella (y de paso animará las ventas de la obra).

El vídeo incluye un pasaje que puede haber molestado al Gobierno revanchista, pero de piel de melocotón, que padecemos: «He realizado este esfuerzo de escribir mis memorias con la idea de que vuestros padres puedan recordar momentos históricos y que vosotros podáis conocer la historia reciente de vuestro país, sin distorsiones interesadas, contada por alguien que vivió la Transición en primera persona». Ese «sin distorsiones interesadas» podría entenderse como una crítica velada –o clara– a las leyes sectarias de Memoria que nos ha impuesto Sánchez.

Además, el viejo Rey concluye pidiendo que «apoyéis a mi hijo, el Rey Felipe, en este duro trabajo que es unir a todos los españoles».

Si estuviésemos en un país con un clima político normal, este vídeo de Juan Carlos I habría pasado sin más. Lo he visto dos veces seguidas y me cuesta ver cuál es el problema que presenta. Sin embargo, su breve alocución ha merecido de inmediato una nota condenatoria de la Zarzuela, que califica el vídeo de «inoportuno e innecesario».

Alguna vez he escrito aquí que me parece un error cargar contra Felipe VI, pues al final es el garante último de la unidad nacional y de una Constitución que detesta el Frente Popular 2. Lo mantengo. Pero no puedo evitar señalar que se me ocurren infinidad de barbaridades mucho más «inoportunas e innecesarias» que el vídeo del anciano monarca, reivindicando un poquito su obra y su vapuleada figura.

Algo va mal cuando el Rey que trajo la democracia es un paria público y los herederos de la banda que mataba a los españoles libres son socios estelares del Gobierno, adulados cada semana en el Congreso por un presidente que ha liberado a sus más crueles sicarios.